Romance con la Jefa

Capitulo 9 - Madrugador inoportuno

Cuando los primeros rayos de sol se abren paso audazmente a través de las cortinas, inundando la habitación con su resplandor dorado, Andrea despierta adormilada. Yace un momento, con los ojos aún cerrados, disfrutando de la caricia cálida de los rayos matutinos sobre su piel desnuda.
Poco a poco toma conciencia del reconfortante peso del brazo de Leonardo sobre su cintura, su pecho firme contra su espalda. Se permite fundirse en ese abrazo acogedor, ese contacto piel con piel tan íntimo que aún conserva el aura de sus horas previas de pasión sincera. Es un recordatorio tangible de la conexión que compartieron, de la entrega absoluta que vivieron.
- "Esta paz, ¿cuánto durará?", se pregunta, permitiendo que sus pensamientos se deslicen a través de los eventos de la noche anterior. Había sido una experiencia de abandono, una entrega a la pasión que rara vez se permitía. Una sensación de serenidad la invade mientras repasa cada momento, cada susurro, cada caricia. "Sí, me dejé llevar", admite para sí misma, "encontré consuelo y conexión en los brazos de Leonardo". Pero a pesar del calor y la intimidad, algo en su interior se retrae ante la idea de que esto pueda ser más que una excepción en su vida.
- "¿Me arrepiento?", se pregunta Andrea, su voz apenas un susurro en la habitación tranquila. Mira hacia la luz que se esparce juguetonamente sobre las paredes, creando patrones de sombras y claridad. "No, la verdad no me arrepiento de esto", se responde con una certeza clara y decidida. Lo que compartieron fue especial, una chispa de algo verdadero y profundo, pero no necesariamente el preludio de una historia más larga.
En su corazón, Andrea sabe que este episodio, por muy precioso que sea, permanecerá como eso: un recuerdo, un tesoro de un momento en el que se permitió ser completamente libre y vulnerable. "Una hermosa excepción", piensa, "un instante de pura sinceridad y pasión, algo para atesorar pero no para aferrarse".
Con suavidad, Andrea gira su cabeza hacia Leonardo, aún dormido a su lado. Observa su rostro, donde la luz matutina dibuja contornos suaves y tranquilos. En ese momento de quietud, él parece diferente, despojado de las máscaras y las tensiones del día a día. Su frente, normalmente ligeramente fruncida por la concentración o el pensamiento, ahora está relajada. Los labios, que tantas veces sonreían con una mezcla de ironía y calidez, están ligeramente entreabiertos en un gesto de paz absoluta.
Andrea no puede evitar notar cómo las suaves sombras de la mañana acentúan la línea de su mandíbula, dándole un aspecto más suave, más vulnerable. Su cabello, normalmente peinado con precisión, ahora se desordena de manera casual, mechones cayendo sobre su frente de una manera que le otorga una juventud casi inocente.
"Eres tan diferente en la tranquilidad del sueño, no parece el triste Leonardo o el Leonardo concentrado", musita Andrea, casi para sí misma. Ve en Leonardo una serenidad que rara vez se permite en la vigilia, una relajación que revela un lado de él que pocos ven. En ese instante, le parece aún más atractivo, no por su aspecto físico, sino por esa rara visión de su vulnerabilidad y calma.
"¿Cómo sería despertar así cada día?", se pregunta brevemente, permitiéndose explorar la idea. Pero tan pronto como el pensamiento aparece, lo aparta con una resolución suave pero firme. "No, esto no es un comienzo, es un momento precioso y fugaz", se recuerda.
Con delicadeza, Andrea se desliza fuera de la cama, cuidando de no despertar a Leonardo. Cada movimiento suyo es suave y meditado, como si intentara preservar la quietud de la habitación. Se mueve con ligereza a través de la habitación, cada paso un reflejo de su estado de ánimo contemplativo y sereno.
"Es como caminar en un sueño", piensa, mientras cruza el umbral de su cocina. Al entrar, una sensación de normalidad la invade, formando un marcado contraste con la intensidad emocional de la noche pasada. "De vuelta a la realidad", murmura, casi en broma.
La cocina de Andrea, aunque funcional, dista mucho de ser el corazón de un hogar tradicional lleno de aromas caseros y recetas familiares. Es un espacio simple, de decoración minimalista, donde los estantes albergan más cajas de comida para llevar que ingredientes frescos. Las sartenes y ollas, ordenadas y limpias, parecen esperar su turno para ser usadas, un turno que rara vez llega.
