Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

VII

La septima carta.

El Misterio de las Cartas:

 

Debo aclarar que luego de la charla con padre, me resigne.

Le temía al pasar de los días, temía que llegara el momento de dejar mi casa.

Recuerdo haberme vuelto irritante, quizás por la frustración de no poder decir que no. Por esos días me quedaba en mi habitación, sin hablar con nadie, sin visitar a Julius, sin comer mucho y rezando cada noche para que dios se apiadara de mí y me diera otra oportunidad o al menos una vida diferente.

Fueron los días más difíciles de mi vida, hasta una tarde, en la que Nik llegó con una carta, agitándola prácticamente en mi cara.

— ¡Lo logre Hermann! se la quite, lo logre hermano. — dijo, en medio de un extraño baile.

Molesto, se la arrebate. Apenas comencé a leer me di cuenta de que era otra carta de amor. parecida a todas las otras que habían llegado ese año.

— Otra vez ¿Quién manda estas cartas?

-— No lo sé, pero lo averiguaremos.

Asentí, de alguna manera descubrir quién estaba detrás de ellas me animó enormemente.

Las cartas no dejaron de llegar después de eso, ya teníamos al menos una pila de ellas escondidas en la habitación de Nina, porque, claramente padre no podía saber de ellas. Nuestras tardes fueron leer sobre cómo la desconocida escribía de lo mucho que quería conocer al misterioso chico rubio y de ojos azules, del cual nunca mencionaba su nombre y siempre firmando al final con una "M".

Desgraciadamente, esa fue la única vez que Nik le quito una carta a Nina, las otras fueron tomadas todas por ella y leídas únicamente por ella para nosotros.

Al igual que ustedes ahora, yo permanecía en el filo de mi asiento, esperando que alguna palabra diera una pista sobre la autora. Las tardes en casa fueron eso, escuchar atentamente cada carta, debatir con Nikolaus, Nina y Walter, mientras Wolfang ignoraba todo y se hundía en un sillón lejano con un nuevo libro en las manos.

Cada carta nueva me generaba aún más curiosidad y deje de rezar para pasar mis noches imaginando a la chica que las mandaba, su cabello, sus ojos y su sonrisa.

Los días encerrado se acabaron y esas últimas semanas de libertad las disfruté.

Con mis hermanos nos creímos pequeños detectives, dando el nombre de cada vecina que conocíamos, haciendo guardia en la puerta y esperando cartas que solo llegaban cuando no estábamos en casa.

Así que por esos días creamos un nuevo plan, vigilar la puerta pero no desde adentro, tonto pero eficiente, con Nik nos escondimos detrás de unos arbustos, peleando por horas por ver en medio del agujero que creaban las hojas, mientras Walter esperaba desde dentro, el momento en el que una carta se deslizara para abrir la puerta aprovechando su paciencia.

Una chica se acercó, sacó una carta de su abrigo y la pasó por debajo de la puerta, antes de poder irse la puerta se abrió.

Ella se quedó paralizada, no tardamos en acercarnos, ella era tal y como la había imaginado.

Nina salió de casa y la miró con una ceja levantada.

Ella titubeó, estaba rodeada.

La invitamos a pasar y nerviosa o sin elección acepto. Nos tenía a casi todos alrededor de ella.

Nik con una sonrisa juguetona, Nina analizandola con la mirada, Walter dándole una sonrisa y yo nervioso sin saber qué decir o hacer. Sin perder tiempo la abrumamos de preguntas y con timidez contestó cada una. se llamaba Maria Jollenbeck, ayudaba a sus padres en una panadería, era de la edad de Nina y tenía la risita mas linda que alguna vez hubiera escuchado.

Pero la pregunta más importante fue, ¿para quien son las cartas?

En eso se resumían esos largos meses de mi vida, María se veía nerviosa y nosotros ansiosos. Nina le ofreció té y luego de largos sorbos a su taza comenzó a hablar.

— Así que...¿para quien eran tus cartas?

— ¿Sabes su nombre? - preguntó Nik.

Ella negó.

— Soy...¿Es alguno de nosotros? — volvió a preguntar impaciente.

Y ella volvió a negar eufóricamente.

— ¿Podrías hablar al menos? me desespera que solo asientas o niegues.

— Ya, Nik. — dije con una mano sobre su hombro.

— Dame un segundo.

Nina salió casi corriendo y volvió con un cuadro familiar en mano, nos reunimos alrededor de ella.

— ¿Es él? — pregunto señalando a Wolfang.

— Si, lo es. — tomó otro largo sorbo, evitando mirarnos.

Nik se rió junto con Walter, soltando cortos y bobos chistes al respecto. Mientras Nina sonreía satisfecha como si ella ya hubiera sabido eso. Yo estaba confundido, y me decía tonto mil veces por nunca haberlo pensado.

— Bueno chicos el misterio se acabó, vayan al jardín, Maria y yo tomaremos el té juntas.

— Pero, tu ya no vives aquí.

— Vamos Nick.

Se que ya no hablaron sobre Wolfang o las cartas, Nina se veía en serio entusiasmo de conocer a María, y tener una nueva amiga, así que desde ese día ella la invitó a su casa casi todos los días a tomar el té.

Acordamos no decirle nada a Wolfang por el momento y esa noche Nik se fue a dormir molesto porque las cartas nunca fueron para él.

Los días siguientes no hable casi nada con maria a pesar de verla a diario, cuando estaba con mis hermanos preferia escucharlos a decir algo, no fue hasta tiempo después que me la cruce en medio de una de las entregas que hacía para su padre, ella me saludó cortamente, me di cuenta de que casi siempre pasaba temprano, porque yo había empezado a salir a la misma hora, nunca hablamos, solo era hola y adios. Hasta que una mañana tomé valor de hablarle, y desde ese momento no solo Nina la invitó a compartir con nosotros.

En consecuencia sus cartas terminaron, y Maria Jollenbeck se convirtió en parte del pequeño grupo de los hermanos Frick. Los últimos días que creí que serían la cacería de la chica tras las cartas se convirtieron en largas horas con mis hermanos planeando como juntar a nuestra nueva amiga con Wolf, claro, sin que ella lo supiera.




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