Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

III

Había pocas cosas por las que a Dean no le gustaba trabajar en Landsberg, como lo mala que era la comida, o las rondas diarias de largos minutos por las mesas del comedor viendo como los presos si podían comer y que él tendría que esperar para hacerlo.

Odiaba eso, pero por pedido de Isaac desde la llegada de Frick tenía que vigilar atentamente a Arnold, su jefe quería evitar problemas. Dean, solo quería comer.

Por semanas tuvo que pararse en una esquina del comedor, viendo a Williams dedicarle largas miradas a Frick susurrándole algo a sus compañeros de mesa. Pensó que ese día sería igual, Arnold solo cuchicheando desde su mesa siendo vigilado por él, aunque lo que el oficial Porter no espero es que Arnold y sus dos amigos se acercaron a la solitaria mesa del alemán.

Creyó que no sucedería nada más, puesto que Frick ni los miro, en lugar de eso estaba concentrado escribiendo. Quizás era la segunda o tercera vez que Dean lo veía así de ensimismado, tanto así que alguna vez pensó en ver que era lo que escribía.

Hasta que Williams se agacho, quedo a la altura del oído de Frick y mientras le susurraba algo llamando la atención del rubio, Dean ya se había puesto en camino, con los dedos vacilantes sobre la porra.

Apenas estuvo delante de ellos, Arnold le arrebato la hoja a Frick, rasgándola, sus compañeros rieron al ver como terminaba de romper el papel y el astuto Williams solo miraba a Dean. Claro, pensó que Frick no haría nada con Dean delante de ellos, pero la sonrisa socarrona de Arnold y sus repetidos insultos solo hicieron que los golpes se desataran.

Frick salto sobre el hombre, ambos cayeron al suelo, los presos no tardaron en amontonarse y ver al par compartir golpes.

De los pocos guardias que se quedaban en el comedor Dean pareció ser el único que noto la pelea, ya que ninguno más se acercó.

Manotazos, patadas y más volaban entre los dos hombres, sonando de fondo los gritos de los presos que los alentaban a seguir con la lucha. Dean de algún modo acabo en medio de ello, tratando de separarlos recibió de improviso un codazo en la nariz que lo hizo retroceder.

En su momento de perplejidad, con la mano en la nariz y siendo empujado por la multitud para sacarlo des centro, más guardias llegaron separando a los prisioneros.

Todo era dudoso para Dean, el golpee lo mareo y solo se concentraba en detener la hemorragia de su nariz sosteniéndose de la mesa más cercana, hasta que unas manos lo sujetaron por los hombros.

La confusión se fue de golpe al ser arrastrado por los pasillos sin siquiera luchar y en un pestañeo estaba el bloque D de nuevo. La sonrisa de Deacon y las muecas que hacía al ver la nariz de Dean fue lo primero que vio.

— Solo ha pasado unas semanas Porter, ¿y ya te golpearon? — Deacon le dio una sonrisa burlona. - ¿Que te dije sobre sacar tu porra? - pregunto, mientras le tendía su pañuelo.

Mientras se limpiaba la puerta del bloquee se volvió a abrir, John entro de golpe y detrás de él, venia Isaac.

— Dean, ¿estas bien? — cuestiono John haciendo lo mismo que Deacon segundos antes, mirar detenidamente el golpe de Porter.

Dean asintió.

— ¿La luna de miel ya termino? — cuestiono Isaac mirando a Deacon.

— Si, eso y el matrimonio. — respondió Deacon recargándose en el escritorio, junto a Dean.

Ahora para los tres hombres de gris el centro de atención era Deacon.

— Espera, ¿a qué te refieres?

— Sally y yo lo hemos dejado. — confeso con simpleza ante la mirada confusa de sus compañeros.

— ¡Solo llevaban casados un mes!

— Lo sé, John. A ella y a mí nos sorprendió que duráramos tanto tiempo.

Lo conto todo con tanta tranquilidad, la pelea en plena luna de miel por alguna cosa tonta, las inmediatas intensiones de Sally por divorciarse y Deacon llevándola el mismo al día siguiente para firmar todos los papeles, a Dean le pareció que ni siquiera estaba un poco triste por su matrimonio fallido.

— ¿Todo está bien?

— Por supuesto, Isaac. Tuve buenas vacaciones.

— Y buenos regalos de boda. — agrego John negando la cabeza con desaprobación.

— ¿Me devolverán el mío? — Isaac imito por unos segundos el tono burlón en el que Deacon solía hablar. - Espero que estés listo Ray, uno de nuestros nuevos huéspedes es uno de los de afuera.

— Va a ser divertido ponerle al nuevo un nombre. — en los labios de Deacon se asomó una placentera sonrisa.

 

— No a todos nos parece gracioso. — Finalizo John, saliendo del bloque.

...

La tercera carta.

Derr Herr der Idioten:

Se que quizás ya llevo un mes aquí.

Realmente, no lo sé, no llevo un conteo de cada día, ni siquiera he podido ver bien el calendario que los guardias siempre llevan para contar los días que quedan para que se vayan de vacaciones.

Solo sé que ha pasado tiempo desde que empecé a escribir mis pequeñas cartas, si así le puedo llamar a los dos viejos trozos de papel que tengo refundidos en mi colchón. No sé ni siquiera porque sigo escribiendo, sé que llegara el momento en el que los oficiales dejaran de creerme que pierdo el papel que me dan y que es mejor guardarlo para escribir sobre ocasiones especiales, como esta.

Han pasado dos cosas importantes, la primera: tuve una pelea.

Y no saben cuánto odio, odio, odio a Arnold.

Desde que he llegado supe que mi presencia es poco grata para bastantes, he oído de todo, sé que me odian tanto o más como a los otros alemanes de aquí.

No escribo esto porque Arnold haya dejado grandes marcas en mí, más bien lo escribo por la satisfacción de saber que llegue a borrarle esa espantosa mueca a la que llama sonrisa.




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