La torre era fría. Las nubes formaban aros a su alrededor como cadenas. La noche empezaba. Una joven de veintiún años estaba sentada sobre el ataúd de mármol. Su cabello era azul, del mismo tono que la noche, cual combinaba con sus ojos carmesí.
Danthario, su padre, había partido hace dos meses a la guerra. Tardaría en volver, hasta el comienzo de la nueva luna. Ese era el tiempo que tenía la joven para escaparse de la torre más alta, donde el sol no entraba por los muros.
Roma había conocido a Fecor. Otro inmortal. Su edad era algo imposible de calcular. Él decía que le gustaba el número treinta. La joven vampira habló con él durante dos noches, lamentándose de no poder salir de allí hasta el regreso de su padre. Fecor le contó que había sido expulsado del infierno por vender unas reliquias antiguas a los arcángeles.
Roma leyó todas las revistas de Vogue, estudió todos los mapas de Europa Occidental. También, dibujó todo tipo de cosas y se tiñó el cabello de un tono azul brillante. Todas las mujeres tenían una extraña obsesión con sus cabellos. Algunas se lo cortan, otras le dan diferentes peinados y también se tiñen de todos los colores. Ella tenía una característica como vampira, se trataba del control de su cuerpo. Su pelo crecía demasiado rápido y fuerte siendo posible usarlo. Podía venderlo, hacer pelucas o simplemente hacerse largas extensiones. Esta última opción le sirvió para escaparse con su nuevo amigo. Él siempre venía a verla.
Cuando el cabello azul de Roma estuvo listo, lo enganchó de una viga de la torre. Lo arrojó por la ventana. El silbido del viento llenaba el lugar de una canción silenciosa y un poco molesta. La vampira dio un salto, trepándose por los ladrillos y subió a la ventana. Desde ahí, pudo apreciar el paisaje y la inalcanzable luna sobre los terrenos. Descendió. Fecor esperaba la caída de la joven, atrapándola entre sus brazos.
-Eres ligera como la pluma de ángel-dijo él.
Los pies de Roma tocaron la tierra húmeda. El lodo se pegó a sus botas. Era blando y pegajoso. Estaban lejos de la ciudad y custodiados por lobos salvajes. Sintió el viento helado acariciar su piel pálida como una mano invisible que le pedía permiso para tocarla. El movimiento de su largo pelo azul le hizo reír.
- ¿Dónde iremos?
- Te tengo una sorpresa.
Tenían que cruzar el bosque que rodeaba el castillo. Enseguida los sonidos del lugar despertaron esa infaltable compañía de su encierro. Los búhos cazaban a estas horas. Los lobos se mantenían en alerta ante cualquier intruso en los terrenos del castillo. Los murciélagos chillaban volando de un lado a otro, entrando y saliendo de sus nidos. Soñó con librarse de las reglas estrictas de Danthario, quien temía la seguridad de su única hija. En particular, ser capturada por los mortales. Fecor prometió protegerla.
La luz de luna caía sobre ellos. Única, brillante y compañera indispensable. Era su guía. Llegaron a una carretera. El olor a nafta y del bosque impregnaron los sentidos de Roma. Era un poco fuerte para su sensible olfato. Arrugó la nariz. Fecor había conseguido dos motos.
Ella no hizo preguntas de dónde las consiguió, ni cómo las trajo a los terrenos. Lo importante es que confiaba en él.
La moto negra de Roma rugió. Los sonidos mecánicos le daban poder. Aceleró, seguida de su amigo. Roma podía percibir la velocidad, el sonido del viento y su cuerpo agitarse sobre el vehículo.
Cuando llegaron a Transilvania, Fecor condujo hacia calle abajo, y se detuvo. Entraron a una callejuela. El olor de la ciudad tenía excesivos aromas y sonidos. No podía concentrarse en alguno. Todos estaban interviniendo en ella al mismo tiempo.
-¿Qué sucede?-preguntó Fecor, quitándose su casco rojo.
-La ciudad está apestosa.
-Así son los mortales, amiga mía.
-¿Dónde me trajiste?
Fecor alzó sus manos, pidiéndole paciencia. Alrededor de ellos, había varias puertas de color caoba. Tenían números. Roma se dirigió una. Su amigo tiró de su campera, regresándola a su lado.
-Aquí hay edificios. Algunos son túneles al cementerio...
-Las usaron para atacar a mi padre.
-No sé...Lo siento, no era este el lugar que quería presentarte.
-¿Cuál es?
Fecor tomó la fría mano de la joven. Caminaron hacia el final de la calle. Se detuvieron ante un muro de unos cinco metros, de ladrillos sucios y rojos. El hombre miró un momento la expresión indiferente de la muchacha. Estaba reflexionando las consecuencias. La idea es que su padre no se enterara de esta escapada. Fecor se inclinó sobre el muro. Sus ojos negros miraron fijamente en un bloque en especial. Pasaron unos tres minutos. En el momento, se abrió un portal, dejando salir una espesa neblina negra y el fuerte sonido proviniendo de allí le provocó a Roma una sensación de emoción. Entraron. La joven no se alejó de su lado.
El portal se cerró. Había mucha oscuridad. Él no dejó de sostener su mano, guiándola por aquel extraño lugar. Roma no tenía idea que existieran pasillos secretos en la ciudad ¡Era magnifico! Se introdujeron por un tubo. Ya la niebla comenzó a desaparecer hasta que llegaron al final.
Roma vio a muchas personas. Había mesas con manteles rojos, sillas y una pista de baile, donde la gente estaba bailando. Lo extraordinario era la clientela. Todos eran diferentes. No había humanos. Solamente demonios, hadas, elfos y vampiros.
-Bienvenida a Transilvania.