Roma

23. La transformación

Las puertas del castillo se abrieron de un golpe. El eco resonó en todo el lugar. Fecor y Galilea se acercaron para contemplar el lugar iluminando en penumbras. Los retratos familiares de los Blackwood estaban en el recibidor, colgando unos veinte cuadros de los miembros más importantes. Entre ellos, estaba Danthario con su imponente figura, y sus ojos rojos parecían que los miraban desde la pintura. Galilea dio una exclamación notando a una criatura que se acercaba a ellos, apareciendo su sombra encorvada y pequeña por el primer pasillo de la izquierda, mientras las tenues luces lo seguían, hasta que apareció. Era un duende.

—¡Miren quién regreso! Junto a forasteros.—mencionó el duende de piel curtida y con unos harapos sucios.

—Iggor… Tanto tiempo.—dijo Roma, cruzándose de brazos.—Creo que deben encontrar nueva manada de lobos ahora.

-¿De qué hablas?

—Mató a los alfa. No tienen seguridad ahora. —mencionó Galilea.—¡Qué horrible es tu cara! Pareces salido de una tumba.

—Fui el servidor de los Blackwood por quinientos años, de hecho.

—Así es. Iggor es el servidor y la mano más confiable de mi padre.

—Supongo que buscan a Amelia.

Roma frunció el ceño. El duende estaba jugando con ellos. La vampira estaba manchada de sangre y lodo, pero no era algo que amenazara a Iggor. Los invitó a comer, era tarde y no permitiría que los amigos de Roma estén hambrientos. Pasaron a la gran comedor. La mesa larga y de roble, con margaritas frescas y platos colocados para cada visita imprevista de Danthario.

—Tomen asiento, queridos. Enseguida regreso con una rica sopa de pollo. —dijo Iggor con una sonrisa fría.—Bueno, creo que Roma ya tuvo su cena. Deberías subir al despacho de tu padre. Te espera.

—Estarán bien. Iggor es confiable. Coman, no hay problema.—dijo Roma a los chicos. Fecor la tomó del hombro.—¿Qué?

—Cuídate. No seas imprudente.

—Lo sé.

-—Si quieren pueden besarse en el palacio.—bromeo Iggor, retirándose finalmente.

—¿De qué habla?-preguntó Galilea.—¿Ahora son novios?

—No…Solo está jugando conmigo.—dijo Roma con calma.—Veré a mi padre. No bajen a los calabozos, es peligroso.

—De acuerdo. Estaremos bien.—Dijo Fecor.

Roma se dirigió al tercer piso, en el cuarto pasillo del lado Este del castillo. Tomó un atajo para llegar más rápido por los paseadillos secretos. Se detuvo. Las puertas negras y labradas con símbolos rumanos era la oficina de Danthario. Roma abrió e ingresó. Su padre no estaba solo, estaba Amelia sentada en un sillón. Estaba pálida y los ojos eran azules oscuros como una noche llena de estrellas plateadas.

—¿Qué le hiciste a mi madre? ¿La convertiste?

—Ella me lo suplicó.

—No…¡Qué porquería eres, padre!—inquirió enojada.—¿Cómo no tienes vergüenza de transformar a tu ex esposa en una vampira? ¡Me das asco!

—No le hables así a tu padre.

—¿Qué? ¿Acaso estás de su lado?

—Venimos como familia. La que siempre quise.—dijo Amelia.—Estaba esperando llegar a una edad adecuada para ser vampira. Te mentí, no vine para negociar con tu padre, sino mi oportunidad de ser una Blackwood.

—No puede ser…Creí que estabas encerrada.

-—No, mi amor. Seremos la familia que merecíamos. Fue una solución a nuestros problemas.—mencionó su madre. Se puso de pie.— ¡Mírame! Ya no soy tan débil ¡Soy increíblemente fuerte y poderosa! La sangre pura de tu padre me convirtió en una mujer ideal para la familia.

—No, mamá…

Roma estaba desconcertada. Solo pasaban recuerdos de su infancia con su madre en Perú. Jugaban, charlaban y cocinaban juntas, pero nunca pensó que Amelia hubiese deseado convertirse en una vampira. Roma nunca lo hubiese permitido. Ya no tendría autoridad con los Hermanos Ocultos. Ahora Ania sería la directora de la organización secreta. Roma se acercó a su padre con los ojos lagrimosos.

—Haz cometido un terrible error, padre. No voy a perdonártelo.

—Roma… nena, no digas eso, ¡Ya somos una familia feliz!

Lo golpeó en la cara. Fuertes puñetazos hicieron reír a Danthario. Su madre la detuvo, tomándola del brazo y lo retorció hasta la espalda, inmovilizándola.

-—¡Basta, Roma, es suficiente!

—Están locos…¡Los odio!—gritó decepcionada, llorando lágrimas de sangre—¡Los odio tanto! Nunca me quisieron. Soy una bastarda para los Blackwood.—continuó, Amelia la tiró contra el piso, aunque su hija no estaba poniendo resistencia.—¿Van a matarme acá? ¡Háganlo, soy lo peor que hicieron de mí!

—Solo queremos que detengas tus estupideces, Roma. Basta con todo, hija.—dijo Amelia, apoyando su cuerpo contra el suyo.—Te queremos.

Roma comenzó a llorar desilusionada. No imaginaba encontrarse con algo así. Su madre ahora era una vampira.




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