Romance con la Jefa

Capitulo 1 - Recuerdos y Realidades

Sentado solo en el café, Leonardo se sumerge en sus recuerdos, mientras da pequeños sorbos a su bebida. -¿Cómo iba a imaginar que aquel día en la universidad, cuando vi a Gabriela por primera vez, cambiaría mi vida para siempre?- se pregunta. Rememora la conexión instantánea que sintieron, un momento mágico que marcó el inicio de algo especial. -Su mirada tenía una chispa que me cautivó al instante, y me sentí poderoso cuando le pedí una cita y aceptó-.

Leonardo sonríe al evocar su primera cita con Gabriela. -Fue un desastre, sí, pero también divertida y reveladora. Cada incidente nos acercó más-. Recuerda la paciencia y la comprensión que ella le demostró, algo que nunca había experimentado antes. Aquella cita fue el punto de inflexión de su relación.

La expresión de Leonardo se ensombrece al pensar en la falsa acusación de infidelidad y corrupción que lo arruinó todo. -Fue un golpe duro, una batalla contra la injusticia que me hizo perder mi integridad y mi reputación. Incluso la mujer que lo era todo para mí me dio la espalda y me despreció-. Siente una punzada de ansiedad y dolor al recordar cómo Gabriela se enamoró de su hermano.

Sin embargo, un sentimiento de gratitud aflora al pensar en Raúl, su mejor amigo. -Si no fuera por él, no sé dónde estaría ahora. Su apoyo fue incondicional, el único que me creyó cuando ni siquiera mi familia lo hizo-. Agradece a Raúl por ofrecerle un trabajo en un momento crítico, dándole una nueva oportunidad.

Finalmente, sus pensamientos se dirigen hacia Andrea, su jefa y actual pareja. -Andrea me enseñó una nueva forma de ver las cosas. Su apoyo y comprensión han sido fundamentales en mi recuperación. A pesar de los momentos de locura, no solo logré hacerme un nombre en mi trabajo, sino que también gané su amor y cariño. Juntos conseguimos que su exmarido pagara por sus mentiras y abusos, y que dejara de hacerla sentir culpable de todo-. Reconoce que su relación con Andrea es una parte esencial de su nueva vida y siente un aumento de ira al recordar al ex de ella.

-He pasado por mucho, pero ahora todo ha terminado. He podido rehacer mi vida y aunque mi mejor amigo sigue apoyándome y quiere que sea su socio, y con Andrea que hemos decidido formalizar nuestra relación, o eso espero, la verdad es que estoy bien donde estoy-, declara Leonardo mientras termina su café.

Leonardo se levanta de su mesa en el café, un refugio de recuerdos donde las imágenes de su pasado con Gabriela se desvanecen lentamente. Cada paso hacia la salida es un alivio, como si dejara atrás los fantasmas de su historia. Sin embargo, al acercarse a la puerta, su mundo se detiene: allí está Gabriela, su exesposa, en un abrazo apasionado con Luis, su propio hermano. La traición, aunque ya conocida, sigue siendo una herida abierta en su alma.

La sorpresa inicial se transforma en un torbellino de dolor y desconcierto. Leonardo había sido víctima de una falsa acusación de corrupción e infidelidad, acusaciones que habían destrozado su vida. Gabriela, su gran amor, eligió no creerle, entregando su corazón a Luis. Verlos juntos, radiantes de felicidad, aviva el dolor y la sensación de traición que Leonardo había enterrado.

Al ver a Leonardo, Gabriela se aparta de Luis, su mirada es un veneno puro. -Ahí estás, el que destruyó todo lo que teníamos-, le dice con desdén. Cada palabra suya es un puñal que desgarra los restos del corazón de Leonardo. Luis, incómodo pero tratando de ser cortés, lo saluda: -Hola, Leonardo-, dice, intentando mantener una frágil cordialidad en una situación tensa.

Leonardo, abrumado por un torbellino de emociones, trata de expresar sus pensamientos. -¿Cómo puedes seguir creyendo esas mentiras?-, consigue decir con voz temblorosa. Gabriela, fría y distante, responde: -Eres un ladrón y un traidor, Leonardo. No tienes lugar aquí-. Cada palabra suya es un eco de la soledad y el desamparo que ha sufrido desde su caída en desgracia.

Luis intenta mediar, pero Gabriela lo interrumpe: -No, Luis. Él debe saber el daño que causó-, dice, clavando su mirada en Leonardo.

María y Melissa, las hijas de Leonardo, irrumpen en la escena como dos rayos de sol. Al ver a Gabriela y Luis, las caras de las niñas se iluminan aún más. Esta visión es como una puñalada en el corazón para Leonardo, al presenciar la cercanía que otro hombre tiene ahora con sus propias hijas.

María, de diez años, con sus ojos brillantes y su cabello castaño recogido en una coleta, lleva una bolsa de dulces de colores en una mano. Corre hacia Luis, abrazándolo con un cariño que no necesita palabras. -¡Papá!-, exclama con entusiasmo, -¡mira lo que compramos en la dulcería!-. Cada palabra es como ácido sobre las heridas emocionales de Leonardo. Ve con impotencia cómo su hermano ha ocupado su lugar en la vida de sus pequeñas.

Melissa, de siete años, con rizos dorados que caen sobre sus hombros, se aferra a un peluche. Un poco más tímida pero igualmente encantada, se acerca al lado de Luis, extendiendo su brazo para mostrar su nuevo tesoro, un caramelo en forma de corazón. La familia que Leonardo perdió ahora se congrega en torno a otro hombre. Las muestras inocentes de afecto de las niñas no hacen más que retorcer la daga clavada en su alma.

Luis, con una sonrisa cálida y paternal, se agacha para estar a la altura de las niñas. -Eso se ve delicioso, chicas-, dice con una voz suave y acogedora, -¿compartirán uno conmigo?-. Su actitud hacia ellas es tierna y protectora, mostrando un vínculo que ha crecido con el tiempo. Gabriela observa la interacción con una sonrisa amorosa, acariciando el cabello de Melissa suavemente.

María, sin perder un segundo, abre la bolsa de dulces y ofrece una selección a Luis. -Puedes escoger el que quieras-, dice con generosidad e inocencia infantil.

Melissa mira a Luis y luego a Gabriela, y añade con voz melodiosa: -Mamá, ¿quieres compartir mi caramelo de corazón? Podemos comer la mitad cada una-. Su gesto lleno de afecto contrasta con la creciente agonía de Leonardo.




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