Rohaihu Roheka

Momento de recuerdos

Se detuvo un par de veces para tomar algunas fotos, ella lo miró de lejos, impaciente. 

 

-Hermana, ¿puedo tener cinco minutos? Me gustaria comprar algunas cosas.

 

Ella rodó los ojos, dio dos pasos más y se detuvo para mirarlo. Aún estaban en el Parque Chino y ella no paraba de mirar su reloj. Patrick se sentía aturdido por el calor, la reunión con el intendente y la charla con ella, pero no había olvidado a su hijo. Quería comprarle algo, aprovechar que estaban en este lugar lleno de cosas distintas y baratas, y además comentarle muchas cosas sobre la ciudad cuando lo llamara a su regreso al hospital. 

-¿No le parece que ya compró suficiente, doctor?

-Quiero comprar algún obsequio para Timothy, quién sabe cuándo podré regresar aquí o visitar algún lugar donde vendan cosas interesantes para él…

Ella pareció ablandarse ante la mención del niño y su expresión seria se relajó con una sonrisa pequeña. 

-Tiene que decirle a Fred que lo lleve a ver las Cataratas del Iguazú, están cerca y ahí podrá tomar muchas fotos y comprar obsequios raros. 

Patrick iba a responder que le gustaría visitar aquel lugar junto a ella pero le pareció demasiado desubicado, teniendo en cuenta la charla que habían tenido hacía unos minutos. Así que se calló la boca y señaló unos negocios que ofrecían artesanías y todo tipo de souvenires, cruzando la calle. 

 

Entró al primer local que vio, donde colgaban todo tipo de artesanías y chucherias. Ella miró a todas partes, eligiendo quedarse afuera. A Patrick le parecía extraño, quizás las monjas no tenían permitido ni siquiera entrar a un simple kiosco. Pero también le parecía cruel que ella se quedara allí, parada en la vereda al sol mientras él tardaba años en elegir algo para su hijo. Decidió mentir un poco para resolver la situación y 

se asomó a la puerta.

-¿Hermana? Creo que necesito su ayuda.

El pedido surtió efecto, como Patrick sospechó. Una enfermera competente no desestima ningún pedido de ayuda, y esta enfermera al parecer tenía debilidad por los niños así que aún menos se negaría. La hermana Bernadette entró al negocio, desconfiada, saludó a la dependienta con rapidez y siguió a Patrick, que ya estaba detrás de un montón de mantas que colgaban por todas partes formando un laberinto.

-¿Doctor? No lo veo, ¿dónde está?Crame no es adecuado para mí todo esto. Si alguien pregunta, diré que usted es mi hermano

Patrik soltó una carcajada terrible, y ella le chistó para que se callara. Salió de detrás de una de las mantas que colgaban, asustándola, lo que hizo que él volviera a reírse y ella a enojarse.

-¡Doctor! Ya le dije que tenemos poco tiempo, si va a estar jugando a las escondidas y a las bromas, yo me voy y lo dejo abandonado aqui. 

Patrick intentó ponerse serio, aunque no podía lograrlo. Ella se veía encantadora cuando estaba enojada, bueno, cuando estaba realmente enojada daba mucho miedo, más que la hermana Evangelina, pero él podía ver por el brillo de sus ojos azules, su rostro sonrojado y sus labios apretados, que ella intentaba parecer enojada aunque no lo estaba. 

-Lo siento, hermana -intentó una disculpa, que no sonó para nada arrepentida. 

Ella volvió a rodar los ojos, más impaciente que antes.

-¿Qué le va a regalar  a Timothy?

-No lo sé…¿qué tal una camiseta? 

¿Qué colores le gustan? -siempre eficiente, ella se dirigió a un perchero lleno de camisetas para niños

-El…verde. Creo. 

La hermana Bernadette se detuvo, mirándolo seria.

-Doctor, ¿no sabe el color preferido de su hijo?

Toda su diversión se esfumó y se sintió avergonzado y terrible. No lo sabía, lo suponía. Aunque sabía que Tim seguro le dijo mil veces, a lo largo de su corta vida, acerca de los colores que le gustaban, él no podía recordarlo. 

Ella revolvió entre las perchas, hasta que sacó una camiseta verde y se la mostró. 

-¡Es perfecta!-exclamó Patrick- ¡Tiene un mono, como el del video! Le encantará. 

-Sí, no es muy parecido a nuestro amigo mono Pancho, pero al menos es un mono -dijo ella inspeccionando la prenda-. Me imagino que usted tampoco sabe la talla del niño. 

-Por supuesto que no, -Patrick tomó la camiseta, mirándola de cerca-, pero seguro le irá muy bien. Siempre y cuando no crezca tanto en este mes. Me gusta porque además del dibujo del mono, dice “Paraguay”. Se notará bien que la compré aquí. No entiendo la otra palabra que está escrita junto a “Paraguay”

Patrick le señaló con un dedo la palabra y ella sonrió. 

-Rohaihu Paraguay. Te amo Paraguay. 

-¿Rohaihu significa “Te amo”?

-Así es -ella comenzó a alejarse, abriéndose paso entre las mantas y los miles de objetos más hacia la salida-. ¡Tenemos que irnos, doctor! 

Patrick miró la camiseta, releyó las palabras. Rohaihu. Era un bonito sonido para decir te amo. 

-¡Doctor! 

Sonrió ante la llamada. No sonaba como una orden, sonaba como una canción. Al igual que Rohaihu. 

-¡Estoy en camino! -sonrió su respuesta, al notar el destello del hábito blanco junto a la puerta del negocio. La escuchó hablando con la empleada, obviamente no entendía lo que decían pero se rió un poco pensando que quizás la hermana Bernadette estaba informando que efectivamente era hermana suya. 

 

Vio un canasto lleno de pequeños tambores indígenas, o al menos eso explicaba el cartel escrito en un inglés tan básico como su español. Tomó uno de los tambores, a Tim siempre le interesaba la música y más aun si podía hacer mucho ruido. 

Se dirigió a la caja para pagar por los regalos, la hermana Bernadette ya estaba afuera. Saludó a la empleada y notó que junto a ella estaban expuestos unos hermosos encajes bordados. 

La sensación liviana que lo llenaba se desvaneció. Su esposa amaría esos bordados. Ella tenía debilidad por las cosas bordadas, o pintadas, sobre todo cuando estaban confeccionadas con delicadeza y precisión. Patrick acarició uno de los bordados, sonriendo mientras recordaba cómo Marianne una vez intentó hacer algo parecido, con nulo resultado. Primero estuvo furiosa, luego se rió de su obra de arte fracasada, y después tiró todo a la basura. Ese día declaró que se limitaría a comprar y admirar el talento de los demás, así que en su casa había almohadones, manteles, servilletas y otras decoraciones finamente bordadas o pintadas que Marianne compraba en ferias de artesanías. Ella las limpiaba con esmero y cuidaba de que siempre se vieran bien. Desde su muerte, varias cosas se las llevó Stella a su casa, otras Tim se encargó de ensuciarlas y él, Patrick, guardó las demás en un armario. En un hogar de hombres, aquello ahora era demasiado femenino y recordaba aún más la ausencia. 




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