Irene
—No sabía que te gustara la misma música que a Víctor. —hablo sincera cuando ya estamos tranquilamente en el autobús de vuelta a Gramedo.
—¿K-pop? No me gusta. —suelta una pequeña sonrisa—. Solo es que escucho literalmente de todo. Y después del accidente aún más, pero me gusta prácticamente todo lo que incluya instrumentos. Rock, Jazz, Pop, Baladas, Heavy metal, K-pop, Rap, Reggaetón... o música clásica. Me da igual.
—Entiendo. Yo soy más de pop en español y ya. —confieso.
—Respetable. —nos miramos y sonrío como si fuera tonta. ¿qué me pasa?
—Oye controla la parada. —avisa Daan después de salir de la autovía.
—Sí, no te preocupes. No se me va a pasar.
—Bien.
Me da la impresión de que quiere establecer una conversación y no sabe cómo hacerlo. En cambio se coloca unos airpods y entonces yo lo imito y pongo los míos, así pasamos el resto del viaje sin hablar.
—En la siguiente bajamos. —le aviso mientras sigue escuchando música. Yo ya guardé todo porque sé que estamos muy cerca.
—Se está poniendo negro, ¿crees que nevará?
—No lo sé, no miré la predicción. —asiente y sigue con lo suyo hasta que llegamos al pueblo.
—Muchas gracias. —le dice Daan al conductor cuando le ayuda a salir de la rampa de acceso a usuarios con silla de ruedas.
Bajamos al pueblo por el sendero que lleva a la capilla.
—¿Te vas ya para casa? —me pregunta con tristeza.
—Iré. Mi abuela estará ya a punto de acostarse. —le sonrío para sentirme mejor. No sé porque me sienta mal separarme de él.
—Bueno. —murmura.
—¿Por? —le pregunto y él me mira extrañado. —¿Por qué preguntas?
—¡Ah! Pensé que como estoy solo pues podíamos hacer una fiesta de pijamas.
—¿En serio? ¿Una noche de chicas sin que seas una chica? —le pregunto y no puedo evitar recordar a Laura. Con ella hacía esas noches de mantita, peli, chocolate y chisme.
—Lo sé, es una tontería.
Daan me acompaña por la acera a mi casa hasta que nos paramos frente a mi puerta. Llegamos al lugar donde tenemos que separarnos.
—Bueno, pues hasta mañana. —sonríe falsamente y se gira sin esperar a verme entrar.
En cambio, yo sí me fijo en él mientras saca las llaves, mete la correcta en la cerradura y por último, cierra la puerta. Ahí me decido a entrar a casa.
—Abuela, llegué.
Como siempre Oreo me persigue por la cocina. Es don "mírame a mí". Un celoso empedernido.
—Hola, amor. ¿Cómo has estado? —le acaricio las orejas mientras intenta lamerme la mano.
—¿Dónde está nana? —le pregunto al no verla por ninguna parte—. ¡Abuela! —le grito y no escucho una respuesta—. ¡Abuela! —me decido a subir las escaleras.
Probablemente esté en su cuarto porque a estas horas no suele salir fuera de casa.
—¡Abue-
La encuentro en el baño.
Dios mío. ¡Está sordísima!
—Abuela ya llegué. —le repito.
—Irene, cariño mío. No escuché como subías las escaleras. ¡Casi me da un infarto! —me riñe.
—Lo siento mucho. No quería asustarte. —respondo con ironía. —Quizás deberías ir a ver si hay algún aparato para oír mejor barato.
—Tonterías. Oigo lo que quiero oír. Lo que no, no. —se justifica—. Anda, déjame pasar que ya me es hora de dormir. —me aparto de la puerta del cuarto de baño y le permito pasar a su habitación.
No me ha hecho ni caso, ya lo sé. Es cabezona, como yo. No la voy a juzgar por ello.
Junto a Oreo me meto en mi cuarto. Ya no hay nada más que hacer por aquí. Solo intento hacer el mínimo ruido posible para que la nana no se despierte, agarro mi teléfono y enciendo la luz.
Me tiro en la cama y Oreo hace lo mismo en busca de unas caricias.
—Espera, deja levantarme. —le pido a mi can. Me he dejado la ventana sin cerrar.
Me acerco a ella y me acuerdo. Daan. La luz de su cuarto —la única encendida— me recuerda que está solo.
Ve, Irene. Me pide el corazón.
Pero no sé, no puedo.
Hace mucho que no paso la noche con un chico. Si descarto a Víctor se podría decir que nunca he dormido con un ser humano del género masculino. Pero por alguna razón quiero cruzar la calle y pasar la noche entre los fuertes brazos de mi vecino.
Eso es malo.
—Oreo, lo siento. —me disculpo con él—. Los mimos serán mañana chico.
Me coloco unos zapatos y meto en una bolsa un pijama, bragas y las zapatillas. Arropo a mi Samoyedo y salgo de mi habitación sin dejarme el móvil y el cargador.
—Abuela. —la llamo otra vez mientras peto en la puerta de su cuarto—. ¿Puedo ir a pasar la noche con Daan a su casa?
Nana ya acostada me analiza de arriba a abajo. Sé lo que tiene en la mente.
—No vamos a hacer nada indebido. —omito el hecho de que está solo para evitar más sospechas y así poder tener más oportunidades de que me dé el permiso.
—Supongo que puedes pero espera. Ven. —mi abuela se incorpora un poco yo mientras camino hacia su lado—. Toma. –me ofrece una caja. Condones.
—¡Abuela, que te digo qué no lo vamos a usar! —me avergüenzo.
¡Dios no puedo llevar esto!
Espera, espera, espera. ¿Mi abuela de ochenta años tiene condones en la mesilla siendo viuda?
Olvidaré este momento por mi salud psicológica. Acepto la caja y sin fijarme mucho en sus características la meto en la bolsa. Luego ya los esconderé para no tener que llevarlos.
—¿Ahora puedo ir?
—Sí, pero recuerda que hay que llevar globitos siempre a las fiestas. —me giña un ojo y yo me desespero. Da igual como se lo diga, va a seguir opinando lo que le plazca.
—Bien, me voy. Duerme, lo necesitas. —le pido—. Oreo queda en mi cuarto. Le dejé a Zanahorio para que se entretenga, si te molesta quítaselo.
Zanahorio es un juguete de mi perro, hace sonidos al ser apretado pero son lo suficientemente débiles como para que mi abuela no los escuche desde la cama.
Sin avisar de mi visita timbro.
Como era de esperar no me abren la puerta rápido sino que tengo que esperar a que Daan baje en el ascensor desde la tercera planta para que suceda.