Rodando hacia tu corazón | Hacia algún lugar #1

Capítulo 21: El Primer Paso hacia lo Desconocido

Daan

—¿Y hora que voy a hacer don delfín? —le pregunto a el peluche más hermoso del mundo. Mi pequeño delfín, regalo de él último campeonato que nadé. Me lo dieron al ganar el oro en doscientos libres masculinos—. ¡No me mires así! Es difícil, ¿Sabes?

Me tiro hacia atrás y descanso mi cabeza en la almohada de mi cama.

—Claro que quiero ir pero es que joder, no sé. No puedo. —agarro al trozo de relleno para acercarlo a mí—. ¡Ayúdame, necesito una opinión! —al agitar el regalo cae el ramillete de flores que lleva atadas a la cola. También me lo regalaron aquel día.

—Se me ocurre una idea. —me alegro y se lo cuento al animal acuático inerte como si me entendiese y se fuera a alegrar también.

—¿Voy? —cojo una de las flores y como si fuera un adolescente en el amor empiezo a sacar pétalos uno a uno.

—Voy.

—No voy.

—Voy.

—No voy.

—Voy.

—No voy.

—Voy.

—No voy.

—Voy.

Me quedo sin más pétalos disecados para sacar y la sangre me baja a los pies.

—¿Voy señor Delfín? ¡Quieres que vaya!

Mi actitud se levanta y aunque mi cuerpo (obviamente) no lo hace llamo a Irene.

—Voy a ir.

Mala decisión, ahora no sé qué hacer.

Estoy ya tras la puerta principal de mi casa con las llaves en una mano, preparado físicamente para salir pero no psicológicamente. Todo lo contrario, creo que me voy a desmayar.

Estoy al borde de un ataque de pánico.

¿Y si el autobús no tiene rampa?

¿Y si molesto al conductor por hacerle bajar la rampa?, ¿o a los viajeros?

¿Y si Irene se arrepiente y se avergüenza de ir conmigo?

¿Y si Víctor se ríe de mí?

¿Y si fuera más seguro de mí mismo?

¿Y si no la hubiera cagado?

¿Y si hay miles de "y sí"?

Todo sería diferente si no hubiera arruinado mi vida y la de más familias. Sería mejor, yo sería normal y no tendría esos "y sí".

Mi teléfono suena, seguro que se arrepintió, llaman a la puerta antes de mirar el mensaje.

Irene está aquí.

El pánico se incrementa.

¿Por qué dije que sí?

—¿Listo? —me pregunta la chica que tengo enfrente, niego inconscientemente—. ¡Vamos, lo pasaremos bien!

—No fue buena idea, lo voy a estropear. Ve sola. —Irene resopla. Se da cuenta de mi miedo, soy demasiado obvio y ridículo. Quiero llorar, pero no puedo hacerlo delante de ella.

—Daan no te preocupes tanto, a Víctor no le va a importar nada si eso es lo que te incomoda.

Intento creerle pero mi inconsciente me repite, una y otra vez, que no es verdad.

Qué Víctor, el conductor, los pasajeros e incluso Irene van a acabar riéndose de mí esta tarde.

¡Ni siquiera pude tomar los callos que preparé para comer por el nudo que tenía en el estómago!

—Víctor ha propuesto ir al cine. —su declaración me asusta, yo no puedo ir al cine. Se van a reír de mí.

Irene se da cuenta de mi preocupación.

—Tranquilo, le dije que mejor para otra ocasión. —vuelvo a respirar con tranquilidad—. Además hoy no está abierto. Iremos como mucho al parque o a la chuchería del barrio. No te preocupes, solo quiero que lo conozcas.

Irene me sonríe y en un momento de fuerza —que poco dura— acepto. Cojo una bolsa con productos básicos que preparé hace un rato y al salir cierro la puerta y conecto la alarma.

—Vamos, quedan apenas diez minutos para que llegue el autobús y aún hay que subir. —comprueba en el teléfono que le regalé. Ya se hace a él, estoy orgulloso de mis dotes de instructor. —menos mal que se me ocurrió salir con tiempo, sino no llegábamos.

Le sigo hasta la carretera principal, esa por la que hace unas horas había pasado para llegar a casa del cementerio en el que está enterrado mi amigo. Aún suena irreal decirlo, irreal que esté muerto.

La cuesta arriba me cansa, tengo que luchar contra la pendiente para no acabar abajo del todo. Irene va un poco más adelante que yo. Andando ligera. Mientras, yo intento no morir en el intento de llegar a la parada. Mis brazos no han conseguido aún la fuerza suficiente como para que yo pueda moverme con tanta agilidad, soy bastante torpe y puede que acabe en lo más bajo de la ladera si no consigo un poco más de impulso.

—¡Ay, perdona! —lamenta Irene cuando gira la cabeza para mirarme. Puedo apostar mis ahorros a que parece que acabo de hacer un maratón.

Me está costando mucho más de lo que esperaba. —¿Quieres que te ayude? —se ofrece acercándose a la silla.

Ojalá poder decirle que sí, pero mi orgullo lo impide.

—No, no, ya voy yo. —le sonrío y ella continúa caminando. Me siento aliviado y decepcionado conmigo mismo a la vez.

Realmente no me está siendo fácil, ¿por qué no soy capaz de pedirle ayuda si la necesito?

—Faltan unos dos minutos. A ver si no se retrasa. —pide ella cuando llegamos a la "parada", literalmente no es más que un poste pero bueno, a ver si no nos llueve.

—¡Ahí está! —se alegra cuando ambos vemos llegar al bus azul y amarillo.

Mis nervios aumentan y el corazón me va a mil cuando frena el vehículo justo frente a nosotros.

—¿Puede bajar la rampa, por favor? —pide Irene al conductor cuando abre la puerta. Mi tensión aumenta, estoy siendo un maldito estorbo

—Sí, por favor. —escuchó decir a la chica, ¿va a bajar la rampa?

Irene me mira y sonríe.

Una sombra se mueve por dentro del autobús hasta llegar a la puerta trasera. La persona parece que mueve algunos objetos y luego vuelve a delante. Un hombre baja, se acerca a mí y le saludo demasiado tímido para mi gusto, desde que pasó el accidente soy ridículo. Mi voz tembló demasiado, soy un estorbo. Está perdiendo mucho tiempo en hacer todo esto, solo para que yo pueda viajar.

Debería quedarme y no molestar más.

Poco a poco la rampa va bajando. No me pude dar cuenta de cómo la sacó al estar comiéndome la cabeza con mis cosas. Avanzo a la plataforma y con un mando a distancia el conductor me eleva. Me fijo en cada expresión que tiene, está serio y se muestra desinteresado pero en un momento resopla.




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