—¿Tuviste un trío?—dijo ella alzando una ceja—Con hadas...
—Soy un demonio. No tengo preferencias.
—Imagine que sí.
—Soy parte de la emoción y la ambición. No tengo tiempo para elegir o quedarme con alguien mucho tiempo. Por eso viajó mucho y estoy solo. Así es mi vida.—le explicó Fecor, medio ebrio—¿Y tú? ¿Has tenido novio? ¿O tu papi no te deja?
—¡Cállate! Ojalá mi vida hubiese sido así; viajar y estar en relación a relación pero no lo es.—dijo ofendida. Se puso de pie. —¡Buenas noches! Las burbujas se te subieron.
—Roma, lo siento.
—¡Vete a la mierda, cabron!
Fecor la detuvo, tomándola de la mano e hizo que regresara a su lado. La miró con pena. La vampira frunció el ceño. No tenía derecho a reírse de ella, ¿Quién se creía para faltarle el respeto? Le dió refugio en el castillo, le dió su confianza, su tiempo, su amistad ¿Así era la gente del mundo oculto? ¡Qué vergüenza!
—No digas nada más. Vete a dormir. Hablaremos mañana.
—¿Qué harás?—dijo Fecor preocupado.
—Ya me ayudaste demasiado. Tengo cosas que hacer en la ciudad. Nos veremos en otra oportunidad. Suerte.
La vampira se soltó. Se fue del bar, caminando entre la gente y salió. Subió la escalera larga, estrecha, rocosa y adornada con luces. Tenía escalones pequeños, dónde sus pies de talle ocho no cabían lo suficiente donde casi cae por la mitad cuando la mano de un hombre la frenó antes de provocar un accidente. Era Lucio.
—Amiga, ten cuidado. No quiero que te lastimes.
—¡Demonios, gracias!
—No es nada. Fue una casualidad. Iba subiendo detrás tuyo. —dijo él —¿Dónde vas?
—Necesito hacer un análisis de los humanos. Quiero encontrar lo que todos dicen; Su crueldad.
—Te acompaño. —dijo, apoyando su mano en el hombro de ella. Y subieron juntos.
Lucio tenía el cabello con rulos, en forma de cresta. De color azabache como la noche y la piel pálida. Con barba abundante y corta. Sus ojos grandes, pestañas rectas y del color de las almendras. Era muy guapo. Un interés surgió en Roma al estudiarlo mejor sus facciones maduras y varoniles, dejando atrás aquel rostro de niño de mamá, que lloraba por caer de la bicicleta o ser perseguido por los perros del vecino. Ahora era más valiente y decidido, fuerte y atractivo, dirigiendo un hotel para el mundo oculto.
Iban caminando hacia la camioneta de él.
—¿Cómo paso?—pregunto Roma.
—Ser un hombre lobo, bueno. Fui estúpido como siempre y tuve mis consecuencias.
>Una noche, con luna llena, salí de la universidad. Perdí el último colectivo a casa. Tuve que volver caminando porque no tenía mucho dinero para un taxi y no quise llamar a mi padre para que viniera a buscarme. Todo fue estúpido. Entonces caminé. La universidad era lejos. No sé, era joven y creía que no me pasaría nada.
Cuando lo ví.
Era un figura grotesca en medio de los pastizales del campo, a unos metros de casa. Por miedo que ataque a mi familia. Le grité. Me escuché y sus ojos no eran normales a un lobo común. Eran salvajes, demoníacos. Perdidos en la locura y la ferocidad de una bestia. Corrí y corrí. Solté mi celular y no pude pedir ayuda porque nadie me escucho. Y la bestia me alcanzó. Me mordí la pierna y huyó.
Me levanté. No sentí ningún síntoma. Sino mucho dolor y estaba sangrando. Tuve que mentirle a mis padres, que caí sobre una trepara para animales. Me ayudaron y me llevaron al hospital. Me quedé unos días internados.
Y la primera luna llena me transformó. Maté sin darme cuenta a muchas personas, inocentes, niños, mujeres. Entonces se acercó un hombre, el mismo que me atacó y se disculpo conmigo. Era el alpha de un clan peruano. Su nombre es Adrián.
Cuando me reclutó a su clan, dejé de ver a mi familia por un tiempo y me sirvió los extrañaba mucho. Entonces no aguanté y abandoné ese lugar. Supe lo que debía hacer con las transformaciones y la luna.
Dos años después, fundé el hotel.<
Llegaron a la ciudad.
—Pasaste por cosas terribles, Lu.
—Lo sé. Solo tenía veinte años.
—No merecías eso.
—Tú tampoco merecías estar encerrada en tu castillo.
Se miraron. Había un destello de luz artificial amarilla y azul que caía sobre ellos, iluminandolos como dos pares de iguales que atravesaron por mucho dolor.
—¿Mi idea de cambiar el mundo es mala?
—Es una guerra.
—Es mala.
—No entiendes. Sin guerra, no hay cambios. Sin muertes, no hay revolución. —dijo Lucio tocando el hombro de ella —Vamos a dar un paseo.