Desde hace meses ya había decidido que tenía que irme de Clasbond. Pero, cuando por la mañana James Evans llegó a mi casa para proponerme matrimonio, tuve que apresurar mis planes.
Le dije que no apenas abrí la puerta, pero claramente, no era la respuesta que él quería.
—Piénsalo mejor Lizzy, no creo que nadie más en Clasbond piense en casarse contigo. – dijo, mientras su pie atascaba la puerta puerta.
— Sr. Evans, gracias por su propuesta, pero ya dije que no.
Cerré la puerta, con los labios temblando de cólera, ¿Quién se creía James para decirme cosas como esas?
Ya sabía yo que las visitas de su madre para tomar té con la mía no eran por pura amabilidad.
Por la noche mientras camino por mi habitación, recuerdo lo de la mañana y al imaginarme casada con alguien como James Evans el estómago se me revuelve.
Aunque no es solo eso, no se trataba de que James insinuara que nadie más se casaría conmigo, era algo más, quizás se trataba de mi roto compromiso con Alistair Atkins.
Si, eso era.
Irme de ahí no solo significaba huir de todas esas miradas prejuiciosas que me había ganado desde lo de Alistair, era más bien encontrarme a mí misma y ser más feliz de lo que era ahora.
Lo único que quería era irme lo antes posible. A pesar de que eso significaba dejar a Sophie y Spencer. En Clasbond ya no había nada para mi.
Lo había decidido, me iría esa misma noche, tomé el frasco de monedas que tenía debajo de la cama, lo unico que quizas podria sacarme de ahi y sali caminando de puntillas.
Por unos segundo pensé en despedirme de Sophie, pero si ella me veía con ese frasco en manos haría muchas preguntas y eso era lo que quería evitar.
A mitad de las escaleras, solté un suspiro, imaginándome lo que sucedería mañana cuando nadie me viera. Seguramente mi madre se desesperaria, despertaria a todos, mi padre pensaría que solo salí a caminar, y cuando Spencer volviera diciendo que no me encontró Sophie rompería en llanto, mi hermano y mi padre saldrian de casa, alertando a todos los vecinos, pero, ¿acaso antes de que empezaran a buscarme, estaría lo suficientemente lejos?.
¿Si no lo estaba?, ¿si me encontraban?. Mi plan se iba cayendo a pedazos poco a poco, y la seguridad con la que caminaba se iba yendo. Era absurdo, no podía irme aun, no sin haber planeado minuciosamente todo, así que, resignada volví.
Hasta que un ruido me detuvo, alguien acababa de tocar la puerta, y en menos de un segundo, la luz de la habitación de mis padres ya se había encendido.
Me detuve ahí, ¿qué haría? los pasos de mi padre ya se escuchaban en el pasillo, me vería a esas horas, con ese frasco y tendría problemas. Lo oía acercarse cada vez más y en instantes estuvo parado junto a mi, con su rifle de caza en mano que no usaba desde hace meses. Yo solo temblaba tratando de ocultar detrás de mí el pesado frasco.
— ¿Qué haces aquí, Lizzy?
Dio unos pasos hacia mi, no lucía molesto, eso hizo que dejara de sentirme tan nerviosa, titubee, y volvieron a tocar.
— Sube ahora y encierrate con tu madre y tus hermanos ¡Rápido, Lizzy!
Obedecí, y lo último que vi fue a mi padre caminando lentamente hacia la puerta con su rifle bien sujeto, como un cazador listo para enfrentar a su presa. Pero no fui a la habitación de mis padres, me escondí detrás de una pared, muy callada y asomándome para ver, llena de curiosidad.
¿Qué tan malo sería mirar?
Papá abrió la puerta, un hombre se asomó de la oscuridad del camino al centro de Clasbond, parecía un viajero por la enorme bolsa que llevaba consigo, pero su aspecto no decía lo mismo, trato de acomodar su camisa arrugada, y peinar rápidamente su opaco cabello rubio. Parecía luchar por mantener sus ojos abiertos.
Por unos segundos solo me concentré en sus ojos, estaba cansado, pero aun así estaba de pie delante de mi padre que aun no bajaba su arma. Me perdí tanto en su mirada, que muy tarde me di cuenta de que esos ojos azules estaban clavados en los mios.
Ya era muy tarde, él me había visto. Me pegue a la pared, y me mantuve tan callada que apenas escuchaba los latidos de mi corazón, cuando mi padre empezaron a hablar nuevamente, tomé mi frasco y corrí para encerrarme con mi madre y mis hermanos.
Nos quedamos un largo rato en la habitación, mi hermano Spencer permanencia en una esquina cabeceando, mi padre lo había tenido trabajando todo el dia en la granja y una visita nocturna era lo menos que necesitaba, mientras Sophie y mi madre y yo aún permanecíamos en la cama atentas a cada sonido, al crujir de una rama, al sonido de un grillo o al mínimo sonido del viento.
Todos nos relajamos cuando mi padre dijo que no había peligro.
Así que en cuestión de minutos y extrañamente el forastero ya estaba en la oficina de papá.
Lo primero que se me vino a la mente fue lo que mi padre dijo días después del final de la guerra.
— No confío en los hombres rubios.
Y mientras mi hermana y mi hermana se iban a dormir yo fui directamente a la oficina de papá, no me iba a ir sin saber qué hacía ese hombre en casa, los forasteros no eran comunes, y ese desconocido ahora era como la extraña atracción a un circo nuevo en un pueblo como este.
Apenas llegue la presencia de mi hermano pegando la oreja a la puerta de la delgada puerta de la oficina no hizo más que llamar mi atención, Spencer ni siquiera me vio, ambos queríamos lo mismo.
— Venir casi a medianoche... — del otro lado mi padre se quejaba.
— Lo siento, señor Taylor, apenas los señores Potter me dejaron ir. — La voz del hombre era lenta y muy serena, a diferencia de mi alterado padre que tendría que fumar un puro luego de esto para calmar sus nervios.
— Si, si, Margaret Potter y su hospitalidad...
Por unos momentos no se escuchó más que mis respiraciones y las de Spencer, mi hermano maldice porque su cara se llenaba de astillas, y yo le doy un codazo para que se calle para que papá no escuche.