—¿Querés tomar una sangría de reptil, Roma?—preguntó Fecor.
Se recuperó totalmente. Sus sentidos estaban estables. Era un demonio, había pasado por muchos golpes fuertes en la vida. Sobrevivió a cosas peores le aseguró a la vampira. De todos modos, estaba agradecido. A Roma también que no le sucediera nada al beber la sangre de un demonio, aunque pertenecían del mismo mundo. Ambos vivían en las sombras con diferentes características.
Llevaban dos noches en la cabaña de Alessandra y esposo, quienes dormían. Mañana vendría Lucio con noticias sobre Danthario y los Hermanos Ocultos. Roma estaba ansiosa haciendo que su cabello creciera hasta la cola y el azul océano fue tomando protagonismo en su cabeza. Fecor intentaba contener el impulso de la vampira de cometer otro error de novata para castigar y rebelarse contra sus padres.
—No valen la pena. La que perderá el tiempo y la vida serás tú, amiga mía.
—¿Y estás seguro de ello?
—Es lo que siempre ocurre en esas situaciones cuando hay un impulso que no mides tu mismo.
—¿Por algo así te expulsaron del infierno?
—En realidad, te mentí. Yo elegí irme de allí.
—Entonces, abandonaste el infierno, como yo abandoné Transilvania.
Roma dio unos sorbos a la bebida de reptil, cruzando las piernas, dejando ver los muslos blancos y redondos que hicieron tragar con fuerza al demonio que no imaginaba ver esas piernas tan perfectas de su amiga. Estaba mal pensar de forma lujuriosa. Trato de desviar ese nuevo sentimiento.
—¿Te gusta Lucio?—dijo él.
—Un poco. No sé mucho él que dice saber más de mí.
—Claro, tienes pocos recuerdos de ustedes.
—Seguramente, estarán escondidos por mi padre en Transilvania, me lo juro.
—¿Cómo dices?
—Tiene muchos contactos con el mundo oculto que lo adoran. No dudan en hacer favores al mejor de los Blackwood.
—Es cierto.—dijo, inclinándose hacia delante de forma reflexiva—Hay muchas cosas para hacer, amiga. Y ninguna es fácil.
Se quedaron callados. Era verdad. Tenía que saber qué decisión tomaron los Hermanos Ocultos y Danthario. Luego de ello, tendría que deshacerse de la dependencia del padre de Roma. Aquello podría ser lo más difícil de todo.
La noche se terminó. Acabaron sus bebidas. Roma durmió en un cuarto sin ventanas. En una cama muy cómoda, con sábanas suaves como la brisa suave del viento y el aroma a rosas en el ambiente.
A la noche siguiente, apenas apareció la luna llegó Lucio. Su hermana lo recibió con un gran abrazo. Le indicó la habitación de Roma donde lo esperaba con su amigo. Lucio bajó al sótano. Dobló a la derecha, a unos metros estaba la habitación de pánico. Se anunció tras golpear la puerta y le abrió Fecor. Entró. Roma sonrió de oreja a oreja al verlo de nuevo. Se puso de pie. Se abrazaron. Tenía el cabello más corto, gracias a Alessandra. Lucio se sentó en el sofá gris de una esquina del pequeño cuarto, tomando la mano de la vampira.
—¿Cómo estás?—dijo Lucio.
—Resistiendo.
—Me imaginó. Están pasando muchas cosas.
—Te contaremos, pero debemos saber que ocurre con los Hermanos Ocultos—intervino el demonio sentado al lado de la chica—Esta tarde se decidió tomar la medida que tu padre, Danthario, que tuvo mucho voto, para llevarte de regreso al castillo.
—No me sorprende.—dijo Roma rodeando los ojos.
—Quiere que vivas bajo sus nuevas reglas, ofreciéndote ciertas libertades.
—No le creo nada.
Roma se levantó. No pensaba volver al país, al castillo de su padre. Paso mucho sufrimiento bajo las reglas los castigos por rebelarse. Eso no era nada negociable ¡Ni loca! Los chicos notaron esa mirada, la resistencia de la chica. Era la peor noticia y no era una solución a su problema. Al contrario, el problema seguiría detrás de ella, donde sea y como sea.
—Esas personas no saben nada….—dijo mordiendo sus uñas.
—Roma, no hagas nada estúpido otra vez.
—No, tranquilos. Ellos están siendo manipulados por Danthario, estoy seguro. Es lo que él siempre hace.
Apartó a Fecor del camino y salió del dormitorio. La siguieron con preocupación. Roma no volvería Transilvania. Salió de la cabaña, seguida de los chicos. Lucio tomó su hombro, se detuvo y giró. Tenía los ojos rojos.
—No voy a irme sin arreglar este problema con mi padre. Va a respetarme de una vez.
—Voy a acompañarte, esta vez.
—Yo también. Hablemos en el camino.
Subieron a la camioneta de Lucio. Arrancó. Nadie sabía lo que Roma estaba tramando. Ojalá no sea nada comprometedor como ocurrió en Lima. Lucio tocó el brazo de la vampira, acariciándola. Fecor tensó la mandíbula. No le gustó. Se asomó hacia adelante.
—¿Cuál es el plan, Roma?—dijo el demonio. El otro se alejó.
—Quiero exponer a Danthario. A los Blackwood.
—¿De qué hablas?
Roma clavó sus largas uñas negras dentro de su ante brazo, arrancando un dispositivo dentro de su piel. Manchó de sangre el asiento. Fecor abrió los ojos de emoción ¡Ella era genial! Y Lucio casi se desvía de la ruta.
—Esto va a darnos la victoria—dijo ella.
—Trata de no volver a hacer eso delante de mí—dijo el otro, con nauseas.
—¿Un chip?
—Sí, lo insertó un experto. Tengo todos los secretos, negocios y más cosas sobre los Blackwood ¡Vamos a destrozarlos!
Llegaron al hotel. Danthario estaba tomando una sangría con vino blanco rodeado de dos hadas de piel pálida, muy guapas, seduciéndolo. Roma se acercó y lo levantó de la butaca. Le pateo la pierna, tirándolo al piso.
—Contacta a mi madre. La líder de los Hermanos Ocultos.—dijo ella con firmeza y determinación.
—No me das órdenes, niña.
—Lo harás, de todos modos.
—Roma, ¿qué te pasa? Soy tu padre.
—No. Nunca lo fuiste.
El vampiro se movió, mirándola confundido. Ella se veía diferente, más madura. Sus rasgos de niña cambiaron. Ahora parecía tener como veinticinco años. Se convirtió en una mujer en pocos días. Atravesó una etapa que él quiso haber visto pero solo perdió tiempo en la guerra.