Un buen rato después, Gabriela, ya más calmada y desahogada, se separó suavemente de Andrea y comenzó a limpiarse el rostro, que estaba sucio por las lágrimas.
Andrea la observó con preocupación. "¿Qué harás ahora?"
Gabriela suspiró. "No lo sé. Debo volver por mis hijas, pero no estoy segura de a dónde ir. No tengo familia y si voy con los padres de Luis, pueden ayudar a su hijo sin importarles a mí."
Andrea comprendió la dificultad de la situación. "Entonces quédate conmigo y las niñas unos días," propuso.
Gabriela dudó. "Será incómodo. Además, las niñas siguen odiando a Leonardo."
Andrea asintió, consciente de la complicación, pero sin desistir. "Entiendo, pero vélo como una oportunidad para intentar calmar las cosas. Puede que al estar juntas, las niñas vean a Leonardo de otra manera, y tú tendrás un lugar seguro."
Gabriela reflexionó por un momento, y finalmente cedió. "Está bien, Andrea. Acepto tu oferta. Gracias por estar aquí para mí."
Andrea sonrió, aliviada. "No tienes que agradecerme. Somos amigas y estamos juntas en esto. Todo saldrá bien, ya lo verás."
Gabriela le devolvió la sonrisa, sintiendo una renovada esperanza y fortaleza gracias al apoyo incondicional de Andrea.
Decidieron salir juntas y dirigirse a la casa de Gabriela para recoger a las niñas. Llamaron a un taxi y esperaron en silencio. Cuando el taxi llegó, ambas subieron rápidamente.
El conductor miró por el retrovisor y sus ojos se abrieron de par en par al reconocer a Andrea.
"¡Usted!" exclamó el conductor, su voz llena de alarma. "¡Usted es la que me lanzó cosas cuando trabajaba como repartidor hace años!"
Andrea y Gabriela se miraron confundidas, sin comprender a qué se refería.
"¿Perdón?" dijo Andrea, tratando de recordar.
El conductor asintió vigorosamente, su rostro aún pálido por el recuerdo.
"Sí, hace años, cuando repartía paquetes. Usted me arrojó cosas y me gritó. Aún tengo pesadillas con usted. Era como una fiera a la que no había que molestar" dijo, su voz temblando ligeramente.
Gabriela se quedó boquiabierta, sorprendida al escuchar esa historia sobre su amiga.
Andrea, con una leve expresión de vergüenza, comenzó a recordar.
"Oh, sí... Lo siento mucho por eso. No estaba en mi mejor momento en ese entonces" admitió, bajando la mirada.
El conductor tragó saliva, aún nervioso, pero finalmente siguió conduciendo.
"Está bien, solo que... nunca lo olvidaré. Ha sido una lección para mí" dijo, intentando calmarse.
Gabriela miró a Andrea con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
"No sabía que tenías ese lado..." dijo, medio sonriendo, tratando de aliviar la tensión.
Andrea se encogió de hombros, aún sintiéndose un poco avergonzada.
"Todos tenemos nuestros momentos oscuros. Pero he cambiado, o al menos, lo intento" respondió con una sonrisa tímida.
Gabriela asintió, apreciando la honestidad de su amiga, mientras el taxi continuaba su camino hacia su destino.
Al llegar a la mansión de Gabriela, Andrea quedó impresionada por la opulencia del lugar. Todo era grande, caro y lujoso, con jardines impecables y detalles arquitectónicos extravagantes.
"Este lugar es increíble... ¿Cómo puedes permitirte algo así?" preguntó Andrea, admirando los alrededores.
Gabriela suspiró. "El dinero lo puso Luis. Le gusta rodearse de cosas extravagantes y costosas. A veces parece que tiene la necesidad de mostrar su poder y riqueza en todo."
Andrea asintió, comprendiendo un poco más la dinámica de la relación de Gabriela con Luis. Entraron en la mansión y ambas se sorprendieron al ver a Luis jugando animadamente con las dos niñas, que lo trataban con mucho cariño.
Luis las hacía reír con sus payasadas, y las niñas lo miraban con adoración. Era una escena conmovedora, pero también desconcertante, considerando todo lo que Gabriela había contado y como deberían adorar así a Leonardo en vez de despreciarlo.
Luis fue el primero en ver a Gabriela, y su rostro se tensó al instante. Se levantó lentamente, tratando de mantener la calma.
"Gabriela..." comenzó, con una mezcla de sorpresa y preocupación en su voz.
Justo cuando iba a decir algo más, su mirada se posó en Andrea, y su rostro se puso pálido. No comprendía qué hacía ella allí.
"¿Andrea? ¿Qué haces aquí?" preguntó, visiblemente perturbado.
Andrea mantuvo la compostura, aunque podía sentir la tensión en el aire.
"Estoy aquí para apoyar a Gabriela" respondió con firmeza.
Luis tragó saliva, intentando ocultar su incomodidad. "Necesitamos hablar, Gabriela. Sobre nuestra última discusión..."
Gabriela lo miró con firmeza. "Sí, necesitamos hablar. Pero no aquí y no ahora."
Luis asintió, aún sin apartar la vista de Andrea, intentando entender la inesperada alianza entre ambas mujeres.
Gabriela se dirigió a las niñas y, al verla, María corrió a saludar a Andrea, olvidando por su corta edad lo que había sucedido la última vez. Melissa la siguió, curiosa.
Andrea las saludó con cariño, agachándose para estar a su altura. "Hola, chicas. ¿Cómo están?" dijo, sonriendo.
"Hola, Andrea," respondió María con entusiasmo, "estamos bien. ¿Viniste a jugar con nosotras?"
Melissa asintió, mirando a Andrea con grandes ojos expectantes.
"Me encantaría jugar con ustedes un rato, pero primero su mamá necesita que hagan algo importante," dijo Andrea, mirándolas con afecto
Gabriela se acercó y acarició el cabello de sus hijas. "Niñas, necesito que vayan a sus habitaciones y hagan sus maletas. Vamos a irnos por unos días."
Las niñas se miraron entre sí, confundidas pero obedientes. "¿Nos vamos de vacaciones?" preguntó María, emocionada.
"Algo así," respondió Gabriela con una sonrisa tranquilizadora.
Luis, que había estado observando la interacción, frunció el ceño. "¿Qué está pasando, Gabriela? ¿Por qué necesitan hacer las maletas?"