Fecor estaba ayudando en el invernadero del hotel. Las hadas reían a su alrededor, seducidas por la belleza del demonio. Génova y Galilea estaban cosechando algunos frutos de temporada, sintiéndose cómodas con el demonio a su lado.
El invernadero era un domo de cristal, de cristales un poco sucios y viejos. El lugar estaba lleno de plantas y árboles como un bosque pequeño. Era donde Fecor podía encontrar a las hadas trabajando durante la noche y pasar tiempo con ellas.
—¿Por qué estás con nosotras? ¿Qué te gusta?—dijo Génova arrancando una cebolla.
—¡Ustedes son geniales!
—¿Es en serio? Los hombres dicen cosas así cuando están confundidos—menciono Galilea quitándose el sudor de la frente.
—Es la verdad. Son geniales y hermosas. —prosiguio, tocando la mano de Génova llena de tierra—Ustedes son mis amigas. Sé lo que quiero pero no puedo tenerlo. —concluyo, alejándose del hada.
—¿Después de todo, somos tus amigas, Fecor?—dijo Galilea incrédula. —Fuimos rechazadas por nuestros clanes y nuestros esposos, ¡Eres igual a todos!
—Embostero. —bufo Génova.
Fecor hecho a perder sus amistades. No estaban saliendo bien las cosas. Salió del invernadero, ubicándose en la terraza del hotel protegida por magia. Regresó abajo. Bajó las escaleras de piedra con una angustia en su pecho. Extrañaría a las hadas. Le daban tranquilidad. Era cierto que no estaba dándole razones para estar con él. Estuvo jugando con ellas, esperando que algo pasará entre ellos.
Llegó a su habitación. Abrió la puerta con la llave pero estaba abierto. Le pareció extraño. Entró despacio. Encendió la luz. Vio a Roma sentada en el sofá con una copa de sangre, estaba esperándolo desde hacía rato. Fecor cerró la puerta.
—¿Podrías haberme esperado en el pasillo?—dijo él.
—Quizas.
—¿Cuál es el apuro, Roma? Quiero descansar.
—Tuve una intuición de entrar y revisar.
—¿Cómo? ¿Revisaste mis cosas?—dijo el demonio con una ceja alzada. Era el colmo.
—Me debes una explicación.
—No, tú me debes una explicación, Roma.
La vampira se puso de pie. Se acercó y le entregó la carta que hacía un rato le dio Amelia. Fecor frunció el ceño. No necesitaba leerla. Sabía lo que decía y de quién era. Fecor se sentó sobre la cama. Realmente, estaba cansado. Ella no iba a irse sin respuestas.
—Esta bien. Te diré todo. —dijo él.
—Te escuchó.
—No me expulsaron del infierno. Me dieron una misión muy importante. Tenía que buscar a alguien y entregarle esa carta.
—¿Qué más?
—Parece que tu padre es mucho más que un vampiro. Es hijo pérdido de una eminencia del infierno. —siguio Fecor—Tu padre es un príncipe vampiro de sangre pura. Los Blackwood le debían a personas muy poderosas y parece que tuvieron que adoptar a Danthario para terminar con sus deudas.
—¿Y la carta?
—La carta se la di a él días antes de irse a la guerra. Pero nunca recibí una respuesta.
—Bueno, esto no lo esperaba. Mí madre cree que quieren conocerme a mí.
—Es mí trato con mí jefe. Quiere conocer a su nieta, al menos.
Roma se sentó sobre la cama. Amelia no sabía nada de esto, Danthario nunca le contó que era un príncipe del infierno y un vampiro de grandes poderes. Los chicos se quedaron callados, acostados en la cama, mirándose.
—Gracias por decirme la verdad.—dijo ella, se acomodó —No vuelvas a mentirme, Fecor. Yo confío en ti.
—Era confidencial. No podías saberlo aún.
—¿Por qué todos creen que tienen que protegerme?
—Porque te queremos.
—¿Mi padre me quiere? No, él no lo hace.
—Escuchame, Roma,—dijo, girando y tomando su rostro entre sus manos—dejame demostrarte lo que realmente me importas. No estás abriendote a tus sentimientos.
—¿Qué? No cambies de tema, Fecor.—dijo apartándose de él. Se puso de pie.
—Roma. Será tarde cuando quieras entenderlo.
Ella lo miró. Siempre llegó tarde a todos lados. Ni nunca llegó a ningún lado. Se sentó de nuevo.
—¿Qué quieres?—pregunto Roma.
—¿Qué quieres hacer ahora? Te quiero ayudar, estar contigo. Lo digo en serio.
Fecor estaba hablando seriamente. Ella lo sabía. Apoyó la cabeza sobre su hombro.
—Quiero formar un buen ejército y una victoria asegurada.
—Esta bien. Trabajaremos juntos. No te defraudaré.
—Gracias.