Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 20: Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si

2/2 Yes, doble para hoy :)

Irene

—¿Vienes a tu primera clase? —Daan me recibe en la puerta. Es la primera vez que lo hace y que no es un empleado o sus padres los que aparecen. Le sonrío mientras escondo mi sorpresa en la espalda.

—Sí, pero primero unos churros con chocolate de desayuno. —muestro la bolsita en la que está el dulce.

—¡Oh!

—Lo ha preparado mi abuela, es tradición de año nuevo.

Me deja pasar y cierra la puerta justo después. Está mañana es fresca y como no, hay calefacción.

—En mi casa se lleva más lo de ver el concierto de Viena pero si lo ha preparado la señora Manuela no se le puede decir que no. — mientras habla me quito el abrigo y Daan va hasta la cocina.

—Ve yendo al comedor, ya voy yo a por algo en lo que servirlo.

Hago lo que pide y llevo la comida hasta la mesa.

—¡Aquí estoy! Un plato y dos tazas. —Daan coloca los utensilios en la mesa y yo abro la bolsita con churros. Dejo los dulces en el plato y vierto el chocolate en los recipientes.

—¿No has desayunado? —me pregunta.

—No, ¿tú sí? —asiente mientras toma un churro. —¿Y por qué comes más?

—Ya lo he dicho. Si es de tu abuela se come y punto—. Además desayuné hace más de dos horas, luego entrené algo y ya me apetecía tomar algo, ¡mi estómago ya tiene hambre! —sus palabras me sorprenden—. ¿Qué? ¿Pensabas que era un vago?

—¿Has madrugado? —le pregunto y sonríe.

—Hábitos de año nuevo. Además dijiste que sacara algo de voluntad. —sonrío al ver cómo recuerda lo que dije.

—¿Cuáles son tus propósitos Sirenita?

—¿Qué? —le pregunto yo.

—¿Qué?

—¿Sirenita? —pronuncio a regañadientes.

—Irene, Irenita, Sirenita. Es un apodo bonito, me recuerda a la natación. —lo miro y veo la pillería en su expresión facial.

—Claro, ¡qué inocente! —no decimos nada más pero con solo mirarnos sabemos perfectamente qué estamos riendo por dentro.

Sirenita, ¿así me va a llamar a partir de ahora?

—Yo no te tengo un apodo. —digo antes de comer otro churro.

—No te preocupes. Ya lo encontrarás. —me consuela gracioso—. ¿Quieres el último? —Señala al plato, solo queda un churro.

—Tómalo tú. Parece que te encantan.

—Voy a tener que volver a entrenar, esto es muchísimo. –me río con él.

Está muy bien de físico ¿le preocupa comer unos pocos churros?

—No es necesario que te prives, estás bien así.

—¿A sí? —Daan levanta una ceja y al final sí coge el churro.

—Ajá. —mis mejillas como siempre me dejan en ridículo con su color y está vez no fallan. —¿Vamos ya? Quiero empezar con el piano.

—Vamos, pero primero hay que lavarse las manos. —me pide—. Los churros tiene grasilla y no quiero manchar las teclas. ¡Sabes lo que cuesta quitar las marcas!

Durante la subida en ascensor no nos cruzamos con nadie, ni siquiera en la cocina y me extraña porque hace a penas unas horas está casa parecía un restaurante a hora punta.

—¿No hay nadie? —no evito preguntar.

—No. Mis padres están en un desayuno familiar que hacen cada uno de enero, la organiza mi abuela paterna en su casa. Van todos. —me explica.

—¿Y tú no has querido ir?

—Ya sabes como me tratan. —las puertas del ascensor se abren y lo sigo hacia algún lugar. Él me guía hacia la puerta de al lado de su cuarto.

—Es una pena que no puedas disfrutar de tu familia por dos idiotas —me quejo—. Ojalá yo tuviera una tan grande. Solo tengo a la abuela y algún primo muy lejano, pero nunca vienen a vernos.

—No siempre es tan bonito. —Daan abre la puerta y dentro veo todo tipo de trastos. Desde pelotas de pilates, hasta un trombón.

Y también un piano de cola.

—Hay cajas que quedan por deshacer de la mudanza. —dice Daan mientras inspecciona la sala.

—El piano está perfecto.

—Esta bien, sí. Siéntate. —le hago caso y tomo asiento frente al instrumento.

La piel se me acaba de poner de gallina.

Voy a tocar un piano, como mamá.

—¿No sabes nada? —me pregunta mientras saca algunos papeles de carpetas.

—Aprendí algo en el conservatorio, solo solfeo. Fue hace mucho no sé si me acordaré.

—Aquí tienes canciones con las que empecé. —las hojas que sacó son partituras. Junto a las notas hay palabras. La primera es una canción infantil popular.

—Sol está aquí. —pulsa la tecla que hace que el piano suene. La misma que la partitura pone como primera nota.

Mi corazón se acelera y no es por su cercanía, a eso se va intentando acostumbrar. Es por la nota que retumba en toda la casa.

No me lo creo.

Mamá, aquí estoy. Frente a un piano.

—Si y La. —me indica mientras suenan a la vez las notas que dice.

La canción solo lleva esas tres notas por lo que coloco mi mano en las tres teclas y con su ayuda empiezo.

—Si, La, Sol, La, Si, Si, Si. —Va diciendo mientras intento no liarme.

La línea acaba y paro antes de continuar con la siguiente.

—Bien.

—¡No es verdad lo estoy haciendo fatal!

—¡Qué va! Venga, sigue. La, La, La.

Continuamos y él me ayuda pulsando otras teclas con la misma melodía en un tono más grave, saco la lengua como si eso me fuera a ayudar a hacerlo mejor y de vez en cuando mojo mis labios algo secos.

—La, La, Si, La, Sol. —termina la melodía Daan.

Soy un desastre, no he acertado ni una.

—¡Qué difícil! Los dedos se me enredan y me confundo. —me quejo.

—Venga, repítelo. Es sencillo. —me anima a continuar. —Mientras yo voy a buscar una cosa.

Empiezo a tocar mientras Daan va en busca de algo por la sala. Intento centrarme en los dedos pero varias veces no doy con la nota adecuada. Algunas veces hasta olvido que tecla es cada una.

Tienes que hacerte la prueba de dislexia, Irenediota. Estás siendo ridícula.

—Los encontré. —paro de tocar cuando Daan se acerca a mí con unos paquetes en las piernas. —Estos son gomets. —señala a una de las cajitas que lleva—. Mi profesora siempre me los ponía para saber dónde estaba el Sol.




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