Roma

27. Inmortal

Roma había tomado el control del mundo oculto enfrentados con los humanos. Se inició una guerra entre ambos mundos. Lo que ella deseaba. Lo cumplió. A pesar de la muerte de Danthario y la locura de Amelia al suicidarse en pleno día de aquella noche.

El desastre que había creado era imparable e incomprensible para los más grandes príncipes del infierno, quienes llamaron a Fecor para discutir una solución y una tregua a esta batalla sin motivo ya que Danthario había sido asesinado por su hija, crudamente. Fecor entendía la preocupación del mundo oculto que quería volver a la paz con los humanos y permanecer en las sombras.

—Matala.

—¿Qué?

—No hay nadie que pueda pararla, lo sabes. —dijo Azaroth.

—¿Y el pacto con el Rey?

—Roma lo traicionó al vengarse de sus padres y meter al mundo humano en una pelea sangrienta. El mundo oculto se está llenando de almas. No hay espacio.

—Carajo...No sé si soy capaz de asesinarla, ¿Qué pasará conmigo?—dijo Fecor nervioso.

—Habra una recompensa para vos. Lo prometo.—dijo Belcebú, sentado en una esquina de la mesa de piedra.

Las almas se encontraban en todos lados. Ciertamente no había más espacio para ellas y las muertes trágicas de la guerra. No era comparada con las guerras mundiales de Führer. Esto sobrepasaba la realidad y las expectativas de la vida humana y lógica, algo que Roma no entendía porque enloqueció. Deseaba gobernar todo el mundo. Era una locura sin control.

—De acuerdo. Lo haré.

—Hazlo bien. El Rey va a quitarle los nuevos poderes a ella. Tendrás la seguridad de matarla sin problemas. —dijo Azaroth.

—Nos vemos cuando lo hagas y te daremos tu premio por detener esta guerra.—dijo Belcebú.

Fecor regresó. La vampira estaba comiendo los corazones de los humanos que capturó, después de beber toda la sangre de ellos.
El demonio se acercó. Podría hacerlo ahora. Sentía una angustia fuerte en el pecho ante la orden de las autoridades.

—¿Qué?—dijo Roma, destrozando el corazón de un niño. Lo comió.

—No te reconozco. Tenías un sueño real y ahora estás siendo la peor dictadura de todos los tiempos.

—¡Gracias por el halago!

—No es eso. Estoy pidiendo que no sigas con esto.

—¿Te doy miedo, Fecor? ¿No me amas ya?

—¿Cómo podría amar a una asesina serial?

—¡Qué grosero!—gruño, tirando el corazón sobre la mesa y aplastandolo con la mano. —¡Ven conmigo! Serás mi Rey cuando terminé de conquistar el mundo oculto y controlar a los humanos.

—Lo racional es una pérdida de tu esencia. No eres quien conocí en esa torre.

—Mate a mi padre ¡Lo merecía, carajo! Me hicieron pasar por cosas horrendas.

—No era el motivo para hacer todo esto ahora.

—¡No te pongas en mi contra, querido amor! Sabes que no tengo paciencia con los rebeldes.

Roma perdió el sentido y el objetivo de sus deseos cuando se bañó en el Lago de Sangre. Enloqueció. Aquello provocaba ese lugar. Volvía loco a los que pedían deseos profundos. Fecor no quedo con otra opción. Notó que los poderes de Roma se desvanecieron. Era su oportunidad.

Lanzó un hechizo letal hacia la vampira, llorando al ver retorcerse a Roma del dolor y las convulsiones de ese veneno fatal en cualquier ser del mundo oculto, o humano. Era su defensa si quería capturarlo para desenterrar todos sus tesoros. Roma escupió sangre. Una cantidad descomunal. Se desvanecía. Perdía su inmortalidad.

—Lo siento...No nos has dejado la opción, Roma Blackwood.

Fecor se acercó al cuerpo de ella, semi inconsciente. La pateo en la cabeza, aplastando el cráneo de la vampira. Se descompuso rápidamente, oliendo a cadáver. Un fuerte olor a muerte recorría el ambiente. Fecor se arrodilló frente al cuerpo inerte de Roma.

—Serias una verdadera líder de los Hermanos Ocultos y decidiste hacerlo todo mal—se disculpó. —Lo lamento. Eras mi responsabilidad y no supe controlarte. Te amo.




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