Romance con la Jefa

Capitulo 19 – Reconciliación con la jefa

En la intimidad del salón, el ambiente estaba impregnado de una calidez familiar. Andrea, aún con lágrimas en los ojos, miraba a Ignacio, quien, con una sonrisa cómplice y afectuosa, le restaba importancia a su papel de hermano salvador.

"Gracias, Nacho," murmuró Andrea, su voz aún temblorosa por la emoción. "Siempre has sido más que un hermano para mí."

Ignacio, con ese aire de despreocupado humor que tanto lo caracterizaba, replicó, "No te emociones demasiado, hermanita. Al fin y al cabo, soy tu único hermano. ¿Qué opciones tienes?" Su sonrisa burlona no pudo ocultar el brillo de ternura en sus ojos.

Esa interacción, tan típica entre ellos, arrancó otra carcajada de Andrea, y por un momento, los problemas parecieron desvanecerse, dejando solo la calidez de dos hermanos que se tenían el uno al otro.

Sin embargo, el reloj no dejaba de avanzar, y con un suspiro, Ignacio miró su reloj. "Tengo que irme, Andrea. Debo recoger mi niño y a mi ya adulto hijo y aún no sé con quién dejarlos esta noche."

Andrea, impulsada por un súbito deseo de ser útil y devolverle el favor a su hermano, se ofreció de inmediato. "Yo puedo cuidarlos, Nacho. Ahora que tengo algo de tiempo libre, sería perfecto. Además, me encantaría pasar tiempo con mis sobrinos."

La sorpresa y el alivio en el rostro de Ignacio fueron evidentes. "¿En serio? Eso sería... increíble, Andrea. Te debo una." Dijo, pero su tono burlón reapareció al añadir, "Pero cuidado, son tan traviesos como su tío."

Tras la partida de Ignacio, Andrea se encontraba sumida en un mar de pensamientos. Las palabras de su hermano habían sido como un faro en la tormenta, iluminando un camino de nuevas posibilidades. Tomando una decisión audaz, Andrea resolvió dar una oportunidad a lo que pudiera surgir con Leonardo y emprender un nuevo camino laboral, dejando atrás la sombra de Ricardo.

En otra parte de la ciudad, Leonardo se hallaba en su oficina, envuelto en un aura de melancolía. Perdido en sus cavilaciones, se preguntaba por qué la vida parecía empeñada en arrebatarle la felicidad. "¿Es este el destino que me espera, una existencia marcada por la soledad?", reflexionaba, mientras su mirada se perdía en el infinito.

En medio de su ensimismamiento, las voces de algunos empleados resonaron en el pasillo, rompiendo la quietud de su refugio. Las palabras que escuchaba eran crueles y despectivas, dirigidas hacia Andrea, pintándola como alguien que no era.

"- Pues sí, yo siempre lo dije de esa Andrea...", decía uno con desdén. "- Solo tenía que caerse la máscara para mostrar su verdadero yo."

"- Yo apostaría a que tiene más de un amante. Esas siempre son las peores", agregaba otro, riendo con malicia.

La indignación se apoderó de Leonardo, quien, impulsado por un sentido de justicia, salió de su oficina y enfrentó a los charlatanes. "¡Basta ya! No permitiré ese tipo de comentarios en este lugar de trabajo. Andrea es una profesional ejemplar, y merece nuestro respeto", les espetó, su mirada severa callando las lenguas viperinas.

Uno de los empleados, tratando de aliviar la tensión, intentó un comentario jocoso: "Claro, disculpe, futuro jefe. Solo era una broma, sabes cómo es..."

Leonardo, lejos de calmarse, redobló su enojo. "No toleraré insinuaciones ni rumores. Si vuelvo a escuchar algo así, habrá consecuencias severas", advirtió con firmeza.

Los empleados, ahora visiblemente asustados, asintieron y se dispersaron rápidamente. Leonardo, con la frustración aún burbujeando en su interior, volvió a su oficina. La mención de ser el "futuro jefe" le recordó dolorosamente a Andrea, reavivando su deseo de hablar con ella y ofrecerle su apoyo.

De vuelta en su oficina, Leonardo se hundió en su silla.

Mientras tanto, los empleados, ya en sus respectivos puestos, murmuraban entre ellos. "¿Viste eso? Desde que Andrea se fue, todos en ese puesto se vuelven amargados e intimidantes. ¿Será algo en el aire acondicionado?", bromeaba uno, intentando aligerar la tensión.

"No lo sé, pero mejor que no me asciendan a mí. Prefiero seguir siendo agradable", respondía otro, entre el grupo.

Tras acabar su trabajo y de regañar a unos cuantos más empleados Leonardo se aproximó a su apartamento, solo para hallar una grata sorpresa. Andrea lo esperaba pacientemente, sosteniendo un envase transparente que revelaba un par de huevos fritos, un gesto que desprendía ternura y familiaridad.

La sorpresa de Leonardo era evidente. "Andrea, ¿qué haces aquí?", preguntó, su expresión mezclando incredulidad y un tímido agrado.

Intentando mantener un aire de casualidad, Andrea inició la conversación con una pregunta sencilla. "Solo pasaba por aquí y quise saber cómo te va en el trabajo sin mí", dijo, intentando ocultar su nerviosismo tras una sonrisa.

Leonardo, aún asimilando la situación, respondió: "Ha sido un día complicado, sin duda se nota tu ausencia en la empresa".

"Ya te acostumbrarás a no verme por allí", replicó Andrea con un tono ligero, aunque sus ojos reflejaban una tristeza no expresada, dando a entender que no tenía planes de regresar a su puesto.

La comprensión se asomó en los ojos de Leonardo. "Pero, ¿por qué estás aquí?", preguntó, una mezcla de curiosidad y esperanza comenzando a surgir en su voz.

Con una respiración profunda, como reuniendo coraje, Andrea se sinceró. "He estado reflexionando sobre algunas cosas... Me di cuenta de que cometí un error al apartarte de mi vida. La verdad es que también te quiero, Leonardo, probablemente más de lo que había querido admitir."

Las palabras de Andrea resonaron en Leonardo, llenándolo de un calor inesperado. Los huevos fritos, un detalle tan mundano, ahora simbolizaban algo más: una ofrenda de reconciliación, un puente hacia una conversación más profunda

"Andrea, sé que me importas y que te amo, pero no puedo estar en una relación con alguien que no esté completamente segura de lo que quiere", dijo Leonardo, buscando en sus ojos alguna señal de sus verdaderos sentimientos.




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