El bosque de las Luces en cuestión de instante quedo reducido a cenizas. El llanto del Cocotal anuncia el fin de una era y muchos han perdió más que una líder.
Escasas luciérnagas tratan de alzar vuelo, pero ya no iluminan. El cielo gris es de color rojizo como el reflejo de un ocaso, sin embargo, el polvillo todavía cae encima de sus cabezas.
Lagrimas caen de sus ojos. Quieren gritar, reclamar lo que por derecho les corresponde, no obstante, el príncipe Mejías es un ser de hielo. Su corazón no se derrite ante nada ni nadie. En vano seria luchar.
Llorar en silencio no es una opción, es un suplicio.
Mientras los habitantes de Lucena quieren y no pueden quedarse, Rojo desciende las colinas acompañada de su amigo Miurse, no han dado con el paradero de Pluto, pero tienen la esperanza de hallarlo en el pueblo.
El olor a quemado ya se percibe en el aire. La tormenta roja no ha despejado el firmamento por completo y al elevar sus ojos solo mira nubes rojas moviéndose ante una mínima brisa. El bosque de las Luces rodeaba al pequeño pueblo de escasos habitantes, allí vivían las familias de los soldados de la reina, pero sin su poder para protegerlos debían dejar sus casas.
Luego de refugiarse en la cascada Helada han considerado prudente salir a buscarlo.
─Ponte la capucha o te reconocerán. ─aconsejó Miurse a la chica caminando a pasos lentísimos.
Su motriz no estaba al cien por ciento y eso era la dificultad ventajosa para los seguidores de su tío.
─ ¿Por qué se van? ─quiso saber.
Las casas pequeñas de piedras, techos de musgos verdes y puertas de lianas cayendo por el mismo tejado le daban un toque pintoresco a la ciudad. Sin contar con los jardines sembrados de flores amarillas. Calles de piedras y arena cubiertas de tizne.
Lucena lucia apagada, triste y el silencio ensordecedor que tan solo podías oír los cascos de los caballos yendo calle abajo.
─Mejías ya debe haber tomado de rehén al castillo y esta gente no seguirá a un monstruo. ─respondió el lobo reacomodándose su capucha negra.
Rojo portaba una del mismo color cubriéndola hasta los pies, aunque su pelo es inconfundible a los ojos de los curiosos. Cualquiera reconocería a la chica de fuego.
Ante sus ojos las viviendas eran completamente iguales salvo por el apellido de cada familia escrito en la entrada con carbón. No sabía con exactitud a donde se dirigían, pero anhelaba encontrar a Pluto sano y vivo.
─ ¿Falta mucho? ─inquiero.
Su vista iba recorriendo los rincones más inhóspitos hasta caer en un grupo de hombres burlándose de un vendedor de manzanas.
─Ese es Nio. ─reconoció Miurse parándose en seco. ─Ven, tomaremos otro atajo.
Tiro de su brazo apurando el andar. El corazón de Rojo se precipito al bombear demasiado rápido alterando también su respirar.
Atravesaron la fuente junto al pozo de agua en el centro de Lucena para desviarse entre un sendero escondido de dos casas. Tomaron una escalinata llevándolos a un río de agua turbia.
Él comprobó varias veces de que nadie los siguiera insertándose en un puente de madera algo deteriorada. El sendero rodeado de matorrales conducía a una solitaria morada en lo más alto de una montaña.
Rojo flexionaba sus piernas para seguirle el ritmo, pero fallaban en hacerlo. El esfuerzo agoto sus energías debido a que estuvo dormida muchas horas sin tener conocimiento de lo ocurrido en su presencia.
─Miurse…
Balbuceo dejándose caer para tomar aire se sentó. El trayecto parecía interminable.
─Puedes quedarte aquí… ─respiro profundo. ─Iré por él y volveré.
─No. ─objeto. ─Dame unos minutos…para recuperarme.
─Bien, caminare lento.
Ella asintió viendo su espalda moverse. Observaba los árboles de curiosas hojas de un verde tan claro como una manzana, otras secas y otras grises, pero el pueblo sentía la amenaza en el aire.
Mejías tenía un propósito. Ser el amo del universo.
Al oír crujir las hojas secas entre los altos matorrales volvió a ponerse en pie y busco a Miurse con la mirada asustada, aunque su amigo ya no aparecía. Era un bulto pequeño moviéndose como una hormiga al llevar su comida.
Entonces, su alternativa es correr o matarlo con su propio fuego, pero había un problema. Su poder por alguna extraña razón pierde fuerza, ya no siente su sangre fluir igual a la lava, ahora es algo helado recorriendo su sistema y teme haber perdido lo que la hacía única. El fuego.
Pasaba saliva para remojar su tráquea al estar ya cerca el ruido. Inflaba y desinflaba su pecho ante el peligro presentado.
Pero lo que salió de esos matorrales fue un conejo gris. Quiso correr hasta el animal y asesinarlo por haberle dado semejante susto, puso su mano en el pecho tratando de calmar su pulso. El conejillo daba saltos pocos orientadores.
Pretendía tomar un camino saliendo en otra dirección. Eso llamo la atención de la chica y lo sujeto con sus manos, alzándolo noto el pelaje lleno de quemaduras, por lo que, soltaba chillidos. Aparentemente de un ojo veía poco y el otro estaba achucharrado.
Rojo sintió lastima por el conejo cargándolo en sus brazos hasta llegar a la cima.
─Tardaste mucho, niña. ─reclamo el lobo. ─Ahh un conejo.
Observo al animal, este al oír la fuerte voz se escogió más entre su ropa.
─Lo encontré en el camino. El fuego quemo su vista y parte de su diminuto cuerpo.
─Tan indefenso como los demás.
Rojo frunció su ceño sin comprender sus silabas, aunque no indago para no tener que discutir. Subieron el último tramo en un completo silencio.
El conejo de vez en cuando emitía bajo sonidos hasta dar con una posición cómoda para descansar.
Una hilera de árboles secos los recibió haciendo el ambiente opaco y carente de vida vegetal, era una delgada línea separadora entre el cumulo de cenizas y una choza ubicada a orillas de un risco.
Nubes destiñéndose se apreciaba a ver mientras el olor a madera impregnaba el sitio acompañado de una capa de humo. Miurse olfateo el ambiente proponiéndose golpear la puerta.