Rojo, Blanco y Negro: La Mujer del Vestido Blanco

IX

Dean odiaba las tardes de correo, las pilas de cartas siempre se amontonaban en un enorme carrito y eran revisadas por él y Deacon durante horas.

Era la rutina de siempre, antes de empezar su turno se encerraban en la oficina del jefe, Dean las abría sintiéndose más culpable con cada carta, mientras Deacon se entretenía leyendo, riendo e instigando a Dean a leer al menos un párrafo con él.

No lo hacían porque querían o porque no hubiera nada más entretenido que leer cartas ajenas, era una orden, ver que no tuvieran ninguna información sospechosa era su trabajo y si pasaba todos los filtros se entregaba, mientras que si encontraban algo fuera de lugar el destinatario tendría serios problemas.

Pero, Dean ni siquiera prestaba atención, pensaba en lo que pasaría si alguien leía esas cartas amontonadas en el cajón de su escritorio, se resistía a tirarlas, pero con cada noche que pasaba y con más papel del que podía querer su cajón solo se desbordaba, cartas que, si tenían una dirección, pero que nunca eran enviadas.

— Mira para quien es esta Deany, nuestro querido señor Darcy.

Solo la miro unos segundos, tentado por la sola mención de Hermann Frick, el hombre que más curiosidad le causaba en el bloque D.

— ¿Quieres verla conmigo?

Dean negó con rapidez, arrepintiéndose al instante al ver como Deacon leía muy rápido y guardaba la carta en su sobre sin decir nada más, y a pesar de que en el fondo él deseaba que Deacon le contara algo, se riera o diera una señal de lo que decía en esa hoja se le olvido con el pasar de horas, con los muchos sobres abiertos y con las incontables risas de su compañero. Cuando terminaron a Dean ya le dolían los dedos.

No acompañó a Deacon a entregar las cartas y por unos minutos de tranquilidad solo fueron Dean, el bloque D y su escritorio, pero el silencio duró poco, la puerta se abrió abruptamente y Deacon entró silbando una alegre melodía, en sus manos traía la única carta que faltaba entregar.

— El correo, chicos.

No fue necesario decir más, Hermann ya esperaba impaciente en la puerta de su celda y cuando la carta llegó a sus manos Dean vio por primera vez ese brillo de emoción en sus ojos. Frick abrió el sobre con desespero y Deacon no se movió, permaneció quieto viendo con atención al prisionero darle una ojeada a su carta y luego guardarla bajo su almohada.

— ¿Es cierto lo que dicen?

Aclaro su garganta, pero Hermann se quedó en silencio mirando la pared de su celda, como perdido.

— Darcy. — Deacon alzó la voz, y ahora su intento de llamar la atención de Hermann funciono.

— ¿Si?

— ¿Es cierto lo que dicen? Lo de los súper soldados.

Hermann lo miró extrañado.

— Es solo curiosidad, los rumores han llegado lejos.

Y claro a pesar de él estar a miles de kilómetros hasta Dean había escuchado sobre los súper soldados alemanes, nazis que no dormían, que parecían máquinas carentes de humanidad, más bien parecían personajes sacadas de libros de lo irreales que eran, pero Dean tenía la sospecha de que eran vagos rumores propagados para crear más miedo hacia los nazis.

— No sé de qué me habla, perdón.

Una mueca decepcionante apareció en el rostro de Deacon, quiso decir algo más, pero una voz lo interrumpió.

— Deacon, ven aquí.

John estaba parado firmemente junto al escritorio, con una seriedad indescriptible, Dean intentó hablar porque ni siquiera lo sintió entrar, pero John alzó la mano haciéndolo callar.

— ¿Qué?, solo le hacía preguntas.

— ¿Y para qué?, sabes que no has venido a ser su amigo.

— ¿Qué no? oh una pena, y yo quería invitarlo a tomar el té más tarde.

— No intentes ser gracioso ahora.

— Que raro sentido del humor, ¿eso te causó gracia?

— No, ¿pero sabes que si me hizo reír? que luego de dos compromisos fallidos, te casaste y no duraste ni un mes. ¿Será porque eres tan insoportable con las mujeres como lo eres aquí?

Deacon sonrió con descaro, eso enfureció más a John.

— Quizás. — Dijo Deacon antes de irse.

La puerta se cerró tras él con fuerza y Dean no dejaba de mirarla impaciente esperando que su amigo volviera.

— No.... no debiste mencionar lo de su matrimonio.

— Yo no soy el problema Dean, es Deacon, él cree que todos quieren ser amigos suyos.

Dean soltó un suspiro.

— Él volverá, no te preocupes. — añadió John.

 

La novena carta.

La respuesta del blanco perdido:

Fueron semanas de espera, y se quizás quieres seguir leyendo sobre mis aventuras o anécdotas de mi vida, o quizás ni siquiera te interesen, quizás solo lees esto porque estas tan aburrido como yo. Si te preguntas qué es lo que esperé por tanto tiempo pues fue la respuesta de Lizzy, y no sabes cuánto siento usar la parte trasera de su carta para escribir esto.

No espere una larga carta de amor, ni siquiera palabras que tuvieran una pizca de cariño. Pero era Lizzy, hasta hace no mucho mi Lizzy y entre todo lo que pudo decirme solo escribió cuatro palabras.

"No vuelvas a escribirme."

Eso no valía el privilegio de poder recibir cartas, y a pesar de que la mujer del vestido blanco fue breve y directa, yo no lo seré.

Esas palabras fueron borrando el blanco de mi vida, no espere que se quedara luego de lo que hice, pero Lizzy es lo único que anhelo dentro de aquí. Aun así, respetaré lo que dijo, pero a medias, porque he vuelto a escribirle, aunque claramente no se lo enviare, porque a pesar de todo nunca renunciaré a querer a Lizzy no por completo.




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