Roma

4.Mami

Habían aterrizado en Perú. Los recuerdos llegaban fugazmente a la mente de Roma como los domingos de guisos con los López. Se preguntaba si Lucio y su hermana continuarían viviendo en esa casa de tejas rojas, junto a las sierras. Fueron sus primeros amigos. Los últimos, también. Y los abandonó, protegiéndolos de su necesidad de sangre. Perú dolía, realmente.

-Busquemos un auto, Roma. -pidió su amigo.

-Perdón, estaba pensando.

-Lo imaginé, no te preocupes.

Tomaron un taxi. Metieron todas sus cosas en el baúl y subieron al vehículo. Roma sentía como todas las imágenes compartidas con su madre aparecían rápidamente. Los recuerdos habían sido bloqueados por una prima, ya que Danthario no quería que su hija tuviese razones reales para reencontrarse con su madre. Lo que se desconocía, que los poderes de esa vampira no eran tan fuertes en la mente de Roma. El hechizo se rompió, cuando conoció a Fecor.

Imagino a Amelia. Ella tendría el cabello castaño con algunas canas que lucían su edad. Pequeñas arrugas de vejez para sus sesenta y dos años. Roma la vio una sola vez llorando, fue el día que ellos se fueron. Era el último de todos los recuerdos que apareció en su mente. Se acordó de todo; el motivo de irse al exterior, así se justificaron las reglas de Danthario y la pena de abandonar el mundo mortal para permanecer escondida en el mundo oculto.

-¿Dónde vamos, chicos?-preguntó el chófer.

Inmediatamente, la vampira le dio la dirección como si hubiese estado ahí, toda su vida. El vehículo avanzó. Fecor la miró, ella estaba tan hundida en sus recuerdos que se repetían, una y otra vez.

Amelia dejó la escritura cuando ella nació, dándole la atención completa. Cuando Roma creció, entró a una universidad para dar clases y así continuo. Su madre estaba dispuesta a luchar por el amor de Danthario y ella, contra cualquier ser que se cruzará en su vida. Ella era mortal, posiblemente terminara muerta. Roma resopló con fuerza.

-¿A quién vamos a ver?-dijo el chico, finalmente. Ella nunca le mencionó su idea.

-A mi mamá.

-¿Qué...? ¿Estás segura? Esto puede salir mal, Roma.

-Es el momento de luchar por la unión con ambos mundos. Míralo desde la idea, que los arqueólogos que busquen tus tesoros, te adoraran. Has dejado pistas por cada parte del mundo, un mapa y un camino fácil de cruzar.

-Lo hice para que los humanos avancen en los hallazgos del mundo. Tu propósito rompería muchas religiones, que ocultan nuestra existencia...Repito, ¿estás segura?

-Sí, Fecor, lo estoy.

Llegaron a la casa de Amelia. Vieron un establo, pastizales crecidos y una débil luz en la entrada. Roma descendió, junto a Fecor. Recogieron sus pertenencias, y pagaron el viaje. La casa tenía dos pisos, de esas antiguas estructuras. De color blanco, desgastado en las uniones de los cimientos y los marcos de las ventanas estaban llenos de musgo y plantas enredadas. Estaba bonita, a pesar de todo. Fecor apoyó una mano sobre el hombro de la vampira. Avanzaron por el camino. Se detuvieron ante la puerta principal. Esperaba que Amelia estuviese despierta. No se oía ningún ruido, únicamente el goteo constante de una canilla dañada.

-Debe estar durmiendo-dijo él.

-No podemos esperar al amanecer, Fecor.

-Lo sé, pero...

La joven tocó el timbre y dio fuertes golpes a la puerta. Siendo insistente, quería despertarla. Estaba nerviosa, pero era el momento de cambiar los estereotipos sociales. El mundo oculto dejaría de serlo. Pronto, las luces se encendieron y los pasos perezosos se acercaron a la entrada. Roma respiró hondo.

-¿Qué quieren?-inquirió Amelia. Su voz sonaba dulce, molesta y agotada.

-Soy Roma.

-¿Qué?

-Mamá, soy yo. Tu hija.

La puerta se abrió. Frente a ellos, se presentó una mujer de estatura baja. Vestía un camisón largo, blanco y unas viejas pantuflas. No se veía tan hermosa como la vampira la recordaba. Parecía que padecía la soledad, la tristeza y el dolor transformándola en una persona fría, grosera.

-Vuelve-ordenó su madre.

Sus ojos marrones, tan parecidos, estaban llenos de marcas de insomnio. Su piel era pálida, como si tuviese una enfermedad. Roma sonrió un poco. Estiró su mano para tocar su rostro, pero Amelia le tiró un manotazo, alejándola.

-Mamá, tenemos que hablar.

-Dejaste de ser mi hija cuando te abandone. Ya no tienes un lugar acá.

-¿Qué significa eso?

-Roma fue mala idea venir-susurró su amigo.

-Mamá...

-Perú es mi hogar. Ni siquiera hablas el idioma que te enseñé, tu inglés es muy acentuado. No has salido de Transilvania bajo las custodias de tu padre. Tienes...el don de perderte en tus pensamientos, ¿cómo no?

-Necesito respuestas, cuando pediste que nos fuéramos...

-Danthario no está muy lejos de Europa. Regresa tan rápido puedas.

-No...mamá, en serio, necesito saber algunas cosas antes...

La puerta se cerró en su cara. Roma estaba confundida. Había pensado que reencontrarse con su madre fuese algo más bonito y emocionante. No ser rechazada y tachada como una desconocida tocando a las doce de la noche su puerta. Volvió a llamarla con un poco más de fuerza. La mujer no atendió. Incluso, cerró con llave y pasó un bloqueo. Fecor estaba incómodo. Veía la pena y la vergüenza de Roma.

-Vamos. Ella lo dejó en claro.

-¡No, tiene que aceptarme! ¡Ella lo decidió!

-Roma, por favor. Lo único que vas a lograr, es que se odien.

-¡Amelia, abre la puerta, ahora mismo!-gritó.

Fecor rodeo los ojos, tomó a la vampira de los brazos y le dio una sacudida. Ella comenzó a llorar, abrazándose a él que la recibió.




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