Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 17: Un Adiós en el Último Día

Irene

Estas últimas noches han sido magníficas.

Aunque es verdad que sigo sin poder dejar de pensar en Daan y eso me molesta pero al no tener que dormir con quince mantas encima he tenido mejor sueño que de costumbre.

La calefacción es el mejor invento del ser humano.

Puede sonar ridículo pero la casa tiene instalados, desde hace años, radiadores pero nunca se han podido usar porque no teníamos cómo calentarlos. Ahora, después de asegurarnos de que la instalación siguiera perfecta, con el regalo de Sofía, todo era mejor.

Me cuesta quedarme dormida por estar preguntándome a dónde habría ido Daan y tengo que admitir que tras conseguir arrancar la caldera esa tarde subí de nuevo a mi cuarto y pasé un buen rato al lado de mi ventana.

Sí, mirando a ver si volvía. Spoiler: no volvió.

Pero, ¿por qué marcharía justo antes de fin de año sin nadie? Él solo. Aún me lo pregunto todas las noches y no encuentro respuesta.

Por suerte en cuanto cojo el sueño no lo suelto hasta ahora, las diez de la mañana del último día del año.

He intentado no pensar en la posibilidad de que fuera a ver a la garrapata rubia, de fiesta o, a ver a su novia a Madrid pero con esta incertidumbre ya me imagino de todo. Se fue hace tres días y —que yo sepa— no ha vuelto.

Ahora mismo, si no estuviera peleada irá a preguntarle a su madre, o incluso se lo preguntaría a él mismo por mensaje o llamada telefónica. Pero no lo voy a hacer, no es bueno que descubran que me preocupo por él.

—¡Irene no te olvides del turrón blando! —mi abuela me avisa desde abajo mientras recuerda todo lo que debo llevar a la casa de la familia Jansen.

Al final sí se hará la cena en casa de los vecinos de enfrente como dijeron y ya están preparándolo todo para esta noche.

A nosotras nos tocan los postres.

La abuela sale de casa con un montón de polvorones y mazapanes y yo cojo el turrón blando, duro y de chocolate que compramos hace un tiempo para ahorrarnos la subida de precios de navidad y la sigo.

—Adelante señorita. —me invita Almudena con una sonrisa en la cara al llegar con los paquetes.

Sin dejar el abrigo voy hasta la cocina, allí huele a la comida que ya está casi lista. Encuentro la nevera y meto lo que llevo. Dentro ya hay un cordero grande con una pinta increíble (aunque seguro que su precio es mucho más impresionante), algunas verduras frescas y bonitas y langostinos con un color coral que me dan ganas de comerlos como están sin importar que estén más que crudos, alguno incluso se mueve un poco.

La cena ya está aquí, ahora me doy cuenta de toda la situación.

—Señorita.

Mierda. Cierro de golpe la nevera y me giro.

—Lo siento, solo estaba mirando. —rezo para que Almudena no me acuse delante de todos mi reacción a toda la comida que hay en esta despensa.

Si recapitulo, la expresión que tuve hace nada mirando a los langostinos muestra mi situación social sin necesidad de que abra la boca.

—Oh, señorita. No quería sonar así. —ahoga una risita que hace que me avergüence un poco—. Señorita solo quería preguntarle si tiene algo de tiempo para hablar.

Su semblante se vuelve más serio que de costumbre y me preocupa. ¿Qué habrá pasado para que quiera hablar conmigo?

—Claro, ¿qué te parece si lo hacemos ahora? Si no está ocupada, claro.

—Sí. Ahora está bien. Acompáñeme a el salón por favor.

La sigo por la casa hasta entrar en la sala de estar principal. De manera contradictoria, aunque la casa está llena de empleados que no paran de trabajar colocando todo está parte está libre. No hay absolutamente nadie que nos pueda interrumpir o distraer.

—¿Qué me quería contar?

Las dos nos sentamos frente a frente en los dos sillones individuales que hay en la habitación.

—Bueno, es sobre Daan.

Mis músculos se tensan al oír su nombre.

—¿Qué pasó? —intento no sonar desesperada pero no he visto a sus padres por aquí y hace mucho que se fue. ¿Y si pasó algo?

—No sé exactamente lo que pasó entre vosotros —empieza a decir y me doy cua ta de que habla de otra cosa muy diferente a lo que me imaginaba.

¡Y si había muerto en un accidente como mis padres!

No, no, ni pensarlo puedo.

—No es nada.

—No será nada pero te fuiste casi llorando de casa, lo vi. Y luego le vi a él.

—Yo... —no sé qué decir, no sé qué puedo decir para justificar mi enfado porque ni siquiera yo estoy segura de que mis decisiones sean las correctas.

—Solo te pido que le tengas paciencia. —parece sincera y decidida cuando habla, eso hace que medite sus palabras—. Conozco a Daan desde que nació.

«Yo crecí en un orfanato por lo que a los dieciocho me tuve que buscar la vida y esta familia me acogió. Fue unos años antes de que Daan naciera. Sus padres estaban muy ilusionados porque después de años de intento consiguieron un embarazo exitoso. Nació Daan, un pequeño prodigio»

Almudena empieza a contarme su punto de vista y se nota su sincera gratitud hacia sus jefes, me alegro por ella y aunque me parece mal querer saber más de Daan y no de ella le sigo escuchando hablar.

«Sus padres no dudaron en explotar sus talentos. Empezó en la piscina a los dos años y con el piano a los cuatro. No tardo en continuar con el saxofón, violonchelo y la percusión. En el agua era un delfín, un Tritón. No te puedes imaginar que futuro tenía ese pequeño niño que por desgracia creció. Pero yo lo conozco bien, al fin y al cabo siempre he estado a su alrededor. Era un niño estupendo, risueño, inteligente, educado. Y sigue siendo un buen chico, por lo menos ahora. Tuvo su época rebelde influenciada por los que decían ser sus amigos pero por lo menos seguía motivado con la natación y eso hacía que no tuviera una vida tan... poco sana»

La natación, todos esos trofeos que he visto en las paredes de su cuarto. Es verdad que podía imaginarme solo con verlos lo bueno que era pero que alguien me lo confirmara aumentaba mis expectativas hacia él. Debe volver a nadar.




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