Roma

5.El refugio

Las cuevas escondidas en medio de las sierras eran refugios para los desamparados, los viajeros de mundos. Roma pidió una habitación para ella. Necesitaba pensar. Se dio una ducha, tomó la sangre que le entregaron en recepción y se vistió para dormir. Se durmió con cansancio. Roma vivió escondida en el castillo desde sus doce años, desconociendo muchos lugares en Transilvania solamente viendo imágenes y viendo noticias en la única televisión ni siquiera contaba con amigos. Danthario le quitó todas esas experiencias. Aun le parecía irónico que Fecor apareciera frente a su castillo, con la excusa de buscar un lugar seguro para su estadía en el mundo mortal.

En la siguiente noche, cuando el sol se escondió, Roma se recuperó de las palabras hirientes de Amelia. Buscó a su amigo en el pequeño y rocoso salón de huéspedes. Él estaba sentado, comiendo un cuenco de frutas y yogur de cabra, estaba disfrutando los sabores como explosiones en su paladar. Lo curioso de los demonios es que podían estar sin comer por días. Se decía que el infierno era el responsable de las hambrunas y castigos dolorosos, Fecor tuvo suerte de ser expulsado de allí. El destino estaba escrito para que ellos se conocieran, pensó ella.

-Roma, ¿qué haremos?-preguntó él con la boca llena de yogur.

-Podríamos unir fuerzas desde aquí.

-Tu propósito es una locura.

-¿Por qué?

Fecor suspiró, dejó de comer. Se acomodó en su lugar, cruzándose de piernas y sus brazos sobre su pecho. Observó a la joven un momento, mordió su labio buscando las palabras adecuadas para no ser grosero con ella. Roma sabía que sería difícil, pero tampoco fácil. El demonio tenía tantos años, que ella aún no tenía hasta que su vida mortal alcance la muerte y a continuación, empiece su edad inmortal. Apareció un hada con un gran vaso lleno de sangre para ella, se fue, dejándolos a solas.

-Los humanos no son todos iguales. Muchos nos han perseguido para destruirnos, tuvimos muchas bajas en el infierno. Mis amigos murieron al ser purificados por los sacerdotes. El agua bendita nos destruye por completo, así como los vampiros son vulnerables en el día, como los hombres lobo padecen de la ferocidad de asesinar sin consciencia.

-Tiene que existir algo bueno en todo eso. Por ejemplo mi madre, a quien volveré a ver.

-Amelia fue una excepción, además has visto que nos prohibió el ingreso a su casa, ¿crees que tu madre, siendo humana, puede volver a esa vida de oscuridad?

-Todo tiene una explicación y sentido para que una persona cambie su opinión.

-Son crueles, no se preocupan por comprendernos ni mirarnos como seres bondadosos. Los demonios nos apoderamos del control completo de los humanos, los usamos para alimentarnos de sus almas y energías. Los vampiros, ya lo sabes. Lo mismo con otros del mundo oculto. No somos bienvenidos al mundo de los mortales, nunca nos dieron la oportunidad.

Hubo una pausa. La inquietud de Fecor sobre abrir las puertas del mundo oculto y coexistir con los humanos le pintaba bastante mal. Roma no era la única que intento subir a la superficie. Otras personas hicieron lo mismo, pero la vampira tenía genes humanos. Esta vez era diferente. Su amigo continuó comiendo. Ella bebió de su vaso, analizando las posibilidades que parecían cada vez más lejanas a una armonía. No habría paso libre a sus ideales. Liberarse de la oscuridad había dejado de ser una propuesta conjunta.

-Debemos mezclarnos con los humanos. Seguro que podremos comprenderlos a ellos primero antes de avanzar-dijo ella, finalmente.

-Eso lo hicimos, y tuvimos varias bajas.

-De acuerdo.-dijo. Suspiró- Yo no salí de mi castillo hace años, Fecor. Ahora que quiero tener un propósito para poder convertir nuestras vidas en la libertad que merecemos. Ellos no nos conocen.

-Los únicos humanos que logran comprendernos son una minoría que nos acceden a los alimentos que consumimos. La sangre que estás bebiendo pertenece a alguno de ellos. Un donante voluntario te está alimentando.

-¿Hay humanos que nos apoyan?

-Sí, son una organización secreta de voluntarios. Se llaman Hermanos Oscuros.

-¿Conoces a alguno de ellos?

-No, es la primera vez que subo. Sabes que me expulsaron, o más bien están castigándome por mis faltas.

-Necesitamos hablar con los Hermanos Oscuros.

-Bueno, saldré a dar un paseo por los santuarios incas-dijo él. Estaba cansado de hablar con Roma. Era terca.

Fecor se puso de pie. Tomó una gorra roja, que le prestaron unos huéspedes. Agitó su mano en forma de garra a la vampira, despidiéndose. Se fue. Roma se quedó a solas, bebiendo de su sangre. El hada volvió a su mesa para recoger el desayuno de Fecor. La vampira aprovechó para preguntarle acerca de los Hermanos Oscuros.

-Solo vienen a la noche. Traen lo que necesitamos para el refugio.- contestó el hada.

-¿Qué tal son?

-Muy amables y empáticos. Raúl es un empresario de tecnologías, instaló las televisiones y las computadoras a través de la energía solar. Carolina trae sangre de tipo universal y plasma, ella es cirujana. Luego, está un chico muy joven, nos consigue cosas que la gente desecha como lámparas, camas, sillas y esas cosas.

-No esperaba que fueran tan importantes.

-Los Hermanos Oscuros fueron víctimas. Pero decidieron perdonarnos y poder ayudarnos. Nos alegra que existan personas como ellos.

Roma asintió con la cabeza. Podría esperar que alguna de esas personas llegara al refugio, aunque no contaba con mucho tiempo porque su padre empezaría a buscarla. El hada se despidió, retirándose. Roma terminó su sangre. Se puso de pie, volviendo a su dormitorio. Allí tenía un vestido negro, bastante sencillo y ligero para el clima cálido de Perú. Se vistió. Tenía algo pendiente aún.




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