Decir que me sentía dentro de una pesadilla, era un eufemismo de mis verdaderos sentimientos. A partir del momento que leí esa notificación, comencé a maquinar mil y un formas de cómo salir de ese hoyo que seguía arrastrándonos más y más hasta no ver salida alguna, estaba tan rota por dentro y por fuera, que sentía que el cuerpo se me había entumecido, justo allí sentada en el autobús.
Lejanamente escuché el nombre de mi parada y de forma mecánica me levanté arrugando el papel entre mis manos para bajarme aun sintiéndome desorientada. Pero en cuanto puse los pies en el concreto, me acerqué hasta el primer muro sólido que conseguí y me arrastré hasta sentarme en el suelo.
Traté fallidamente de mantener mis piezas juntas, de bajar el nudo apretado que se había armado en mi garganta. Y también traté de contener el torrente de lágrimas que se avecinaba pero aun así, fallé. Rompí a llorar, de forma cruda, desesperada. Lloré por mi padre, lloré por mí, por mi padre, por lo que se avecinaba para nosotros. Porque más temprano que tarde, no tendríamos siquiera un techo para protegernos y mantenernos en pie.
Levemente percibí el sonido de pasos apresurados que se acercaban hasta el punto donde me encontraba.
- ¿Savanah? – preguntó la señora Nelly, quién era nada más y nada menos que mi jefa. Ella era una señora que bien podría ser la abuelita dulce que hace galletas para sus nietos los domingos por la tarde. Pero el caso era que ella con sus 60 años llevaba la cafetería con mano de plomo. Cuidaba de nosotros como en ningún trabajo lo harían - ¿Te pasa algo? Nos tienes a todos en la cafetería nerviosos. Nos preocupamos cuando no entraste de inmediato.
- Disculpe, sé que es tarde – dije levantando la mirada, a lo que ella respondió con un sonido de sorpresa viéndome claramente.
- Dime ¿qué está pasando? ¿te ocurrió algo? - lanzó pregunta tras otra mientras revisaba si tenía alguna herida visible – ¡HABLA YA NIÑA! Estoy que me salgo de mi cuerpo de la preocupación – mencionó arrugando el entrecejo.
- N-no... tranquila, es que recibí una mala noticia que... realmente no sé que hacer. No quería preocuparlos.
- ¿De qué se trata? ¿Podemos ayudarte? – dijo ayudándome a ponerme de pie.
- No lo creo. Es bastante grave...
- ¿Es sobre tu padre? – preguntó sin dejarme terminar.
- No... bueno sí... es algo más sobre todos nosotros. Perderemos nuestra casa.
- ¿Su casa?- cuestionó confundida
- Sí... hoy recibimos un aviso del banco y tenemos un par de días para pagar la primera cuota de la hipoteca. Pasados esos días si el banco no recibe pago alguno, de inmediato la casa cae como su propiedad... Pero lo gracioso del caso, es que no tenemos dinero, nada. Estamos quebrados. Todo nuestro dinero se ha ido con los tratamientos para mi padre.
- Oh, mi niña – dijo abrazándome y dándome el consuelo que necesitaba – es horrible por lo que estás pasando. Vamos pasemos a la cafetería para darte algo de tomar para que te calmes un poco, así podremos ir pensando de qué manera podemos ayudarte. ¿Está bien?
- Está bien... - dije mientras la seguía por la puerta de vidrio. La cafetería estaba situada muy cerca de la avenida Franklin, pero lo suficientemente alejada de mi casa en Gran River como para tener que tomar un autobús ida y vuelta. Esta era una construcción rodeada de paredes de vidrio que permitían visualizar hacia dentro del local y cuando abrías una de las puertas dispuestas para los clientes, de inmediato te alcanzaba el aroma de los pasteles recién horneados, galletas y del café molido. Cada vez que entraba me hacía sentir como en casa, a final de cuentas he estado trabajando en este lugar desde hace más de 5 años, que si lo vemos desde mi punto de vista se siente como una vida.
Cuando me acerqué hasta la barra di un leve asentimiento acompañado de una sonrisa forzada a mis compañeros, Larry y Laura, que tenían casi el mismo tiempo que yo trabajando para la señora Nelly. Ellos se encargaban de preparar los cafés y batidos que luego los camareros Bernard, Luce y yo hacíamos llegar a los clientes. No era un trabajo por el que alardearías, pero al menos es el que me permite llevar comida a mi casa además, de que los clientes por lo general habituales dejaban buenas propinas.
Seguí a mi jefa hasta la puerta doble metálica de la cocina y me senté en unas de las sillas que tenían allí los cocineros y pasteleros para cuando tenían unos minutos de descanso. La señora Nelly siguió revoloteando por la cocina, preparando lo que parecía ser un jugo que luego me trajo en uno de los vasos para batidos.
- Acompáñame a mi oficina – me pidió luego. Así que, aun con el vaso entre mis manos, la seguí hasta la puerta que era una especie de anexo que tenía la cocina. Allí estaba dispuesto un escritorio en una de las paredes pintadas de un color claro que aún no identificaba y un archivo en el que se resguardaban los registros y cuentas de la cafetería.
Luego de hacerme una seña con las manos para que me sentara justo al otro lado del escritorio, ella se sentó y me miró.
- ¿Te sientes mejor? – preguntó aun viéndome con preocupación.
- Sí. Gracias por el jugo. No se tenía que haber tomado tantas molestias.
- Para eso estamos. Trato de que todos mis trabajadores se sientan como en familia – dijo encogiéndose de hombros – esta vida es muy difícil, vamos y venimos a través de rutinas eternas que giran en torno de la casa, familia y trabajo. Trabajamos duro para mantenernos en pie, alimentar a nuestra familia y velar por su estabilidad, pero a veces las circunstancias no están a nuestro favor, como es tu caso. Siempre he admirado la fuerza que tienes, vas cuidas a tu padre, supervisas a tu madre y tu hermana y aun así llegas aquí sin una pizca de amargura y atiendes a mis clientes con una sonrisa que cualquier amanecer competiría por ser tan deslumbrante como tú.