Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

VI

Cerca del final de su turno Dean trataba desesperadamente de no quedarse dormido sobre su escritorio, mientras Deacon iba y venía por el pasillo, viendo cada celda.

Cuando estuvo muy cerca de la de Frick, casi pegado a los barrotes, su compañero abrió los ojos por completo. "Por favor, no te metas en problemas" murmuró ansioso, viendo con desespero el reloj, solo unos minutos más y el Bloque D seria de John.

— ¿Qué escribes, Dickens?

La voz de Deacon rompió el silencio del lugar. 

En respuesta, Frick guardó celosamente su papel, esos últimos días siempre hacía lo mismo, silencioso e indiferente a su alrededor y como en su primer día, solo escribía. Aun así, no mandó ninguna carta, hasta hace poco.

De pronto,  y haciendo a Dean saltar de su asiento,  Arnold estiró los brazos entre los barrotes, gritando como loco. Esto solo provocó que curiosos prisioneros asomaron sus cabezas para ver que que sucedía.

— ¡Arnold! — Dijo Deacon como advertencia, al mismo tiempo que golpeaba los barrotes. — Alguna vez, ¿Te han dicho que eres como el perro rabioso de la perrera?

Arnold le dio un intento de tosca sonrisa, que a Dean le pareció repulsiva.

— Solo tú, y tu pequeño cerebro. — respondió el prisionero, en medio de una carcajada.

— ¿Adivina? — Deacon le dio una sonrisa socarrona. — Mi pequeño cerebro está pensando en mandarte a aislamiento, otra vez.

Esas últimas palabras borraron la sonrisa de Arnold, quien no tardo en sentarse en su camastro seguramente maldiciendo.

— Disculpe... ¿aun no llega la correspondencia?

— Si quieres saber sobre una carta en especial solo dilo.

Frick solo negó.

— ¿Es por esa tal Lizzy? ¿verdad? Temo decirte que aún no tienes respuesta Mr. Darcy, pero si la hay te lo diré.

— Una cosa más, ¿Podría darme una hoja?

Asintiendo, Deacon llegó junto a Dean.

— No deberías hablarle con tanta confianza.

Le reprocho Dean una vez lo tuvo delante, lo más bajo que pudo, atento de que solo él lo escuchara.

Con una carcajada, Deacon tomo asiento junto a él, aun de sus labios no se borraba esa sonrisa socarrona.

— Lo sé muy bien Dean, pero ellos y nosotros estaremos años viéndonos la cara, es mejor que lo disfrute a que odie venir al trabajo.

— ¿Por qué el Darcy?

— Es de Jane Austen, amigo. No te haría mal algo de orgullo y prejuicio. — le guiño un ojo y volvió con el papel para Frick, justo cuando el reloj sonaba y John entraba al bloque D.

 

La sexta carta.

La Hoguera de los Sueños Rotos:

 

En medio de todas las cartas que llegaban a casa, las peleas con Nina para ver quien las conservaba y la incógnita de la letra "M" al final de cada una de ellas, llegó la etapa que más recuerdo de mi vida.

Se basó en una extraña mezcla de mi temor a las alturas y un cóctel de decepciones para padre.

Si combinamos el hecho de que él siempre decía habernos criado para algo grande,  con cómo manejó durante años los hilos de nuestras vidas, dan como resultado su "gran oportunidad".

El momento en el que todo joven con la llegada del führer al poder,  las Hitlerjugend, opacando al resto de asociaciones y la necesidad que tenían de servir a alemania, no tardó mucho en sacarme de los jóvenes exploradores.

Así que durante años al igual que el resto de jóvenes alemanes, vestía los mismos uniformes, cantaban canciones y era adoctrinado bajo las mismas ideas. Todos mis hermanos pertenecieron a esas ligas, algunos más felices que otros. Mientras mi hermana formaba parte de la Bund Deutscher Mädel, en donde le enseñaban todo lo contrario a pelear con los puños.

Desde el primer momento odié las Hitlerjugend, mientras que Julius se emocionaba con cada reunión para estar fuera de su casa, yo siempre preferí quedarme jugando con mis hermanos, a pasar mis tardes siendo golpeado por niños más altos y ágiles que yo.

Durante esos años nunca tome en cuenta ninguna opción de la Waffen, yo estaba claramente aterrado con la idea de usar un arma o manejar un avión. Todo lo contrario, con mi amigo, la Luftwaffe siempre fue su destino.

Se que eso fue lo más decepcionante para padre.

Una tarde, por primera vez y luego de muchos años me invitó a su oficina. Cuando entre lo primero que vi fue ese enorme cuadro del führer tras su escritorio, idéntico al de nuestro salón e igual de aterrador que cuando tenía doce años.

En el sofá, Wilhelm me invitó a tomar asiento junto a él, nervioso lo hice, quedando absorto en mis pensamientos. Sabía bien que cuando padre nos permitía estar en su oficina nunca era por buenas razones.

Solo levanté la mirada cuando padre le preguntó qué es lo que debía hacer conmigo. Extrañado, miré a ambos, y como siempre siguieron ignorándome.

Y desee tanto que un "déjame en casa" se escapara de mis labios.

Wilm tajante y sin tabúes dijo que si no servía para el combate lo mejor era mandarme a lo aéreo. Había un problema, yo le temía a las alturas.

Ni siquiera tuve la oportunidad de recordárselo a padre, porque él no tardó en darle toda la razón y en ese momento entendí por qué no me golpeo cuando se enteró lo de los libros años atrás, fue por esto. Este era mi castigo.

Antes de salir y con un par de duras palmadas en mi espalda me dijo:

— Espero que con esto siempre recuerdes nunca volver a leer esa basura comunista.

Para poco después cerrar la puerta en mi cara.

Al igual que en ese entonces aun me pregunto, ¿Si no hubiera sido parte de la Luftwaffe que hubiera hecho?

Ahora mismo respondería que estar en el aire es lo único que sé hacer, pero mi respuesta años atrás hubiera sido distinta, sin duda mi casa fue la hoguera de los sueños rotos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.