Daan
—¿Qué ha pasado hijo? —mi madre entra en mi cuarto. No me sorprendo al verla porque con el silencio absoluto en él que me encontraba ya escuché como abría la puerta del garaje, como saludaba a Almudena y preguntaba por mí, como subía las escaleras y como anduvo hasta mi cuarto.
—¿La despediste? —le pregunto inmediatamente.
He pasado horas lamentándome. ¡Qué bien estaría si en vez de haber hecho rehabilitación con Lidia —que no me sirve para nada— hubiera estado con Irene pasando el rato! Todo estaría en su sitio y habría pasado tiempo con alguien que sí que me importa y que me trata como si fuera normal. Aunque no lo sea, no necesito que alguien me lo diga, ya lo sé no soy tonto.
—Sí, hijo. Mandé al hospital la petición de que la cambien por otro profesional. ¿Quieres que sea una mujer o un hombre? Si quieres lo especifico. —mamá siempre ha estado para mí. Antes y después de mi accidente, es la que más ha sufrido por todo y se merece el cielo pero no puedo más.
—No mamá, no quiero otro. —decirle esto me sienta fatal pero lo he pensado y después de terminar la primera fase en el hospital, cuando aprendí a usar la silla y cogí fuerza en los brazos, no he avanzado en absoluto. No tiene sentido gastar dinero y tiempo en esto.
—No te molestes, quiero dejarlo ya.
—Hijo pero, ¿qué pasó?
—Nada.
Mi madre se sienta en mi cama, donde estoy yo tirado, y me da una mano.
—Hijo, confía en mí. —pide susurrando—. No te reñiré si hiciste algo mal.
—Es qué me da vergüenza contarlo. —le confieso avergonzado mientras bajo la cabeza pero ella me obliga a levantarla.
—Hijo sabes que puedes confiar en mí. ¿Sí? Cuéntamelo. —mamá me logra convencer. Solo tengo que encontrar la forma de empezar para que el resto fluya, venga.
—El otro día —empiezo a contarle, ella asiente y muestra interés—. Irene me pidió un cursillo de natación.
—¿La llevaste a la piscina? —pregunta sorprendida. Desde el accidente la piscina es un lugar al que pocas veces he ido y cuando voy, voy solo.
—Sí. Bueno, pues fuimos a la piscina y nos metimos en el agua. En teoría ella no sabía nadar pero rápidamente me di cuenta de que aunque no era una experta, flotaba. Le pregunté por qué había mentido para ir a la piscina. Cuando casi la tenía confesando... —pauso para pensar cómo decirle ESO.
Irene me dijo que no se lo contara a cualquiera y ahora se lo iba a contar a mi madre. Lo siento, sirenita.
—Bueno, ella me avisó que mi... —mamá me anima a seguir pero qué palabra debo usar ¡por qué es tan difícil!
—Tuve una erección. —mis mejillas se tornan rojas de seguro y cierro los ojos temiendo su reacción.
—¡Eso es genial hijo! —se alegra teniendo la reacción contraria a la de Lidia— ¿Pero qué tiene que ver con la fisioterapeuta?
—Se lo conté. Pensé que era buena idea porque creí que ya sabes, era un avance. Pero se puso celosa y me dijo que ella también podía hacerlo. —sin darme cuenta empiezo a llorar—. Se sentó encima de mí y empezó a moverse, se restregó por mi cuarto y... justo llegó Irene.
—Oh, mi amor. —mi madre me abraza y no puedo definir ni igualar esta sensación que me produce, su abrazo es muy necesario ahora mismo.
Me pongo a llorar a aún más. Hacía muchísimo que no recibía apoyo de nadie y este abrazo me lo estaba dando todo.
—Nos vio y ahora ya no se quiere acercar a mí. —mi voz se quiebra.
—Y tú la quieres. —pienso que es una pregunta pero rápidamente me doy cuenta de que no.
La miro sorprendido con los ojos bien abiertos, es verdad que la veo algo borrosa por las lágrimas pero parece que le sale una sonrisita—. Ve a disculparte, ¿sí? Lo entenderá y podréis volver a ser amigos, ¡o Dios sabe qué más! —ríe y me da un golpe de cómplice en el brazo.
—Mamááá. —me quejo, pero le agradezco que siempre consiga sacarme de el hoyo en el que estoy—. ¡No me gusta! Además ya fui a pedirle perdón y a contarle lo que pasó. No me creyó.
—Seguro. —me mira con pillería.
—¡Sé seria!
—Dale tiempo, a veces todos lo necesitamos. —besa mi mejilla y se aleja de mí sonriendo, esta vez ya no me intenta dar a entender que pueden pasar otras cosas.
—Tu padre ya ha llegado, voy a bajar a cenar, si te apetece a ti estaremos en el comedor. Estaremos esperándote—sale del cuarto y me deja solo.
Ya es tarde y el día ha sido largo por lo que opto por acostarme e intentar dormir y no bajar. Aunque se me complica el conseguir conciliar el sueño y prefiero ponerme a trabajar en las acciones. Eso siempre me ayuda a olvidarme de todo.
Abro mi portátil y espero a que se encienda, cuando está me meto en la bolsa y miro como van los valores.
Desde que tengo dieciocho y desde que dejé los estudios he intentado ganar mi propio dinero y mantenerme a mí mismo, por lo que me dedico a ello. Ahora vivo con mis padres, pero en cuanto me sienta bien conmigo mismo me compraré algún lugar para vivir yo solo.
Quiero sentirme independiente y tengo el suficiente patrimonio como para poder independizarme. El dinero de los regalos de mis abuelos y otros familiares de cuando era pequeño ha ido creciendo y ahora es una buena cifra que al invertir he conseguido que aumente y aumente.
De eso es de lo que mis padres se sienten tan orgullosos pero yo no lo veo así. No creo que sea digno de admirar, literalmente todo el que quiera lo puede hacer.
Termino de comprobar todas las cifras, la rentabilidad y cierro todo.
Me acerco a la ventana para cerrar la persiana con el problema de que no puedo evitar mira hacia la casa de Irene. Hay varias luces encendidas y me planteo qué estará haciendo.
¿Cenará? ¿Dormirá? ¿Verá la televisión? ¿Pensará en mí al igual que yo pienso en ella?
Las palabras que dijo uno de los primeros días que hablamos vuelven a mi mente.
Su sueño es bailar con su novio y yo quiero ser ese novio.
Pero no lo puedo ser.