Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 14: Galletas de Jengibre

Irene

El reloj marca las doce menos cinco.

Termino de empaquetar las galletas que le he hecho a Daan de regalo de navidad, siento que es algo cutre que no se puede comprar con lo que me ha dado él pero me han quedado bastante bien y además lo importante, según yo, es lo que haces en el proceso.

Durante la mezcla de ingredientes, la preparación de la masa y el horneado he pensado en él y eso es lo bonito. Y con esto no quiero decir que él mientras compraba la ropa o el teléfono no pensará en mí, pero yo creo que es bonito.

Siempre las hacía con mi madre y esta es la primera vez que las hago después de su muerte, es especial y por eso he elegido hornear estas, en cima puse un poco de chocolate también aunque la receta original no lo llevara porque él es muy dulce y lo tenía que representar de alguna manera.

Daan había dicho que sobre las doce terminaría con la cucaracha amarilla y podríamos tomar un chocolate caliente juntos por lo que es un buen punto para llevárselas, con toda la ilusión que me hace las podremos tomar con el chocolate caliente.

Salgo de casa para ir a ver si ya está libre o aún está liado y como siempre me reciben los empleados. Por lo menos está vez no me atropellan al entrar, no me puedo quejar.

—Señorita, el joven todavía se encuentra en el gimnasio junto a la señorita Smith. —doy por hecho que la señorita Smith es Lidia por lo que decido ir hasta allí para ver si terminan y así también puedo avisarle de que llegué y le doy las galletas.

Espero que las ame.

Cuando llego la puerta está abierta, no peto y eso me mete en un momento bastante íntimo, me reciben con una sorpresa.

Daan está sentado en su silla y Lidia... está encima de él restregando su culo por... Se me cae la bolsita —con las galletas dentro— al suelo y ambos se dan cuenta de que estoy aquí.

Lidia sonríe mientras Daan me mira sorprendido, recojo las galletas aunque quedan algunas migas y me voy corriendo de allí.

Soy capaz de escuchar el grito de Daan pidiéndome que espere pero me es imposible, tengo que salir de aquí antes de empezar a llorar.

No sé porqué esto me molesta, porque me siento decepcionada pero no lo puedo evitar. Ellos tampoco pueden darse cuenta de que me ha molestado aquello.

—Señorita, ¿no los ha encontrado? —se sorprende Almudena cuando me la cruzo por el pasillo.

—Sí, no te preocupes. Es que me voy a casa, me encuentro un poco mal. —sin darle tiempo para hablar cierro la puerta y salgo de allí.

Cierro también la puerta de mi cuarto cuando Oreo entra y me tiro a la cama, ahí me permito llorar por fin.

Mi perro me acompaña durante la media hora que pasó lamentándome por creer que era importante para Daan, al parecer solo había sido mi imaginación. Que me hubiera dejado ir a la piscina con él, no había significado nada; que me hubiera invitado a la cena, no había significado nada; que me hubiera regalado por navidad presentes, no había significado nada.

Nada había significado algo y yo de ilusa me había ilusionado con él.

No siquiera sé qué me esperaba de él, de nosotros. No tengo claro si lo que yo buscaba era una relación de vecinos, amigos o yo que sé.

Con la imagen de ellos dos liándose abro el paquete de galletas para comerme una, por lo menos había que aprovecharlas.

Recordé todos los momentos que pasamos juntos aunque pareciera una preadolescente con su primer amor de nuevo.

Si lo pienso así es, es mi primer amor.

La imagen de mamá y papá recorren mis recuerdos al morder de nuevo la galleta. Aquella noche que esperaba emocionada su llegada, y nunca llegaron, los lamentos de la abuela y el funeral. Recuerdo que tardé en darme cuenta de que ya no estaban.

Daan es especial y no lo puedo negar, para mí estás galletas son muy importantes y se las iba a mostrar como mi mayor regalo. Pero me equivoqué, él no siente lo mismo.

Entre las galletas encuentro la carta que le había escrito a mi vecino, en ella me confesaba porque creo que me gusta.

Ahora me siento retrasada por haber pensado en tener una oportunidad con él. Rompo la hoja de papel y la tiro por el cuarto sin importarme donde cae cada fragmento y continúo mojando la almohada por un rato.

Daan

—¿Qué coño pensabas? —le grito a mi fisioterapeuta. —¿Qué quieres conseguir con esto?

—¡Daan por Dios! Si no es nada. —se acerca de nuevo a acariciarme, la aparto de un manotazo. —Deberías agradecerme por ahuyentar a esa niñata. ¿Qué podría aportarte a ti?

—Estás despedida. —le digo alterado al no poder pensar en una solución mejor. Las lágrimas amenazan por salir y no me lo voy a permitir—. A partir de hoy no te quiero volver a ver en mi casa, ¿entiendes?

—Daan, ¡entiende de una vez que la única mujer que te puede hacer feliz soy yo!

Aunque intento alejarme e ir a ver si Irene me ha esperado, Lidia me impide hacerlo.

—Ninguna podría aguantarte. No te enamores de una chica que no está preparada para cuidarte, no ves que no te puedes valer por ti mismo. —sus palabras me afectan porque sé que es verdad pero intento que no lo note—. Daan, tienes que estar conmigo, yo soy la única mujer que te podría cuidar como te mereces. No una niñita que acaba de salir del instituto, ella no sabe cómo cuidarte. ¿A caso no te caíste la única vez que ella intentó ayudarte con la rehabilitación?

Lidia debería ser la que me motivara, ese es su trabajo, por algo tiene ese importante puesto entre todos los fisioterapeutas europeos. Ella es la mejor y aunque mi corazón se niegue a pensar en que lo que dice sea real, mi mente no puede parar de darle la razón.

En qué estaba pensando, nunca voy a volver a andar, que Lidia esté aquí para intentar que recupere algo de fuerza en las piernas no va a hacer que no vuelva a andar. Eso solo pasa en las películas y en esas malditas historias de amor siempre dan un rayo de esperanza a personas como yo.




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