Irene
Oreo como siempre se ha quedado dormido encima de mí impidiendo que yo me pueda mover a gusto por mi cama que hoy se siente especialmente suave, mullida y grande. Además hoy tuve buenos sueños, estaba sobre una nube... con Daan al lado. Los dos saltábamos de un lado a otro.
Intento moverme de nuevo buscando algo de hueco para respirar pero no lo consigo, es muy pesado. Debo dejar de darle esa marca de chuches, voy a acabar con él si sigue subiendo de peso tan seguido.
Y encima me parece que ya está vivo porque... ¿su cola me está golpeando el culo? No sé. No lo entiendo. ¿Es un sueño?
¿Qué es?
—¡Bebe! —escucho de lejos—. ¡Ya estamos en casa! —es una mujer. Conozco su voz pero en este momento no logro descifrar de quien se trata.
Otra vez, me golpea el trasero. ¿Qué está pasando? ¡Yo solo quiero seguir saltando en las nubes!
Me intento mover de nuevo, algo jadea. Unos brazos me agarran y me impiden escapar.
—¡Ah! —un grito agudo me despierta antes de ser yo la que grite asustada. Me siento sobre la mullida superficie en la que estoy y me quito la manta que tengo encima. Estaba durmiendo, ¿fue un sueño?— Lo siento. Lo siento, lo siento.
Me ubico, la habitación de Daan. Estoy en la habitación de Daan. En pocos segundos pasa por mi mente la noche de ayer. Los juegos de mesa, el hecho de que no gané una sola vez y también la caja de condones.
Oh, no. ¿Habré guardado los condones? No me acuerdo.
Miro a la puerta. No puede ser. La madre de Daan.
Espera. Estoy en la cama de mi vecino y lo que estaba sobre mí era ¿Daan?
¿Y lo que me golpeaba cada poco era?
No.
Giro mi cabeza y veo lo que ve Sofía desde la puerta.
Sí, no era mi imaginación. Daan me estaba golpeando con su miembro en el culo.
No era Oreo.
Rápidamente tapo la zona abultada y mojada del cuerpo del chico que sigue durmiendo como si nada ocurriese.
Sofía se va con una expresión de shock y las manos sobre la boca. Me quedo yo sola al frente de la situación. Con una mano aguantando mi frente por la sorpresa me replanteo la existencia y me doy cuenta de que acabo de perder lo que me quedaba de dignidad.
Parece ser que Daan no se acordó de decirle a su mamá que había noche de pijamas y chisme.
—Daan, Daan despierta. —intento despertarlo agitando su cuerpo.
—Sirenita, solo un momento más. —me ignora, se gira hacia el otro lado y continúa durmiendo.
—Daan despiértate. ¡Es importante! —vuelvo a intentarlo.— ¡Daan! —le grito.
—¿Qué pasa? —se asusta y abre los ojos de golpe.
—Tu madre está aquí.
—¿Y qué pasa? —con algo de pereza se sienta contra el cabecero.
—Nos ha visto.
—¿Y cuál es el problema? Le diré que hicimos una noche de películas —se tranquiliza y le da poca importancia. Casi consigue volver a tumbarse para dormir de nuevo pero yo me encargo de frenarle agarrándole de un brazo.
—No es posible. Ella ya lo vio. —lamento.
—¿El qué? —me pregunta y yo señalo al edredón.
Daan me mira confundido y curioso levanta la tela para ver lo que su madre y yo ya vimos.
Aunque ya no estaba tan abultado, la zona sigue mojada.
—No. —niega sin creérselo. Yo tampoco me lo quiero creer—. ¡No me digas que... No, imposible!
—Dímelo a mí. Yo tampoco me lo creo. ¡Voy a tener que salir por la ventana! —lloriqueo demasiado estresada. Ahora mismo no ve viene bien todo esto. Tengo la mente saturada y no se me ocurre ninguna idea brillante para sobrellevar está situación.
—No, saldrás por la puerta. —impide que sueñe con mis planes cuestionables. Si me tiro de aquí, me mato fijo—. Voy a lavarme la cara. Luego bajaremos juntos a desayunar. Si mamá está en casa es que los empleados ya están de vuelta, seguro que no será tan difícil de explicar. —acerca la silla de ruedas y se sube. Con una mano le da a la rueda, la otra la usa para tapar su entrepierna—. Se lo explicaremos. Lo de la noche, lo otro no. Haremos como que no pasó. Darla por loca será lo más sencillo. —entra en el cuarto de baño pero deja la puerta abierta.
—¡Pero es terrible! Es que nos ha visto. ¿Ahora que va a pensar de mí? —me levanto y me acerco a donde está el chico.
—No te preocupes. Lo solucionamos. —abre el grifo y se lava la cara. Aún así sigue hablándome. Yo ya no sé qué hacer, donde ponerme, qué pensar. No sé cómo puedo arreglarlo.
Debería haberme quedado en casa.
Si te sirve de algo Irenediota, por lo menos no vio los condones.
—¡Daaaan! ¿Qué voy a hacer? No me van a dejar entrar de nuevo a tu casa. —pronunciar en alto esa idea, que quizás no me dejen ver más a Daan me nubla la vista y hace que me tenga que sujetar a el marco de la puerta—. Yo quiero seguir viniendo.
Mi amigo sale del aseo y se acerca.
Amigo, que mal suena.
—No se me ocurre nada más, es muy temprano y estoy despertando pero cuando se me ocurra alguna idea brillante te la diré. Ahora podemos bajar, desayunar y hablar con mi madre. —insiste cuando ya me he relajado un poco.
—Bajaremos. —asiente, yo lo miro fijamente intentando creer que todo el plan puede funcionar—. Hablamos con tu madre.
—Ajá.
—Y... ¿ya está?
—S-Sí, eso espero.
Después de más o menos quince minutos mi vecino sale de su habitación con un chándal puesto. Ya se peinó y se ve mucho más despierto que antes.
Yo estoy esperándole en el hall, justo en el mismo sillón donde se sentó Eduardo cuando lo vi en su despacho.
—¿Necesitas volver a la habitación? —niego cuando me lo pregunta. Ya me cambié en el baño del pasillo y guardé el pijama en la bolsa que traje. —Entonces podemos bajar. Ya estará listo el desayuno.
Me tenso. Es verdad que acepté hacerlo pero, creo que no puedo.
—Si te va ser incómodo me puedo ir ya para casa. —intento evitar ir a el comedor, tener que saludar a su madre. O aún peor, tener que decir qué pasó.