Rohaihu Roheka

Adaptación forzosa

-Hola Patrick.

 

Con sólo escuchar el tono de voz que había usado su suegra, Patrick supo enseguida que las cosas en su hogar no estaban nada bien. La conocía desde que él era un adolescente, y la mujer lo quería como a un hijo. Supo, también de inmediato, que la mujer lo regañaría otra vez por esta locura que a él se le había ocurrido.

 

-Perdón por no comunicarme ayer,estuve un poco enfermo,todo el día. 

-Me lo imaginé -fue la respuesta de la mujer-. ¿Cómo te estás adaptando?

-Pues…no lo sé. Acabo de levantarme, me vestí y ahora estoy fuera de mi habitación hablando contigo. Aún no desayuné. Tengo un compañero de cuarto.

La risa del otro lado de la línea lo alivió un poco. 

-Nunca fuiste bueno compartiendo espacios, siempre ocupas todo.

-Bueno..tendré que acostumbrarme. ¿Cómo…cómo están las cosas ahí?

Oyó el suspiro de la mujer.

-Si quieres hablar con Timothy, siento decirte que él no quiere hacerlo. Patrick, el niño está furioso contigo. Al menos podrías haberlo llevado contigo.

-¿Cómo voy a hacer eso? Sé que soy un padre terrible, pero traerlo aquí me convertiría en el peor padre del mundo. No conozco nada, además no es seguro. Sé que él me entenderá, quizá no ahora pero cuando sea mayor y…

-Patrick, él te necesita ahora. No tiene a su madre, ahora tampoco a su padre. Tampoco tiene hermanos. Te dije que hicieras esto cuando estuvieras jubilado y aburrido.

-¡Estaba aburrido! Y cuando me jubile seré demasiado viejo y el mundo ya no me necesitará. Tú no lo entiendes.

-No, no te entiendo, y Marianne tampoco lo hacía, y tu hijo tampoco. De todos modos, sigue llamando, todos los días. Sé que él cederá y hablará contigo, cuando comience a extrañarte. 

 

Patrick apretó con sus dedos en medio del entrecejo. Su cabeza ya dolía y eso que aun ni había comenzado a trabajar. Suspiró asintiendo derrotado aunque su suegra no podía verlo. 

-Lo haré. Gracias por todo Stella. Dile que es solo por un mes, que no lo estoy abandonando. El lo sabe pero recuérdaselo, por favor. 

-Sabes que lo haré. Cuidate mucho, por favor. 

 

La comunicación se cortó y tuvo ganas de estrellar el teléfono contra el suelo. 

-¿Doctor,está todo bien?

Se giró para ver a la monja, la jefa de todo este lugar. Llevaba una canasta con ropa sucia. La mujer parecía preocupada por él. 

-Si, solo…problemas con mi hijo. 

-No sabía que tiene un hijo -respondió sorprendida. 

Metiendo el teléfono en uno de los bolsillos de su bata de laboratorio, asintió. Había mentido cuando completó su solicitud por internet. Tuvo miedo de que no lo aceptaran,así que puso que escribió que no tenía familia. Fue una completa traición a su hijo, a su difunta esposa, su suegra y sus hermanos. Cada vez que lo recordaba quería morir. Era también por eso que se sentía tan extraño en este lugar, la culpa lo mataba cada vez que se abría paso entre sus pensamientos.

 

-Me imagino que sí es muy pequeño, lo debe extrañar mucho -la monja dijo. Al parecer, no le importaba que Patrick hubiera mentido.

-Tiene diez años, finge que no me necesita. Está con su abuela ahora. 

La monja sonrió, comprensiva, y apretó uno de sus brazos. 

-Aun así llámelo todos los días -a Patrick le resultó delirante que aquella mujer dijera lo mismo que acababa de decir su suegra-, los niños necesitan saber que sus padres piensan en ellos. Cambiando de tema, veo que ya está listo para trabajar, lo veré en el hospital.

 

La hermana Julienne se alejó por el pasillo, rumbo al patio, y Patrick se dirigió a la cocina. Tenía hambre y necesitaba desayunar. Sin embargo, se encontró con que, aunque eran recién las 7 de la mañana, allí no había nadie, salvo el pequeño Ramón, que comía un mejunje de un plato, acompañado por una taza de leche. 

 

-¿Dónde están todos? -le preguntó Patrick con un español precario.

-Trabajando -contestó el chico como si fuera lo más obvio del mundo. 

Patrick miró a todos lados, el niño se veía ocupado en su comida y la cocina estaba vacía. Había platos y tazas secándose en un secaplatos y todo brillaba con limpieza. 

A través de la puerta con mosquitero vio que una monja se acercaba cargando un gran cajón lleno de verduras. Patrick abrió la puerta para ayudarla y vio que era la hermana Bernadette.

-¡Oh buenos días Doctor! -ella saludó con una gran sonrisa. Patrick quiso tomar el cajón pero ella enseguida lo dejó sobre la mesada con un gran suspiro.

-Buenos días…¿ya todos están trabajando?

-Si, aquí nos levantamos a las 5.30 o 6. Hay que aprovechar la mañana, es cuando hace menos calor. 

Sintió crecer la vergüenza, pero ella sonrió comprendiendo.

-No se preocupe, usted necesitaba descanso, y además seguramente nadie le dijo a qué hora nos levantamos. ¿Ya desayunó?

-No…pero no hay problema, iré al hospital. En Londres siempre llego tarde a trabajar por el tráfico  y aquí el hospital está al lado y también estoy llegando tarde -trató de ponerle un poco de diversión a su situación, pero ella lo miró preocupada.

 

-No doctor, no puede estar sin desayunar. Siéntese, le prepararé algo. Aunque no tenemos té…La única que lo tomaba era yo y lo dejé hace un tiempo -comenzó a abrir todas puertas en la alacena-, pero tiene que haber quedado algo…¡Aquí! Me temo que es té en saquitos y no lo que usted acostumbra en Inglaterra pero bueno…Tendrá que comenzar a tomar mate -sonrió, ya poniendo agua a calentar.

Patrick la miró moverse por la cocina, temeroso de preguntar qué era mate. Imaginaba cualquier cosa extraña y maloliente. 

Ella pareció leerle el pensamiento, porque le mostró un pequeño recipiente esférico con una bombilla adentro.

-Mate es esto. Se usa yerba, se agrega agua y se toma. Como si fuera una especie de té. Es amargo pero se acostumbrará. Seguramente en el hospital alguna de las enfermeras le ofrecerá uno, o alguna persona en la sala de espera, o Fred. Pídales que sea con azúcar,sabrán entender porqué. Y sino, simplemente diga que “no, gracias” y ya está. Como hace calor quizás se lo ofrezcan frío y con jugo de frutas. Si no quiere probarlo asegúrese de decir “gracias” por favor. 




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