Danthario nació en el exitoso linaje de los Blackwood. Hombres de negocios. Mujeres valientes y guerreras. Hermanos envidiosos. Una generación de problemas. No había forma de romper las reglas. Las prioridades de la familia Blackwood siempre fueron mantenerse en la mejor posición económica, ser grandes inspiradores de las siguientes décadas y los primeros en ser invitados a las fiestas de donaciones. Tenían el respeto. Todos fueron vampiros, muchos asesinados por los cazadores y humanos valientes, que salían con hachas y antorchas de fuego.
Una noche de fiesta, Danthario conoció a Amelia Hottman. Una escritora, escondida en sus libros. Ella tuvo revelaciones del mundo oculto desde muy niña. Era sensible y muy curiosa. Hizo amigos con características poco comunes y aspectos aterradores. Amelia se enteró de la fiesta de los Blackwood por la invitación de un hada, amiga de la infancia. Danthario le llamó la atención. Supo en ese momento que él era un gran vampiro. Ella debía conocerlo. Salieron en plan de cita. Fueron conociendo las cosas que tenían en común. Ella era una simple mortal. Se mudaron juntos. La emoción de vivir con el hombre que le robó el corazón, en un castillo algo dañado por los cazadores pero, igualmente, increíble. Se casaron, a pesar de la oposición de la familia y algunos amigos. Él la amaba, demasiado.
En la noche de bodas, surgió un impedimento a su matrimonio. El señor Blackwood, celoso y controlador se interpuso en su amor, quien esperaba que su hijo fuera digno de conseguir una esposa del mundo oculto. Una vampira. Una mujer lobo, quizás. Pero, no. Él se enamoró de una humana. El hombre juro romper esa blasfemia que Danthario y Amelia juraban, ante todos, amarse.
-Tengo que irme, corremos peligro estando juntos, mi cielo-dijo ella, apenada. Las lágrimas rodaban por su rostro.
-No, te quedarás.
-Dan, has oído los gritos de tu padre.
-Lograremos convencerlo. Aun no te conoce, quedará encantado al oír tus historias.
-No son mis novelas lo que pueden encariñarlo. El hecho de ser mortal lo vuelve loco.
En su luna de miel, viajaron a Perú. Conociendo algunas viejas civilizaciones. Escalaron hacia Machu Picchu en medio de la noche, y ambos se unieron en su gran amor. Meses después, decidieron quedarse a vivir, hasta que la ira del señor Blackwood se calmara. Nació Roma. Un pequeño ángel, de ojos pardos y cabello de plata. De piel clara, de sonrisa simpática y risas por doquier.
Cuando la niña cumplió diez años, su padre descubrió que era una vampira en desarrollo. Se enojaba rápido, sus colmillos eran más largos y el apetito comenzó a desaparecer. Era una verdadera vampira. El miedo de sus padres acerca que las personas que comenzaran a notar esos cambios los obligaron a volver a Transilvania. Aun no sabían que podían encontrarse al regresar. Quizás el castillo derribado y saqueado por los humanos. No importaba. Los Blackwood seguían siendo importantes en Europa.
-Vayan ustedes, no puedo ir.
-Mamá...
-Amelia, ¿qué pasa? Lo hemos hablado muchas veces.
-No puedes protegernos a las dos, Danthario. La fuerza de todos los vampiros va a matarnos.
-Por favor, mamá. Él puede convencerlos.
-Roma, linda, me quedaré. Perdón, cariño. Sos el cambio que necesitamos para que los otros crean en la unión de ambos mundos. Roma sos tan fuerte y poderosa como tu padre. Sos tan lista y estratega como yo. Cambiarás las cosas, estoy segura. En cuanto, aquello pase, regresaré con ustedes.
-No me abandones-suplicó la niña.
-Perdón...