— ¿No lo ves? Somos los más poderosos ahora. —insistió Danthario.
—Estás equivocado. Esto no va a terminar así, ya verás. —dijo Roma.
Pegó media vuelta, retirándose.
Recorrió los pasillos, llena de odio y rencor. Su padre estaba loco. Era seguro que convenció a Amelia de ser transformada en una vampira con la mentira que volverían a ser la familia que siempre quisieron. No tenía sentido, ¿Desde cuándo Amelia aceptaría algo así? A menos que siga tan enamorada de Danthario tras los años. Pateo la pared con violencia, haciendo un hueco y vibró el muro por los fuertes golpes de Roma. Iggor apareció.
—Roma…
— ¡Déjame en paz, duende estúpido!—gruñó.
—Solo vengo a informarle que sus amigos están esperándola para irse. No están cómodos.
—Bien.
—Y dejé de destruir el castillo. —Pidió con piedad. —Tiene muchos años.
Roma rodeo los ojos. Continuó para reunirse con Fecor y Galilea esperándola en la entrada del castillo. El demonio la vio. Sabía que la reunión con el vampiro no fue lo que esperaba. Estaba furiosa.
—Vámonos. No hay dudas que la guerra se inicia. —dijo Roma. El hada abrió el portal para volver al hotel.
No habló con ellos hasta aterrizar en Perú. Respiró hondo, con el corazón acelerado por los nervios y la sorpresa que se llevó en el castillo ¡Vengaría a su padre! Armaría el primer golpe para iniciar la guerra contra los Blackwood.
–Roma, ¿Qué sucedió?– dijo Fecor tomándola de la mano. Ella giró.
–Lo que no me esperaba de mi padre. Convirtió a Amelia.
–No puede ser. – dijo incrédulo. – ¿Y ahora qué harás?
–Voy a vengarme de una vez.
Fecor suspiró lentamente. No estaba de acuerdo con ella. Nadie iba a detener la idea de Roma tan fácilmente. Él tampoco. Era una joven muy terca. Regresaron a las habitaciones.
–Cuídate, Roma.
Entró a su dormitorio, cerró la puerta. Era increíble lo que estaba pasando. Su padre era un reverendo hijo de puta, ¿Cómo iba a transformar a Amelia en una vampira? Se sentó en su escritorio. Empezó a escribir una carta a Azaroth. Necesitaba hablar con él de una vez por todas, ¡Basta de impedir conocer a un gran demonio! Envió la carta con el correo de fuego. Esperaba que le respondiera pronto.
Bajó al comedor. Todavía era de noche, faltaban unos minutos para el amanecer. Buscó a Ania en la oficina del hotel. Allí estaba, corrigiendo unas deudas con Lucio. Estaban muy cerca uno del otro, ¿Desde cuándo ellos estaban saliendo? No importaba eso ahora.
–Hola.
–Roma, ¿cómo estás?– dijo la mujer, separándose del chico. – Dime.
–Tenemos un problema grande.
– ¿Qué?
–Amelia es una vampira. Fui a ver a mi padre y la encontré transformada.
–Lo siento. Ella siempre quiso eso, ¿no te mencionó aquello?– dijo Ania, poniéndose de pie y caminó hacia Roma.– Lo lamento. Tu madre me puso a mí.
– ¿Lo sabías y no me dijiste nada?
–Porque no ibas a dejar que ella lo hiciera.
–Sin duda.
–Deja que sea feliz. Es una mujer valiente e inteligente, sabe lo que hace.
Roma apretó los puños incrédula de lo que estaba escuchando de la nueva líder de los Hermanos Ocultos. Pegó media vuelta. Obviamente no podía hacer nada para detener a Amelia. Ya estaba hecho.
Volvió a su dormitorio. Cerró la puerta con traba. Se vistió con su camisón azul y una campera de hilo fino para acostarse en el ataúd. Cerró e intento dormir. Necesitaba descansar.
A la noche siguiente, Roma se despertó. Tenía una gran necesidad de sed. Estaba nerviosa con todo lo que estaba pasando, que olvidó tomar sangre anoche. Podría haber tomado la sangre de los lobos o compartir con su madre. Lo olvidó. Se vistió. Salió. Caminó rápido para llegar al comedor. Allí estaban algunos cenando. Descubrió a Fecor junto a otro hombre de cabello largo y castaño. Se acercó.
– ¡Buenas noches!– saludo.
–Roma, hola.– dijo el desconocido.
Giró su cabeza. Era increíblemente hermoso. Sus ojos eran de color de la miel, brillantes y grandes. Capaces de penetrar en tu mente y leerte el futuro. Su piel era mateada por el sol o el calor. Tenía unos rasgos europeos y persas, también. Roma entendió de quien se trataba.
–Azaroth.
–Así es. Soy yo. Tu abuelo.
–Debo comer algo o voy a enloquecer.– dijo ella, sentándose junto al hombre.
–Yo me encargo.– dijo Fecor.–Ustedes hablen tranquilos.
–Gracias.– dijo Roma sonriéndole.
Azaroth vestía con una remera negra, unos jeans y una campera de cuero de leopardo. Su estilo era de los años ochenta. Su mejor época. Se miraron un momento, sin saber por dónde iniciar.
–Me enteré que tu madre ahora es de los nuestros.– dijo el hombre.
–Sí, gracias a lo irresponsable de tu hijo.
–Entiendo. Danthario no tuvo una buena imagen paterna.
–¿Por qué lo abandonaste? No sabes todo el castigo que me provocó desde hace dieciocho años a partir de los nueve años.
–Lo siento. Fue arrebatado de mi lado, Roma. No lo abandoné como crees.
Tocó una parte sensible del hombre, viéndolo arriesgarse por muchas cosas para recuperar el tiempo perdido con su único hijo. Apareció Fecor dejando dos litros de sangre para Roma. Ella le sonrió nuevamente. Se retiró, dejándolos seguir hablando.
–Leí tu carta, nena. – dijo el Príncipe del Infierno.– Sé que estás furiosa, dejándote llevar por el rencor para comenzar una guerra. Pero te aseguro que no resolverá nada. Y no quiero que mi familia esté odiándose.
–Nací para tener un destino, Azaroth. No puedes prohibirme aquello.
–No lo niego. Eres muy valiente y sabes lo que quieres; gobernar.
–Eso parece, abuelo.
Azaroth sonrió. Se atrevió a nombrarlo de esa forma para convencerlo de darle apoyo con la guerra. Realmente quería vengarse de Danthario. Sin duda. Bebió la sangre, mirando al hombre.
– ¡Ah, Roma! ¿Por qué me llamaste?– dijo Azaroth.
–Porque quería conocerte y preguntarte si vas a darme tu apoyo en la guerra de Mundo Oculto.