Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 18: Tu propio Rol

Irene

Mi teléfono no para de sonar y yo estoy ocupada con el número dos, vamos que estoy en el baño en proceso de defecar y ¡Dios es que no para de llamar!

Tiro de la cadena y me lavo las manos.

—Ya voy, ya voy. —Digo como si la persona me escuchara mientras me acerco a mi cama para coger el teléfono.

Espero que sea importante.

Miro al teléfono y veo en la pantalla: Número oculto.

¿Será Daan?

Con ganas de que sí lo sea lo cojo rápido.

—¿Dígame? —contesto, igual es Daan que no cree que si veo su nombre en la pantalla lo coja.—¿Dígame? —repito al solo escuchar suspiros al otro lado de la línea.

Pienso en quién podría ser: algún familiar felicitándome las fiestas, Víctor con una broma, Daan —soñando— o algún conocido pero ¿por qué no responde?

—Oiga voy a colgar. —le aviso.

—Irene. —me sorprendo al escuchar su voz y abro los ojos al completo —Perdón por no haberte hablado antes. Supuse que si sabías quién era no lo cogerías. —no me lo puedo creer.

Laura.

Sí, mi amiga, mi vecina, la que está en Madrid.

Esa Laura, me está llamando por teléfono.

—¿Para qué me llamas? —le pregunto con voz seca. —¿Cómo conseguiste mi número?

—Me lo pasó Víctor, no te enfades con él. —se apresura a decir—. Insistí mucho. —Me lo creo. Aunque lo niegue la conozco muy bien y ella también me conoce, sabe que me enfadaré igual—. ¿Qué tal?

—Bien. Todo lo bien que se puede después de que tu mejor amiga te mienta y se marche sin avisar. —insinúo enfadada, siendo poco discreta—. Muchas gracias por preguntar.

—Era para felicitarte por el año nuevo. —suena avergonzada pero no estoy de humor ahora.

Llevo unos días mosqueada con lo de Daan y esperaba una llamada de mi vecino, no de ella.

—Mira, Irene yo no quería...

—No te preocupes, estamos todos los vecinos bien. —le interrumpo—. Fernando fue operado de corazón, ahora está bien; Edelmira hizo las pruebas de esfuerzo, le dieron favorables y Juana consiguió vender el monte que tenía arriba en el pico por lo que ha podido pagar la deuda del agua. Pero bueno, hasta tú estás mejor, ¿no?

Laura no habla.

—¿Sabes? Se ha mudado una familia a la que era tu casa. Bueno, más o menos, ya no está el edificio lo tiraron y construyeron otro. Son encantadores y me llevo muy bien con ellos. —le cuento con malicia para hacerla sentir mal—. No ha pasado mucho más. Ya sabes, el pueblo es pequeño. Seguro que por Madrid la vida es mucho más emocionante, ¿no?

Recuerdo todo lo que hemos vivido juntas y me entran ganas de derrumbarme. Éramos muy unidas.

Cuando me dijo que nunca se iría en la poza mientras nos bañábamos y nos quejábamos del calor que hace en verano aunque en realidad lo amáramos, que nos quedaríamos las dos en el pueblo. ¡Íbamos a ser la esperanza de las pocas personas que quedaban para no hacer que esto desapareciese!

—Irene, yo... Lo siento. —se disculpa.

—Que bien. Pues si no tienes nada más que decir aquí tenemos mucho trabajo. Ya sabes, la cena de año viejo. —no responde como siempre. Me ha llamado ella pero la que habla soy yo—. Tengo que colgar, es bueno saber que sigues viva pero mejor ya no me llames.

Mi furia acumulada desde hace meses sale y aunque a los pocos segundos me arrepiento ya está dicho, no lo voy a retirar.

Cuelgo.

Entro en Whatsapp y busco el chat de Víctor. "Te has lucido" le escribo.

Apago el teléfono móvil y lo dejo donde estaba. Buscaré a la abuela, se acerca la hora de bajar a la cena y aún no sé qué ponerme.

—¡Nana! —grito al no verla en su habitación.

La busco por el resto de la casa. En el baño, la cocina, el salón, el jardín, el huerto.

Nada, no está.

—¡Abuela! —subo a mi habitación a ver si está allí pero me paro frente a la puerta abierta del cuarto de mis padres.

—Nana. —la abuela sostiene un marco de fotos y está sentada en la cama en la que dormían papá y mamá.

—Los echo de menos. —levanta la cabeza y deja de mirar a la imagen para mirarme a mí.

—Nana.

Me acerco a abrazarla y el suelo cruje al moverme. Pero me da igual.

—Yo también.

—¡Fue tan injusto! —se lamenta y el canapé chirría—. Toda una vida por delante, una niña a la cual criar. No se lo merecían.

—Lo sé. —Nos abrazamos y las dos miramos la foto. En ella salimos los tres.

Mamá, papá y yo.

Sonreímos a la cámara y detrás tenemos una de las pirámides más grandes del mundo, en el último viaje que hicimos juntos: Egipto.

—No fue su culpa. —le recuerdo. Aunque realmente no lo sé.

Era pequeña y mis abuelos no me lo quisieron contar. Se que fue un accidente pero nada más. Todo para mí es una incógnita y ahora mismo no estoy lista para preguntarlo. No estoy lista para saberlo todo.

—Ponte algo de tu madre, te quedará bien. —me recomienda mientras se acerca al armario cerrado con llave. No puedo evitar pensar en cómo me conoce, sabe que venía desesperada a preguntarle por qué ropa ponerme y no siquiera he dicho nada que tuviera relación—. Hay un montón de ropa que ella guardó para tí. Elige algo y póntelo.

Me acerco con cuidado al armario. Usar la ropa de mi madre me causa respeto y también siento que si soy algo brusca me lo cargaré todo. Es ropa muy especial para la abuela y quizás la manche, la rompa o incluso pierda algo.

Tengo que tener cuidado con ella.

—¿Qué te parece este? —Saco del armario un vestido rojo.

Es asimétrico y lleva la espalda descubierta. Si voy a usarlo tendré que ponerme algo encima para no congelarme mientras cruzo la calle. —Es bonito. Pruébatelo. El rojo da suerte en fin de año.

—Nana, eso es la ropa interior roja.

—Bueno, si quieres busco algo, seguro que hay por algún lado.

Mi abuela me da intimidad y sale en busca de esa ropa interior color rojo. Me saco la ropa para cambiarme, quito el vestido de la percha y me lo intento subir. Me cuesta algo porque es bastante ceñido pero cuando lo consigo la llamo para que me ayude a hacer las lazadas que necesita para ajustar la espalda.




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