Mientras se prepara un café rápido, su mirada se desvía hacia el pequeño rincón donde una vez intentó cultivar hierbas. La albahaca y el romero, ahora marchitos, se han convertido en una metáfora involuntaria de su vida ajetreada, donde los placeres simples como cocinar han quedado relegados. "Qué irónico", piensa Andrea con una sonrisa suave. "Tengo las habilidades, pero no el tiempo".
Se pierde en pensamientos mientras el café gotea en la cafetera. "En otra vida, quizás", se dice, recordando los momentos en que realmente disfrutaba cocinar, experimentando con recetas, sumergiéndose en los sabores y texturas de los alimentos. "Podría haber sido diferente", reflexiona. "Podría haber llenado este espacio con risas y aromas cálidos, pero las elecciones que he hecho me han llevado por otro camino".
La realidad de su vida actual es un constante ir y venir, las largas horas en la oficina y las responsabilidades incesantes han convertido su cocina, y muchos otros aspectos de su vida personal, en lugares de paso más que de creación y disfrute. "Pero aún así", piensa mientras toma su café, "estos momentos de calma y reflexión son valiosos, incluso si son breves".
Tomando su café, se apoya en la encimera, permitiendo que sus pensamientos vaguen. La noche con Leonardo había sido una desviación de su rutina, un paréntesis en su vida estructurada y predecible.
Mientras se encuentra en su cocina, un dilema inesperado surge en su mente. ¿Debería preparar algo de desayuno para Leonardo? Por un lado, desea mantener las cosas simples, evitar dar la impresión de que busca algo más profundo. Pero por otro lado, la cortesía y el afecto residual de la noche anterior pesan en su decisión. "No tiene que significar nada", se dice a sí misma. "Solo es un desayuno, nada más".
Con esa decisión tomada, empieza a preparar un desayuno sencillo. Mientras rompe los huevos en un sartén y coloca algunas rebanadas de pan en la tostadora, sus pensamientos vagan. "Es curioso cómo los pequeños actos pueden decir tanto", piensa. "Un desayuno simple, pero lleno de significado". Reflexiona sobre la conexión compartida, sobre cómo cada gesto, cada palabra, cada toque de la noche anterior había sido una danza de emociones y descubrimientos.
"¿Es esto lo que hace la vida tan rica?", se pregunta mientras voltea los huevos en el sartén. "Estos momentos pequeños pero profundos, estos gestos de bondad y reconocimiento".
De repente, un golpeteo en la puerta la saca de sus pensamientos. Su corazón da un pequeño salto, la sorpresa mezclada con una pizca de ansiedad. "¿Quién podría ser a esta hora?", se pregunta, frunciendo el ceño. Echa un rápido vistazo a Leonardo, todavía sumido en un sueño tranquilo, y se dirige a la puerta con una mezcla de curiosidad y cautela.
Mientras rompe huevos en un sartén y tuesta algunas rebanadas de pan, Andrea reflexiona sobre cómo los pequeños actos pueden ser tan significativos, aún en su simplicidad.
Justo cuando está a punto de voltear los huevos, un golpeteo en la puerta la saca de sus pensamientos. Frunce el ceño, preguntándose quién podría ser a esta hora. Con un rápido vistazo a Leonardo, que todavía duerme tranquilamente, se dirige a la puerta. Su corazón late con una mezcla de curiosidad y una pizca de ansiedad. ¿Podría ser alguien del trabajo? ¿Un vecino tal vez? O, ¿algo que ella no esperaba en absoluto?
Al abrir la puerta, Andrea se queda paralizada. Frente a ella está Ricardo, su aún esposo, sosteniendo un enorme ramo de flores de colores vivos y una caja adornada con un moño que parece contener bombones. "¡Andrea, mi amor! ¡Sorpresa!" exclama él con una sonrisa brillante, como si su presencia en su umbral fuera completamente normal.
La sorpresa inicial de Andrea rápidamente se transforma en ira y humillación. "Ricardo...", dice ella con una voz que tiembla ligeramente, conteniendo una tormenta de emociones. "¿Qué crees que estás haciendo aquí?"
Ricardo, claramente desconcertado por la frialdad de Andrea, intenta recuperar la situación. "Querida, sé que las cosas han sido difíciles, pero...". Intenta dar un paso hacia ella, pero Andrea se mantiene firme.
