Roma

21. Buscando a mamá

Roma se despertó rodeada por los musculosos brazos de Fecor, abrazándola en la cama. Estaban desnudos. A pesar que él se negaba a mantener la relación en secreto, terminó aceptándolo entendiendo el riesgo que corrían si alguien se enterara, sobre todo el jefe del demonio. Roma se separó de él, poniéndose de pie. Tambaleo en la oscuridad, buscando la lámpara para encenderla e iluminar sombríamente la habitación de tonos rojizos. Buscó su ropa en el piso, se vistió. Fecor seguía durmiendo plácidamente sin notar que ella no estaba. Pues era una vampira. Él dormía siestas largas con Roma. Y el sexo, los agotaba, eran seres muy poderosos que conectarse carnalmente los fatigaba demasiado, quedando dormidos rápidamente.

Roma terminó de ponerse las botas, atándolas en el pasillo y cerró la puerta. Cuando alguien se acercó. Levantó la cabeza, observando desde el suelo mientras ataba sus zapatos. Era Lucio, de brazos cruzados. Se sonrojó. Se incorporó despacio, mirándolo discretamente, buscando el motivo del muchacho al detenerse.

—No me importa lo que él haga. Pero cuídate, Roma.

—No sé de qué hablas.

—Me da igual. No es mi problema.—dijo con frialdad. Él lo sabía.

—¿Qué quieres?—preguntó Roma.

—Ya pasó una semana y tu madre no regresa, ¿no lo has notado?—dijo, bajando los brazos.—Hazte responsable por enviarla a las manos del enemigo más fuerte de nuestro mundo.

—¿De qué mierda estás hablando, Lucio? Te volviste una porquería conmigo, no me respetas.

—Ve a buscar pruebas. No estoy mintiendo, Roma. Tu madre no regreso.

No podía creerlo, ¿Y si Lucio decía la verdad? Era un gran problema. Se dirigió hacia el primer piso, caminando por los pasillos rápidamente, saludando algunos huéspedes. Se detuvo en el dormitorio de Ania, el reemplazo de su madre. Golpeo la puerta dos veces, esperando que abriera. Nadie salió de ahí. Giró. Buscaría a la chica por todo el hotel. Siguió buscando. Pero no había nadie de los Hermanos Ocultos en el hotel, comenzando a tomar en serio la advertencia de Lucio. Su madre estaba en peligro. No podía esperar a Fecor, pero no podía ir sola al castillo. Necesitaba ayuda.

Regresó a la habitación de su pareja, entró y comenzó a despertarlo, sacudiéndolo. Fecor se despertó, mirándola con los ojos achinados por el cansancio. Vio la preocupación en la cara de la vampira.

—¿Qué pasa?

—Danthario tiene a mi madre como rehén. Tengo que salvarla antes que suceda lo peor.

—Mierda… ¿En serio? ¿Cómo te enteraste?

—Me buscó Lucio.

—¿Estás segura?—dijo Fecor bajando de la cama y empezó a vestirse.

—Estoy segura. No hay ningún Hermano Oculto en el hotel.

Fecor la ayudó a formar una estrategia para introducirse al castillo y salvar a su madre. Tenían que ser muy cuidadosos y ágiles. Podrían caer en una trampa de Danthario. Era una posibilidad.

—Llevaremos a las hadas con nosotros. Pueden ayudarnos a distraerlos con los poderes que tienen.—sugirió Fecor, mientras caminaban por el pasillo.

—¿Es seguro?

—Claro que sí. No te preocupes. Salvaremos a Amelia.

Encontraron a Galilea y Génova. Estaban tomando una comida en el restaurante. Se acercaron.

—Las necesitamos, chicas.—dijo el demonio.—Es muy importante. Nuestra protectora, la líder de los Hermanos Ocultos, está en peligro.

Galilea abrió los ojos, escuchando que la mujer que le tenía tanto aprecio estaba siendo amenazada en Transilvania. Génova estaba de acuerdo en participar del rescate, al igual que su amiga. Se pusieron de pie. Transformaron sus ropas diarias, en armaduras y desplegaron sus alas de hadas para enfrentarse a Danthario y sus hombres.

Se dirigieron hacia la habitación de los Portales. Lo más seguro era acercarse lo más posible al castillo, aunque estaba custodiado por los lobos hambrientos y violentos del vampiro. Activaron el portal. Esperaron un poco para que se abriera por completo. Seguidamente, ingresaron.




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