Roma

11. La promesa

Era invierno en Cuzco. Las clases dieron un receso. Lucio y Roma estaban felices por esto. Jugarían todo el tiempo que pudieran hasta que volvieran a la escuela.

Habían planeado acampar en el bosque, a unos metros de la nueva casa de la hermana de Lucio. El lugar era muy bonito. Preparado para un nuevo barrio. Los árboles fueron arrancados causando una tristeza inocente en Roma. Llevó un pino para plantearlo con Lucio en el terreno de Alessandra. Llegaron a las once de la mañana, acompañados por el señor Lorenzo, el padre del niño. Bajaron, descargaron las cosas y se dirigieron hacia el sitio donde montarian el campamento por tres noches.

—¡Estoy muy emocionada, Lu!—dijo Roma—Es diferente. Mamá siempre me hablaba de las estrellas y papá nunca estaba con nosotras.

—Entiendo. Será diferente, Roma. Lo prometo.

—Eres mi mejor amigo ¡Te quiero mucho!—dijo con una sonrisa de felicidad.

Él se sonrojo. Llegaron. Lorenzo le dió unos consejos a los niños y le entregó un teléfono con crédito a Lucio por si ocurría algo. Además, Alessandra estaría en la cabaña, recién mudada con su novio Mariano.

—Estaremos bien. Sabes que no te doy problemas y siempre cuidare de Roma.—le dijo Lucio.

—Muy bien, muchacho. No te olvides de todo lo que te enseñé. Un día va a servirte.

—Claro, papá. Gracias por traernos.

Se despidieron. Roma miró a su alrededor. Estaba percibiendo ruidos de roedores pequeños como ratones y ardillas en la zona. Lucio la llamó, giró y se acercó.

—Primero tenemos que armar la tienda, ¿Me ayudas?

—¡Sí, obvio! ¿Qué hago?

Roma siguió las instrucciones de su amigo, quien se ocupó de levantar la carpa con las varillas y la tela que fue elevándose poco a poco hasta quedar armada. La ancló firmemente contra el suelo. Comprobó que todo esté bien antes de meter sus cosas dentro de la tienda.

—Hay una ardilla.—dijo Roma, al ver al roedor acercarse despacio hacia ellos con curiosidad.

—¿Qué? ¿Dónde?—dijo asomándose y el roedor se asustó al verlo, salió corriendo a toda velocidad.—¡Oh, se asustó!

—No importa. Le saqué una foto.

Lucio se acercó. Ella le mostró varias imágenes en su cámara digital. Le gustaba mucho la fotografía, pensaba dedicarse a eso por ahora. Tenía algunas buenas fotos de la ardilla. A Lucio le gustaron. Era el animal favorito de Roma, tan tierna como ella.

—Eres increíble. —dijo él. Roma giró la cabeza y se sonrojo mucho.—¿Qué?

—Nada.

Era raro. Lucio estaba siendo muy amable con ella, más de lo normal. Tal vez su amigo estaba enamorado.

—¿Dónde hay chocolate? Tengo antojo —dijo ella rompiendo el momento incómodo.

El niño buscó el dulce. Comieron dentro de la carpa. Lucio le preguntó si ella sería una vampira como su padre cuando creciera. Desconocía el tema y si Roma seguiría siendo su amiga.

—No lo sabemos —dijo la niña—. Soy la única mestiza de los Blackwood. Nadie sabe lo que puedo convertirme. O sobrevivir. En realidad dicen muchas cosas pero nadie sabe nada.

—Entiendo. Tienes que esperar que ocurra algo con los genes de tus padres.

— ¿Por qué esa pregunta?

—Es que, si eres vampira, vas a abandonarme y te volverás mala.

—No lo creo. Yo nunca voy a olvidarte.

—¿Y sí digo que me gustas?

Roma se quedó boquiabierta. Y dió un grito de emoción. Se tiró encima de Lucio plantando un beso en la mejilla ruidosamente.

—¡Siempre quise que seas tu!—dijo Roma con una lágrima de alegría.

—Roma...Me aplastas.

—¡Oh, lo siento!

En cuanto se movió. Lucio la tomó del rostro con las manos y la besó. El primer beso de ambos. Roma se puso roja como un tomate y se separó con nerviosismo. No esperaba eso.

—No...

—¿Qué pasa?—dijo Lucio apenado.

—Tienes que pedirme permiso.

—¿Qué?

Roma casi se pone a llorar. Se asustó que su amigo la sorprendiera así.

—Voy a preparar el fuego.—dijo Lucio, y salió de la tienda.

Roma quería hablar con su mamá. Había un chico al que le gustaba y no sabía qué hacer. Tomó su teléfono, le escribió a Amelia. Hablaron un rato largo. Los nervios desaparecieron gracias a los buenos consejos de amor y amistad de Amelia. Salió de la tienda. Vio a Lucio, terminando de preparar el fuego, agregando leña. Llamó su atención.

—¿Qué, Roma?

—Me gustas. Quiero ser tu novia cuando sea más grande pero ahora solo soy tu amiga. —le dijo.

—No hay problema. Me parece bien.

—¿Sí?

—Sí, está bien. No estoy enojado. Tenemos mucha diferencia de edad. Te voy a esperar.

—Prometo estar para ti. Serás mi amor. Sea o no una vampira.

—Es una promesa.




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