"¿Difíciles?", interrumpe Andrea, su voz elevándose ligeramente. "¿Es así como llamas a tu infidelidad?" Las imágenes del día que descubrió su traición vuelven a su mente con dolorosa claridad: el silencio inusual al llegar a casa, el peso opresivo de la sospecha, la devastadora confirmación al abrir la puerta del dormitorio.
"Esos regalos no cambian nada, Ricardo. No después de lo que hiciste". Andrea siente un nudo en la garganta, pero lo supera con una fuerza recién encontrada. "No hay nada que perdonar, porque ya no hay nada entre nosotros".
Ricardo parece desesperado, sus ojos suplicantes. "Por favor, Andrea, solo dame una oportunidad para..."
"No", corta Andrea, su voz firme y segura. "No hay segundas oportunidades. Lo que teníamos murió ese día. Es hora de que ambos sigamos adelante". Sus palabras son un muro infranqueable, dejando claro que no hay vuelta atrás.
Aprovechando un descuido, Ricardo se abre paso a la fuerza al apartamento, empujando bruscamente a Andrea en el proceso. Ella se golpea contra la pared, pero se repone rápidamente.
"¡No puedes hacerme esto, Andrea!" grita él, fuera de sí. "¡No después de todo lo que he hecho por ti todos estos años! ¡Mis abogados se asegurarán de que no consigas nada de mí en el divorcio! ¡Te arrepentirás de haberme dejado!"
Andrea enfrenta su mirada, sin amilanarse. "No me importan tus amenazas ni tus abogados, Ricardo. Nada cambiará entre nosotros después de lo que hiciste. Para mí 'lo nuestro' murió el día que te encontré con otra".
Habla con voz firme, decidida a no ceder terreno. Sabe bien que los abogados de la empresa de Ricardo son implacables, pero no piensa dejarse intimidar.
Ricardo aprieta los puños y golpea la pared, haciendo temblar los cuadros. "¡Maldita sea, Andrea! ¡No tienes idea de lo que estoy dispuesto a hacer para evitar este divorcio! ¡Vas a suplicarme que vuelva contigo cuando veas cómo mis abogados destrozan tu vida!"
Andrea permanece impasible, sin alterarse. "Basta ya, Ricardo. Este comportamiento violento solo empeora las cosas para ti. Te sugiero enfáticamente que te retires ahora mismo si no quieres que llame a la policía".
"Es tu culpa también, ¿sabes?", grita Ricardo, su voz teñida de resentimiento. "Últimamente solo te enfocabas en tu maldito trabajo, nunca estabas en casa, me tenías completamente abandonado".
Andrea aprieta los labios, un incómodo sentimiento de culpabilidad amenazando con aflorar. Es cierto que se había entregado en cuerpo y alma a su trabajo, descuidando la relación.
Ricardo parece percibir ese momento de duda porque sigue presionando. "¿Qué esperabas que hiciera entonces? Soy un hombre, Andrea, tengo necesidades. Si tú no estabas ahí para mí tuve que buscar quien sí lo estuviera".
Las palabras hieren en lo más profundo a Andrea porque reflejan una parte de verdad. Baja la mirada, sintiéndose terriblemente culpable de pronto. Luego recuerda la imagen desgarradora de Ricardo engañándola con otra y toda su culpa se transforma en rabia.
"Espera un momento, nada, absolutamente nada justifica que me hayas sido infiel, Ricardo" le dice, temblando de indignación. "Tenías opciones, podías haber buscado ayuda para la relación, podías haberme hablado claramente sobre tus necesidades, ¡pero no recurrir a la infidelidad!".
Lo señala temblorosamente con un dedo, su rostro encendido. "Así que no te atrevas a justificarte echándome culpas a mí. Lo que hiciste no tiene nombre ni perdón."
Justo en ese momento Leonardo emerge distraídamente de la habitación en boxer, desperezándose ajeno a lo que sucede. "Buenos días, Andrea. No sabía que madrugabas, huele rico ¿hiciste el desayuno? ", dice reprimiendo un bostezo.
"Justo cuando la situación no podía ser peor ", piensa Andrea abrumada.
Ricardo tarda en procesar lo que sucede hasta que finalmente estalla, con expresión enloquecida: "¡¿PERO QUÉ DEMONIOS SIGNIFICA ESTO?! ¡ANDREA! ¡EXIJO SABER AHORA MISMO QUIÉN ES ESTE TIPO SEMIDESNUDO QUE SALE DE TU HABITACIÓN CON TOTAL CONFÍANZA!".
 




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