Roma

16. Cerca de ti

“Donde fuiste tan feliz, siempre regresarás
Aunque confundas dolor con la felicidad
Y ya no seas ni tú mismo, pero pienses en ti mismo
Y eso matará”

El lodo y la lluvia no eran el mejor clima, incluyendo el viento que golpeaba a Roma que no podía volar a sentirse débil, todavía. Caminó dos kilómetros, seguida del auto negro de Amelia. No pensaba subir. Tenía muchos problemas ahora. Su madre estaba preocupada y se sentía culpable por la decisión que tomó al encerrarla en los calabozos. Roma vivió toda su vida encerrada, era injusto. Amelia no tenía idea de lo que eso significaba. La vampira estaba empapada. Por suerte, no iba a enfermar. El auto se detuvo. Amelia bajó y se acercó a su hija, tomándola del brazo con pena.

—Perdon. No sabía lo que tu padre estaba tramando.—dijo la mujer de cabello largo y gris.

—¿Cómo no ibas a saberlo? Viviste mucho tiempo con él.

—Es cierto. Pensé que él iba a cuidarte. —dijo apenada—Por favor, Roma, te pido perdón por dejarte con él.

—El daño está hecho, madre. Y ahora se viene lo peor.

Amelia suspiró. No sabía qué más decir. Realmente se sentía culpable. Veía a su hija sufriendo por culpa del hombre del cual se enamoró tan joven. Tocó el rostro de Roma.

—Te amo, hija. Fuiste lo mejor que me sucedió.

Amelia le sonrió con dulzura. Le dio un beso en la frente. Le extendió la mano, invitándola a subir al coche. Roma no estaba convencida del arrepentimiento de su madre. Necesitaba más que palabras para confiar en ella. Subió al auto. Y avanzaron. Al menos, estaba dirigiéndose hacia el hotel. Se relajó. Escuchó la canción de "Jueves" de La Oreja de Vang Gogh. Las lágrimas fueron cayendo por el rostro de la vampira estaban cargadas de emociones. Necesitaba a sus amigos. A nadie más. Un abrazo y una caricia honesta. Alguien que la quisiera de verdad.

En quince minutos, llegaron. Roma bajó. Caminó directamente a la entrada del hotel, que se camuflaba con rocas y malezas. Al percibir la energía oscura de Roma, se abrió la entrada y entró. Bajó la escalera en forma de espiral. Ingresó al salón principal. Había dos vampiros hablando sobre un tema en particular al notar su presencia se detuvieron.

—¿Roma...?—dijo el primero.

—Hola, chicos, ¿Alguno puedo darme algo para beber?—dijo, sentándose en una silla cercana.

El vampiro de ropa de alta costura, Erick, se dirigió a buscar lo que ella necesitaba. El otro se acercó a Roma. Tocó su hombro.

—¿Cómo te sentís?—pregunto.

—¡Como la mierda, Federico!

—Claro...Lo siento.

En un minuto, Erick regresó con tres bolsas de sangre para la vampira que bebió con rapidez. Estaba hambrienta. Disfrutó el sabor y la temperatura tibia de la sangre deslizarse por su garganta. Se sintió mejor. Los vampiros quisieron saber qué le pasó, qué le hicieron. Roma no estaba cómoda hablando con ellos. No eran malas personas pero no tenía mucha confianza. Se disculpó y les agradeció su atención. Ellos entendieron.

Roma se dirigió a la habitación de Fecor. Golpeó la puerta con insistencia hasta despertarlo. Él abrió y se emocionó al verla. Se abrazaron con fuerza.

—Crei que no volvería a verte—dijo el demonio. —¡Qué bueno verte!

—Lo sé. Estoy bien, por ahora.

—¿Qué te hicieron?

—Hablemos, amigo. Hay algo que se avecina.

Entraron al dormitorio. Se sentaron en un sillón, donde Roma le habló sobre lo ocurrido y el enfrentamiento con Danthario. Se declaró la guerra. Fecor estaba impresionado. Había imaginado que podría suceder algo así pero Amelia tendría que haber intervenido. Quizás había tiempo de ello.

—¿Puedo quedarme aquí? No quiero estar sola de nuevo.—dijo Roma.

—¡Sí, obvio!

Fecor le hizo un lugar en su cama. Se acurrucaron. Se abrazaron. Los fuertes brazos del demonio le dieron tranquilidad. Era la primera vez que compartía la cama con un hombre del mundo oculto. Fecor acarició el cabello azul de Roma, tratando de animarla y consolarla. Ella estaba tensa. La vampira giró. Se miraron. Tocó el rostro maduro del demonio, de ojos profundos y negros.

—Fecor...

—Tranquila. Estoy aquí.

—Siempre lo estás. Gracias. —dijo ella con un suspiro. Apoyó su frente contra el cuello de su amigo.

—Lucio está preocupado por ti.

—Seguramente. Pero yo vine a buscarte a ti, no a él.

Fecor no dijo nada. Era cierto. Trataron de descansar. El demonio la abrazó más contra su cuerpo, dándole más cercanía.




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