Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

VIII

La octava carta.

El amor y el terror de los cielos:

 

Cuando entré a la Luftwaffe me tocó irme de casa, dejar a mis hermanos, mi amistad con Maria y todo lo que solía conocer.

No hubo protestas que mi padre escuchara, ni siquiera cuando Wolfang habló con él por mi miedo a las alturas. "Lo superara" dijo padre en ese entonces. Y esperé inútilmente que mi madre al menos protestará, te diré que no lo hizo, ella ni siquiera se despidió de mí.

Por los menos mis primeros meses fuera de casa no fueron tan malos, tenía a Julius, quien parecía estar en el mismo paraíso, sabia cada cosa que se hablaba en clases, incluso mencionaba con los ojos cerrados el nombre de cada avión, sin él, yo hubiera estado perdido, porque únicamente me dedicaba a intercambiar cartas con mis hermanos y Maria, quien solo escribía de Wolf, me contaba cómo se conocieron oficialmente por primera vez, como sin que él supiera ella llevaba panecillos especiales para el, en como solo una vez tuvieron una conversación decente y en cómo en sus noches no dormía porque pensaba que quizás ella empezaba a interesarle.

Mientras que mis noches en las barracas eran un poco distintas, marcaba cada dia que pasaba en el calendario antes de dormir, cuando nos ordenaban apagar las luces no faltaban esas cortas charlas entre susurros con mis compañeros y muchos de ellos siempre recordaban a las madres, hermanas y novias que los esperaban en casa.

Así que mis días fueron eso, charlas ocultas, cartas diarias, vitorear cada mañana "Viva Alemania, viva el führer",

sonreír, festejar y pensar que ganar una guerra sería sencillo. Por fortuna sobrevivió con la ayuda de Julius, hasta los vuelos de prueba.

Admito ser muy confiado al principio, me subí al avión, sabía que hacer, o eso creía, era el tercero en intentar volar, hasta ahora todos habían sido aterrizajes malos, pero el mio fue el peor.

Antes de ascender Julius me mostro ambos pulgares levantados, ni siquiera eso me ayudó, porque mi primera vez en ese avión fue aterrador, senti la presion cuando me ordenaron ascender, ni siquiera encendí el avión a la primera orden, y cuando lo logre seguramente solo subi unos metros, ni siquiera lo se, porque no veía hacia afuera, me perdí en mis manos temblorosas, en mi mente que se forzaba por recordar cada cosa que había visto anotado en esa vieja pizarra. Empecé a sentir ganas de llorar al nisiquiera saber cómo podía bajarme de ahí, el desespero me gano e hice lo primero que me prohibieron hacer, ver hacia abajo.

Las manos dejaron de responderme y el pánico se apoderó de mí haciéndome aterrizar de la manera más tosca y estúpida de todas, como si estuviera compitiendo con otro avión por ver cual tocaba el suelo primero.

Al bajar ignore a mi instructor y me aleje para vomitar. Me gritó apenas tuvo oportunidad, y avergonzado volví a las barracas, viéndome volver a casa para que mi padre me echara.

Aún recuerdo lo que le dije a Julius mientras él me daba palmadas de apoyo, "Quiero irme a casa, Julius, quiero irme". Pero, no me echaron como lo esperaba y Julius justificó mi vergonzoso actuar con una enfermedad que mis compañeros e instructor creyeron, eso me salvó de las burlas. Aun así, eso no excusaba mis siguientes decepcionantes prácticas de vuelo.

Juro que me esforzaba, intentaba contagiarme de ese amor por los cielos que tenía Julius, me quedaba noches estudiando con él y escuchando sus consejos de cómo debía manejar un avión, él solía decir que pilotear era sencillo, que pensara que era mi escape de la tierra, con lo cual poco a poco empecé a destacar, gracias a mi entusiasta amigo, el primero en levantarse, el que más se esforzaba. Julius sin duda llegaría lejos, y no era el único que lo decía.

Todos siempre decían lo mismo, Julius el mejor de la clase, el más listo, un futuro piloto sagaz, mientras que yo solo me sentía feliz con los pocos halagos que recibía, eran satisfactorios, aunque aún temblaba al subirme a un avión.

Quise creer tontamente que luego de eso mi padre se sentiría orgulloso de mi, pero, no fue así, Otto Frick seguía esperando más de lo que podía darle.

Luego de eso, llegó el momento en el que la Luftwaffe se desató contra los aliados, no dejé de esforzarme cada vez que piloteaba, mis recuerdos en el aire no son muchos, pero el primer avión que derribas siempre se te queda en tu mente, no importó que pilotear fuera sencillo con el tiempo, ni que las chicas ya no solo se fijaran en Wolfang o Nikolaus, ahora se que la cada piloto caído nunca lo olvidas.

Incluso en estos últimos días, en los que el maravilloso Spitfire rompió la clara superioridad alemana que hasta el momento habíamos creado en el cielo, ese avión no me enamoro como a julius, su favorito ya era el Messerschmitt Bf 109, pero a mis veintiún años el Spitfire fue lo primero a lo que le tuve admiración después de mucho tiempo.

Cosa que solo tuve por la Luftwaffe en sus mejores momentos, con las sirenas estruendosas que provocan terror no solo en los cielos, estuve en 1940 cuando perdimos en Dunkerque, cuando se bombardeó Londres, y debias tener ese instinto asesino porque a veces en el campo de batalla solo queda tu y tu arma, y debes estar dispuesto a matar o a morir. Tuve el honor de usar un Junkers Ju 88, y salté de la alegría cuando me admitieron en la escuela de bombardeo en picada, fui de los soldados que obtuvo muchas condecoraciones pero no tantas como Hans-Ulrich Rudel.

Pero ni eso, ni el pervitin, ni pensar en que defendias a tu país, volvía fácil lo que pasaba. Un Hermann de diez años nunca entendió a Julius, la admiración y el amor que mostraba por esas bestias aéreas, pero yo sí lo hice. Me enamore del cielo, del avión, de volar, y cree respeto hacia los otros pilotos, volviendo el avión mi objetivo y no el piloto, pero desde entonces no dejaba de preguntarme como Wolfang volvía a casa tan tranquilo, ¿que no sabía que acababa con la vida de otros que tenían amigos, familias, sueños? Eran personas que amaban y eran amadas.




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