Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

I

Los oficiales no regresaron ese día, sino a la mañana siguiente.

Aún ni siquiera amanecía, mientras Dean intentaba tomar cortas siestas sobre su escritorio como siempre solía hacer, pero ese día en particular había sido la excepción. Arnold Williams, un prisionero cualquiera que llevaba ahí casi el mismo tiempo que Dean, gritaba todo el tiempo, no perdiendo la oportunidad para burlarse de Hermann diciendo cosas como, "¿Dónde están los supersoldados de los cuales Alemania se jactaba?" O "¿Ahora son las mascotas de los americanos?"

Por más que Dean se acercaba a pedirle que se callara, Williams seguía gritando y agitando sus brazos por entre los barrotes provocando las carcajadas de los otros prisioneros que había ahí.

Por fortuna, los oficiales llegaron cerca del desayuno y sacaron a Frick de su celda bajo los gritos de Arnold quien seguía burlándose del "supersoldado".

Las horas para Dean se pasaron entre los montículos de carpetas que debía ordenar y los gritos incesantes de Arnold para que lo dejaran a solas con el alemán.

Por la tarde, Hermann volvió, pero a diferencia de otros presos no se recostó a mirar el techo como si este tuviera las respuestas de porque había terminado ahí. Dean le prestó especial interés, ayer el hombre lucía más confiado, pero, ahora esa confianza más bien parecía ser la máscara que cubría su preocupación. Dean estaba seguro, Hermann tarde o temprano acabaría igual o más loco que Arnold.

...

Cerca del final de su turno, Dean caminó por el poco iluminado y estrecho pasillos en el cual estaban las celdas. Se detuvo cortamente con curiosidad delante de la celda de Frick, quien desde que había vuelto estaba en un sospechoso silencio. Al asomar su cabeza, supo el porqué, Frick escribía acostado en su cama con un diminuto lápiz sobre una hoja arrugada, tan concentrado, que Dean no se atrevió a decir nada. Él simplemente volvió junto al astillado escritorio de adobe, en donde ya Isaac lo esperaba, listo para esa noche ser el reemplazo de John.

— ¿Algo que deba saber?

— Arnold ha hecho un escándalo, y Frick... — Dean dio un suspiro mirando en dirección a la celda del alemán. — Escribe, creo que por orden de los oficiales. — relamió sus labios y añadió en voz baja.— Es solo escritura, es inofensiva.

— Señor Porter, la escritura nunca es inofensiva.

...

La primera carta.

La Mujer del Vestido Blanco:

Sin quererlo, empecé a escribir hace un par de años, en ese entonces tenía unos doce años y recogí una sucia postal con manchas de café de un tacho de basura cerca de mi casa. ¿Lo primero que escribí? Mi nombre.

Para mi es imposible no recordar esto, ya que he vuelto a tocar un lápiz y un papel después de tanto tiempo.

Tan solo ayer llegué a Landsberg, pensando que sería peor, pero lo único resaltante fueron los gritos de un maniático a una celda de la mía, que solo se calló cuando me fui.

Pero lo peor, no fueron esos estridentes gritos agudos, si no las horas que pasé en una sala de interrogación. Tenía las paredes manchadas de cosas que ni siquiera quiero saber que eran y un fuerte olor a tabaco en el aire, que me mareaba con el brillante foco que alumbraba y acalorada la habitación con una luz cegadora.

No mentiré, estaba nervioso, como si fuera mi primera cita. Mis palmas sudaban y sabía que lo único que hacía que tuviera la atención de esos dos oficiales americanos era que ellos creían que yo sabía más de lo que decía.

Me dieron cuatro hojas y un lápiz, al que apenas y le quedaba punta.

Compartieron breves miradas conmigo, sabía lo que ellos querían porque los había escuchado murmurar desde que entraron a la habitación.

Pero en ese momento recordar nombres de personas importantes del Tercer Reich, era lo último que quería hacer. Juro que intenté, escribí unos dos nombres, que claramente había inventado. Pero pensar se hacía más difícil con los grilletes puestos y escuchando a esos hombres hablar en voz baja creyendo que yo no los escuchaba. Pero si lo hacía y entendía perfectamente todo lo que decían.

Al llegar a la mitad del tercer nombre, fue como si la máquina de mi cerebro se hubiera detenido, mi mente se quedó en blanco, no un blanco nieve, no un blanco del color de papel. Era el blanco de un vacío.

Lo sé, lo sé, no estoy loco, para muchos el vacío es negro, pero yo quiero imaginarmelo del color blanco, porque fue el color que durante años se fue de mi vida y volvió de la forma más inesperada con la mujer de vestido blanco.

...

¡Hola a todos!

No saben lo feliz que me siento de publicar por fin estos primeros capítulos, me he tardado un poquito aqui, ya que apenas y estoy aprendiendo a usar Booknet. Aun asi, para mi esta siendo fantástico ir trabajando y publicando poco a poco esta trilogía de Rojo, Blanco y Negro.

Espero que la lectura para ustedes sea igual de maravillosa, ya saben que siempre estoy dispuesta a leer comentarios y estoy emocionada para saber un poco mas de Hermann y la historia que esta por venir.

Que tengan un lindo dia, besos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.