Azaroth llamó a Fecor para hablar en privado. Ambos estaban fumando tabaco negro, sentados en el único balcón del hotel con vista hacia las montañas. El príncipe estaba preocupado por las razones lógicas de los caprichos de Roma.
—Debes protegerla de sí misma. Veo que el problema es mayor en la juventud rencorosa y estúpida —dijo Azaroth soltando el humo por la boca al hablar.
—Es lo que hago, jefe.—dijo.—Solo que ella es terca y no me escucha nunca.
—Eres mayor que ella. Posees poderes asombrosos, ¡Detenela o tú pagarás por sus errores!
—Entiendo, señor. Lo haré.
La conversación finalizó. Terminaron los cigarrillos y Azaroth se fue sin más que decir. Obviamente nadie quería meterse en una guerra, pero Roma necesitaba sentirse aceptada en el mundo oculto. El príncipe del infierno se daba cuenta que el problema era su nieta sin experiencia y no era nada bueno que la joven vampira creará tantos dramas entre los mundos.
Fecor fue a visitarla en su habitación. Ella no estaba. Llegó tarde. Roma partió a dar el primer ataque con un grupo. Maldijo con fuerza. Pateo un mueble. Golpearon la puerta. El demonio giró. Abrió. Era Galilea.
—¿Dónde está? Debe pagar por la muerte de mí hermana. —exigio el hada —Intento perdonarla pero lo recuerdo y solo quiero matarla...
—Se fue
—Qué decepción.
—Lo sé, amiga. Pero Roma está en otro lado—dijo.—Intente hablarle pero no hace caso. Galilea, lo siento mucho.—dijo apenado—Genova no debió morir así.
—Obvio que no, demonio.
Galilea se fue.
¿Qué haría ahora con Roma? ¿Habría una forma de frenar a Roma?
Buscó en el escritorio, entre muchos papeles y planos de Transilvania. Cuando descubrió que atacaría a su abuelo, el padre adoptivo de Danthario. Tenía que salir corriendo para evitarlo.
(...)
En cuarenta minutos, llegó a la mansión de los Blackwood. Estaba en llamas. Fecor estaba viendo el fuego ardiendo en la estructura y los bomberos trabajando para extinguirlo. No era fácil ser el novio de Roma y ser la mula de Azaroth. Todo iba de peor a peor. No sabía qué hacer.
Buscó a Roma por el bosque. Debió esconderse allí, sin que nadie la vea ni a su séquito. Fecor se adentró. Llamando a la vampira a medida que caminaba.
—Soy yo. Fecor. Hablemos un poco.
—Nadie te quiere acá, demonio inútil —grito un hombre entre los árboles.
En ese momento, escuchó gritos. Habían atacado a los bomberos. Corrió hacia ellos. Otra vez llegó tarde. Fueron alcanzados por las brujas, matando a cada uno de un infarto.
—¡Maldita sea, Roma!¡Vas a joderme!
—Ella ya se fue, estúpido —volvio a repetir el hombre del bosque—¿Qué quieres?
Giró. Era un hombre rubio, de cabello largo y recogido en una cola. Su piel era pálida y fría. Era un vampiro de mirada mordaz y burlona.
—¿Dónde se fue ahora?—pregunto Fecor temeroso de la respuesta.
—No lo sé. Nos dijo que la esperemos y vigilenos la mansión, ¿Vas a quedarte?
—Supongo que sí. Quiero hablar con ella y frenar esto.
—Esto ya inició. No va a parar, amigo. Está loca de venganza y odio.—menciono el hombre.
—¿Cómo te llamas?
—Soy Federico.
—¿Acaso no estabas en el hotel hace unas semanas?
—Sí, fui a conocer Perú con un amigo y ya regresamos a Londres de donde vengo.—respondio Federico.
—Esperemos a Roma.