Rohaihu Roheka

Bienvenida

Despertó sobresaltado. Todo estaba bastante oscuro y silencioso.

Estaba en una habitación pequeña, en una cama estrecha. Había otra cama, separada de la de él por una mesita. La cama estaba perfectamente arreglada, y a sus pies había una pila de ropa.

La habitación tenía sólo una pequeña ventana entornada, por donde entraba una leve brisa.

Su primer pensamiento fue que había sido secuestrado.

Luego recordó y tuvo que reírse por lo loco de su situación.

Estaba en un hospital cerca de ese caos sucio de Ciudad del Este, pero no recordaba cómo llegó a esta habitación.

Se agarró la cabeza, no le dolía pero si le dolía el orgullo. ¿Seguramente un montón de monjas no arrastraron su cuerpo maloliente hasta esta cama?

Se sentó despacio, bajó los pies y los apoyó en el suelo. Estaba frio y eso fue placentero, había sentido tanto calor ese día que olvidó lo hermoso que era el frio. Nunca mas se quejaría del clima de Inglaterra.

Se puso de pie y todo dio vueltas hasta que su cabeza se estabilizó, y dio dos pasos para abrir la ventana de par en par. Afuera había una especie de parque, con un par de niños que jugaban descalzos con un camión de juguete. Uno de ellos lo vio, lo saludó con una mano y él respondió.

Mas allá de ese pequeño parque, estaba la selva. Podía ver los árboles, altos y tupidos, los pájaros revoloteando y esa tierra roja como el fuego.

De repente sintió un ánimo de aventura, y también mucho miedo. ¿Cuántos animales salvajes habría allí? ¿Y cuantas cosas exóticas que jamás vio?

Deseó que la gente que trabajaba en este hospital no cortara sus ganas de experimentar y a la vez deseó que no lo enviaran allí bajo ninguna circunstancia.

Se restregó los ojos, sintió que su estómago gruñía y miró la hora en su teléfono que milagrosamente, aún sobrevivía con la última línea de batería en el fondo del bolsillo de sus bermudas.

-¡¿Las seis de la tarde?!

Buscó sus sandalias, estaban prolijamente dispuestas junto a la cama y se las puso.

Miró la cama contigua, la pila de ropa doblada alli era ropa de hombre, pero no de su talla, sino bastante más grande. También habia una silla con más ropa, no tan cuidadosamente doblada. ¿Quizás tendría un compañero de habitación?

Su estómago gruñó otra vez y abrió la puerta de la habitación dispuesto a buscar algo para comer. Se encontró con un pasillo que olía a desinfectante y que tenía ventanas con cortinas corridas, pero no había nadie por ninguna parte,sólo puertas, todas iguales y cerradas.

-¿Hola? -saludó, esperando oír una respuesta. Oyó una puerta cerrándose a lo lejos pero nadie apareció.

Nervioso, miró nuevamente en su habitación y luego al pasillo. Sintió miedo de estar metido en alguna pesadilla donde la salida nunca era encontrada.

-¡Oh, ya estás bien!

Soltó un grito de susto que sonó perfectamente estupido en aquel ambiente selvático y tuvo mucha vergüenza.

Vio a la monja...No recordaba su nombre, era quien lo había rescatado ese día, varias veces.

-¿De dónde saliste? -preguntó y ella soltó una risita.

-Estaba guardando algunas cosas en el trastero que está aquí junto a tu habitación.Lamento haberte asustado.

-N...no pasa nada, yo...creo que aun estoy un poco tonto por el viaje -se rascó la cebza, de repente le picaba mucho. Quizás ya tenía piojos o algo así-Creo que ya es muy tarde...Me dormí.

Su estómago gruñó otra vez, de la manera más vergonzante posible y la vio sofocando una risita.

-No es tarde, aun no comenzamos con la cena pero te daré algo para que comas. Ven, estamos afuera,descansando un poco. Hoy fue un día muy duro.

Su voz sonó bastante triste, lejos de sus risitas. Eso lo molestó, porque sabía qué significaba esa tristeza, significaba que algún paciente no había podido lograrlo. O varios. Mientras él dormía porque "estaba cansado" no había estado cumpliendo con la labor por la que llegó hasta este lugar, y alguien había fallecido.

-Lo siento -dijo en un susurro.

Ella se detuvo y lo miró, hizo una media sonrisa y bajó los ojos. Recién ahí Patrick se dio cuenta que ella usaba lentes.

-No había nada que pudiéramos hacer, era un viejecito al que cuidamos mucho tiempo por otras enfermedades que tenía, pero...no lo logró. Estaba muy débil cuando el dengue lo atacó, y esta enfermedad es muy cruel.

Asintió, aunque lo que sabía de la enfermedad fue por libros, artículos de revistas, y algunos videos de youtube que pudo encontrar de canales de noticias paraguayos y argentinos. Su contacto directo con la enfermedad había sido nulo.

-Aun así, lo siento mucho.

Ella asintió, murmuró un "gracias" en español y abrió una puerta, que daba a un gran comedor y una cocina.

Todo estaba vacío, salvo por algunas ollas que se calentaban en la estufa.

-Aqui comemos siempre, todos juntos -ella explicó mostrando dos largas mesas con bancos. Luego abrió una puerta con mosquitero y salieron al patio delantero, donde el auto gris estaba estacionado en el mismo lugar donde Patrick se desmayó.

Debajo de un árbol frondoso, una monja enorme estaba sentada pelando unas frutas con un cuenco entre las piernas, mientras discutía con un hombre gordo al que amenazaba con el cuchillo con el que pelaba la fruta. A Patrick, la escena le resultó dantesca, pero para la monja que lo acompañaba (¿Cuál es su nombre?) le pareció algo completamente normal porque no dijo nada en absoluto. Lo invitó a sentarse en una silla, junto al hombre.

Luego la escuchó hablando en el idioma raro y los dos que discutían dejaron de hacerlo para mirarlo. La monja le dirigió una mirada que decía, en cualquier idioma, que lo mataría con la misma facilidad con la que estaba pelando un durazno. En cambio el hombre lo miró con afecto y de inmediato estrechó su mano, dándole la bienvenida en aquel idioma. La monja pequeña algo le dijo y el hombre dejó su afabilidad para mostrarse un poco mas serio, mientras chapoteaba el inglés.




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