Roma

7. Mejores anigos

Fecor estaba sentado en un sillón negro, rodeado de dos hadas hermosas de pieles pálidas y ojos verdes. Parecían hermanas gemelas. Ellas se reían de las anécdotas del demonio de los tesoros. Parecía tener popularidad o ellas estaban interesadas en ligar con él. Roma rodeo los ojos. Pegó media vuelta, dirigiéndose hacia la otra habitación. Pasó por debajo del arco. Ingresó a la sala de televisión y computadoras de energía solar. Había algunas personas. Rápidamente notó el olor a un humano en el lugar. Seguramente era un Hermano Oscuro. Se acercó. Era un joven muy apuesto. De cabello rubio, de ojos verdes claros y piel blanca con pecas en toda la cara.

—Hola, buenas noches.—Saludo ella.

—¡Buenas noches, bella dama!

—¡Ah, gracias por el halago!

—Por nada, ¿En qué te puedo ayudar?

—¿Eres un Hermano Oscuro, verdad?

—Claro. Me llamo Raúl. Me ocupó de la tecnología y la energía solar.

—¿Puedo hacerte algunas preguntas?

—No estoy seguro. No depende de mí. Sigo órdenes, no puedo hablar. Hay reglas.

Roma hizo una mueca. Raúl siguió juntando cables, había terminado de hacer una reparación de un corto circuito de una televisión. Ella le preguntó sobre el líder de los Hermanos Oscuros para tener una reunión realmente quería hablar con alguien de ellos.

—Con Amelia. Vive debajo de las sierras.

—Amelia...—susurro incrédula.

Había estado allí varias veces, imposible de convencer a su madre de hacer una negociación entre mundos, ¿Tendría que empezar una revolución? No quería llegar a esa decisión pero no quedaba otra opción. Amelia dijo que tenía que dominar, y eso significaba revolucionar las vidas de los humanos. Así sería.

—Gracias, Raúl. Hasta luego.

—Adios.

Pegó media vuelta. Regresó a buscar a Fecor y no estaba en el salón de los sillones. Tal vez estaba en su habitación.
Se dirigió al área de habitaciones para viajeros. Subió al primer piso. Recorrió dos pasillos, cruzándose a otras personas que se acercaban a ella, oliendola y lamiendo sus bocas, ya que Roma era extremadamente hermosa. Ella los ignoró, tratando de no perder la calma. Dobló a la izquierda, cuando chocó contra un hombre alto y vestido de traje. Él cayó al suelo, pues Roma poseía más resistencia y equilibrio dada así genética sobrenatural.

—¡Perdón!

—No... Está bien. Estoy bien.—dijo el hombre. Ella lo levantó rápidamente con un solo movimiento. Él la miró impresionado.—¡Vaya, una vampira! Nunca ví a una desde hacía un par de años.

—¿Por qué?

—Ella se fue.

—¿Quién eres?

—Lucio López.

—¡No me jodas! ¡Lucio, soy Roma!

—¡¿Qué?!

Se abrazaron con cariño, balanceándose como una balada bajo las luces de las antorchas solares del pasillo de las habitaciones. Lucio la tomó de la mano, llevándola hacia su oficina. Era el director del hotel de los viajeros y desamparados del mundo oculto. Él se convirtió en un hombre lobo a los quince años en un viaje a Canadá.

—¿Y que haces de nuevo por acá?—dijo él.

—Escape de Transilvania. Ahora estoy con un amigo tratando de hacer unos cambios en el mundo oculto.

—Espera, ¿Escapaste del estricto de tu padre?

—Él está peleando, volverá en algunos meses. Yo también puedo tener mi propia pelea.

—¡Ah, entiendo! Buscas un motivo para enfrentarte a los regímenes de tu padre por todo lo que te hizo pasar y lo que te escondió del mundo..

—¿Acaso eres terapeuta?

—Tiene sentido, Roma. Estás enojada y una vez que inicies esto no vas a pararlo.

Volar no era tan fácil. Había un proceso, una técnica y una prueba. Es lo que Roma debía entender. Respiró hondo y soltó el aire, agachando la cabeza. Lucio tenía razón.

—¿Quieres sangre del tipo RH Negativo? ¿Para recuperarte de esto?—dijo él.

—Me vendría bien un trago de sangre y un poco de plasma.—dijo, echándose hacia atrás.

—De acuerdo. Le diré al barman que lo preparé.—dije enviando un mensaje—Te veo luego y suerte con todo esto.

Roma salió de la oficina. Era seguro que quería vengarse de su padre. Pero vengaria la vida de inocentes, ¿Valdría la pena?

—¡Roma, maldición! ¿Dónde estabas?—dijo Fecor, corriendo por el pasillo—¡Me diste un susto de muerte!

—Me encontré con un amigo.

—Si no tienes amigos...

—Fecor.

—¿Quién era?

—Un amigo de la infancia. Vamos a tomar algo y te cuento, tú me dices que hacías con esas hadas y dónde se metieron.




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