Rojo Sangre

8

Mis nervios estaban de punta.

No podía contactarme con mamá y eso me traía muy descolocada, ella no era así, siempre había sido una madre preocupada venticuatro horas por sus hijos. ¿Cómo era posible que no respondiera mis llamadas ni me llamara?

Bufé molesta al tiempo que me ponía el gorro de lana sobre mi cabeza roja.
Aún no podía acostumbrarme mucho a Houston ni a mi nueva vida con james en ese apartamento que la mayoria del tiempo, era solitario.  

James solía trabajar mucho y no pasabamos mucho tiempo juntos pero notaba como se esforzaba para que no me sintiera sola, hasta el punto de dejar sus obligaciones por un rato para irrumpir en mi habitación e insistir en que juguemos algún juego de mesa en los que normalmente, yo le ganaba.

Mi cuerpo había sanado considerablemente, los moretones no dolían mucho y empezaban a ser menos visibles. En cuanto a la cortada en mi labio, creo que empeoraba con cada noche que pasaba. Se inflamaba y me era difícil probar bocado sin que doliera al introducir la comida en mi boca. Antes de irme a la escuela, ponía una bandita para ocultarla un poco a la vista y no escandalizar a nadie ni a mi misma cuando me viera al espejo.

Al aparcar frente al edificio de la escuela me despedí de james y salí del auto, pensativa observando el pavimento sin fijarme en los demás estudiantes que pululaban a mi alrededor.

Cerca de mi casillero, Adam me interceptó con una media sonrisa, me saludó algo cohibido y me acompañó hasta mi taquilla en silencio. Me extrañó ese hecho, pero me dediqué a sacar los libros que necesitaba mientras él se recostaba a un lado de mi lugar.

—Esto... Anna—me llamó y se mordió el labio inferior cuando voltee a mirarlo—yo, quería disculparme contigo.

Fruncí el ceño.

—¿Disculparte? ¿Por qué?

Él se rascó la nuca agachando la mirada.

—Por como te hablé en la cafetería, siento que fui muy duro contigo, lo siento—le sonreí un poco incómoda.

—No te preocupes, todo está bien—le palmeé el brazo—eso me pasa por preguntona—intenté bromear, pero a él no le hizo mucha gracia y torció los labios, apenado. Mordí el interior de mi mejilla, era un desastre con las conversaciones—oye, ya te dije que no hay problema, en serio. Por favor, no te sientas mal.

Él me miró, inseguro.

—¿Entonces no estás enojada conmigo?

Bufé.

—No tengo por que estarlo, tranquilo.

Él sonrió entre dientes aliviado, sus ojos destellando con aquel oscuro color que hacía buen contraste con su cabello achocolatado.

—De acuerdo—se aclaró la garganta—mañana es el partido, asi que no te lo pierdas, si lo haces—me señaló con un dedo amenazante—seré yo el que se enoje.

Alzé las manos en rendición.

—Me quedó claro—él rió y me abrazó de la cintura sin previo aviso levantándome del suelo por unos segundos, solté un gritito de sorpresa rodeándo su cuello por inercia antes de que me pusiera sobre mis pies de nuevo, sonriente.

—Te veo más tarde, pelirroja—me guiñó un ojo y se retiró mientras yo aún seguía procesando lo que acababa de pasar.

Un chico acababa de abrazarme.

Un chico que no era mi hermano me había abrazado.

Y no se había sentido tan mal.

Sacudí la cabeza, aturdida. ¡¿Qué estaba pensando?!

Cerre mi casillero entre bufidos y caminé hacia mi aula sintiéndome observada, al voltear curiosa, lo único extraño que pude discernir fue el atisbo de una chaqueta negra escondiéndose tras una esquina del pasillo, como si no quisiera que lo viera.

Fruncí las cejas y seguí mi camino sin darle muchas vueltas al asunto.

Al llegar al aula ya ocupada por algunos compañeros, me senté al final de una fila y levanté la vista justo a tiempo para ver a alguien conocido entrar. Alguien que a hurtadillas captó la atención de los demás, incluyéndome.

Y más cuando sus azules ojos me perforaron con seriedad, hasta que tomó asiento también al final de una fila al otro extremo del aula.

Tragué saliva evitando mirarlo.

¿Él y yo compartiamos esa clase? Vaya suerte.

~~~~~•~~~~~

No era divertido tener que atender la clase y al mismo tiempo, intentar ignorar al chico cuya mirada, podía sentir de vez en cuando observándome con tanta intensidad que creía que ya había cavado un hoyo en mi cabeza.

Resoplé en silencio anotando en mi cuaderno de apuntes todo lo que podía mientras me era inevitable encogerme en mi asiento.

Suspiré recostando mi cabeza con cansancio sobre mi brazos cruzados en el escritorio al tiempo que la maestra seguía dando la clase, me relamí los labios nerviosa, evitando a toda costa que mis ojos se desviaran hacia él. 

Hacia ese chico que parecía importarle más mis movimientos que lo que la maestra decía. 

Al lamer mi labio inferior toqué la bandita que ocultaba la herida, esta ardió al leve contacto de mi lengua.

Siseé suavemente y con cuidado retiré la bandita, sentía que al ponerla sólo empeoraba las cosas y la irritación era más perceptible.

Al retirarla esta quedó un poco manchada de sangre, algo perturbada decidí hacerla bola y tirarla al suelo.

Esta aterrizó en el blanco piso de cerámica por el que de pronto, empezó a deslizarse un espeso charco de líquido carmesí hasta alcanzar la bolita y mancharla aún más.

El aliento se atoró en mi garganta.

De pronto todo a mi alrededor se tornó silencioso, tanto que pude escuchar el latido de mi corazón en mis oídos. Temblando me levanté de mi asiento con dificultad, mis ojos no podían apartarse de aquella sangre que avanzaba hacia mi lugar, despacio.

Seguí con la mirada la dirección por la que provenía  aquel líquido escandaloso, encontrándome con un pupitre de la fila a mi derecha que se hallaba ocupado por la figura de un hombre que se me hizo familiar.

Yo conocía ese cabello... Esa espalda ancha.

Y rectifiqué de quien se trataba cuando él volteó sobre su hombro mirándome con su sonrisa de siempre.




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