Roma

12. Salvame, amiga

—Lucio...

Roma lo nombró entre sueños. Estaba acostada con la cabeza apoyada sobre las piernas de Fecor que acariciaba el pelo azul eléctrico de ella. El demonio estaba enganchado de las hadas oscuras, Genova y Galilea, quienes le ayudaron a pasar frente a los Hermanos Ocultos.

Genova tenía rasgos asiáticos y de cabello rubio ceniza. Siempre vestía de gris, con cráneos de gatos y unas botas marrones.

Galilea, al contrario, era más madura. Tenía más de cien años. De ojos negros, con marcas de vejez y cejas gruesas. Tenía muchos vestidos góticos.

Ambas seducieron a Fecor. Era normal en ellas. Compartían a los hombres, de cualquier raza. Era como hermanas, más que mejores amigas. El demonio no tenía problema en tener dos novias.

—¿Lucio?—volvio a repetir la vampira. Comenzó a despertarse.

—Estas conmigo, Roma. Soy Fecor.

—¿Y él? ¿Sabes algo?—dijo sentándose.

—No. Hiciste mucho escándalo en Lima.

Había caído el sol. Roma dió un gran bostezó y se estiró con un gruñido de cansancio. Lo recordó. Asustó a esos motociclistas, casi matandolos a todos en la ruta. No fue una idea inteligente. Quedó todo grabado en las cámaras de la ciudad. No sabía que iba a pasar. Sí estaba escapando, es que no era nada bueno. Se puso de pie.

—Tenemos que seguir.—dijo la vampira rápidamente.

—¿Estás bien? Pareces nerviosa.

—¿Qué?

—Hablaste de Lucio en tus sueños—menciono, poniéndose de pie.—Toma conseguí sangre de unos animales. Aproveche que dormías.

—¿En serio, llamaba a Lucio?—dijo bebiendo la sangre.

—Lo llamabas como extrañando algo de él. Quizás un recuerdo o algo que te dijo.

—La verdad que no sé. Ya no recuerdo nada de lo que soñé ahora. —menciono, siguió con otra dosis.

—Parece que tienes un hechizo muy fuerte que te obliga a perderte de algo muy importante. Luego vemos como lo resolvemos.

Roma asintió. No entendía que le ocurría. Caminaron hacia la salida de la cueva. Habían ingresado bastante para conseguir oscuridad para Roma.

La noche era fría, silenciosa y una brisa suave que acariciaba los rostros de los amigos, tocandolos. Roma y Fecor se dirigieron a la moto, estaba camuflada con la vegetación. El demonio manejo a toda velocidad, tenía buenos reflejos.

El viento los golpeaba con fuerza, sacudiendo el cabello largo de Roma. Había crecido hasta la mitad de la espalda con el estrés de estos días. El viento olía a bosque. El perfume de varios árboles, plantas, flores silvestres eran identificadas por el olfato de Roma. Notaba cada aroma.

—¿Qué es ese ruido?—dijo Fecor.

—¿Cómo?

De repente un enorme lobo negro salto sobre ellos, derribandolos, cayeron al piso con fuerza. Fecor estaba inconsciente, se golpeó la cabeza contra una roca. El lobo estaba más cerca de Roma, le caía saliva de la boca con dientes grandes y afilados.

—No...—susurro—Por favor...

El lobo estaba decidido a atacarla cuando otro de su especie apareció saltando sobre Roma y mordió al lobo frente a ella, arrastrándolo hasta la vegetación. Se perdieron allí. Roma se levantó con un pie roto, que en cinco minutos se reconstruyó por sus poderes de vampira. Se acercó a Fecor. Todavía respiraba. Intentó despertarlo y no reaccionaba. Lo sacudió pero no funcionó. Estaba en shock, quizás tenía una hemorragia en la cabeza.

—Carajo... —susurro el demonio con una voz muy débil —Me duele todo.

—No te muevas. Tienes heridas internas.

—Lo sé.

—¡Puta madre! ¡Qué mala suerte!

—Perdon, Roma.

—No es tu culpa. Ese lobo imbécil...

Roma sacó la moto de la ruta evitando otro accidente. Los teléfonos estaban destruidos. Había una única opción; volar y cargar a Fecor.

Por culpa de ese estúpido lobo.

Tomó lo más importante del equipaje, armando una sola y cargó en brazos a su amigo, que cayó desmayado al despegar, pero era el dolor de la hemorragia en su cerebro.

Voló lo más rápido hasta la cabaña de Alessandra. Aterrizó y tocó su puerta tras dejar a Fecor sobre la mesa de la galería.

—¡Oh, Dios, esta muerto!

—No. Está agonizando. No sé qué hacer.—dijo Roma.

—¿Cómo?

—Tiene una hemorragia en la cabeza. No sé cómo salvarlo. Tú eres cirujana.

—Hay que liberar la presión de la cabeza. —dijo Alessandra. —Muchas veces, salvó a la gente oculta de formas que no serían adecuadas en mí carrera.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Libera su arteria. Mis instrumentos no sirven con ustedes.—dijo Alessandra.—Tienes que morderlo y tomar una parte de su sangre, luego dejar salir el resto de la sangre.

—Suena peligroso...

—Va a funcionar. Confía en mí.

Roma mordió a Fecor en el cuello. Chupó la sangre. Era demasiada, que su propio cuerpo comenzó a ponerse caliente de tanta cantidad. Dejó de tomar, permitiendo que el resto saliera liberando la hemorragia. En un momento, el demonio dio un sobresalto sobre la mesa.

—¡Por todos los infiernos! —grito Fecor y se desmayó a los dos minutos.

—¡Puta madre!

—Tranquila. Estará bien. Entramos a tu amigo.—dijo Alessandra con calma.

—Si...

Cargó a Fecor con mucho cuidado. La herida de la mordida fue curada rápidamente. Alessandra se encargó de atender al demonio. La vampira se quedó sentada viendo cómo la otra se movía para mantener estable a su amigo.

—¿Cómo estás? Hace mucho tiempo no te veía, Roma.

—Cosas de la familia—respondio, hundiéndose de hombros —¿Tú, eres cirujana? ¿Acaso no eras cardiologa?

—Hago cirugías de tórax y de corazón. A veces atiendo en consultorios.

Roma se puso de pie. Se acercó a Fecor, observando que estaba mejor. Su piel pálida volvía a tener su color normal. Se tranquilizó. Alessandra tocó su hombro.

—Ven. Tienes que tomar sangre humana antes que te pongas mal.—dijo la doctora.—La sangre de los demonios es impura. No tiene lo que necesitas.

Siguió a la mujer a la cocina. Tenía dos heladeras. La primera con su comida fresca y la siguiente con elementos médicos, remedios. Le dio unas bolsas a Roma.




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