Gabriela, desde el otro lado del pasillo, había presenciado parte de la escena. Observó el beso entre Andrea y Leonardo, y una mezcla de sentimientos la abrumó. Se arrepentía de haber tratado mal a Leonardo, pero también sentía celos y una compleja mezcla de emociones que no podía identificar claramente. Se preguntaba cómo había llegado a este punto, cómo había perdido tanto.
El taxista, todavía con la bolsa de hielo en la cabeza, miraba la escena con cierta envidia y una pizca de humor. "Me pregunto si alguna vez encontraré a una chica así," pensó, antes de volver su atención a la situación actual.
Después de ese momento romántico, Andrea y Leonardo empezaron a conversar sobre qué harían a continuación. Sabían que Luis, con el apoyo de su familia rica y contactos criminales, representaba una amenaza significativa.
"Tenemos que pensar en un plan," dijo Leonardo, su voz firme. "Luis no se detendrá, y con los recursos que tiene, puede ser muy peligroso."
Andrea asintió. "Sí, pero ¿qué podemos hacer? Necesitamos encontrar una manera de protegernos y proteger a las niñas."
El taxista, que había estado escuchando atentamente, intervino. "¿Alguna vez han considerado que el negocio legal de Luis podría ser una tapadera para algo ilegal? Pasa mucho en los videojuegos."
Leonardo y Andrea se miraron sorprendidos. La idea tenía sentido y ofrecía una nueva perspectiva sobre cómo enfrentar a Luis.
"Es una buena idea," dijo Andrea. "Podría investigar desde mi puesto de su negocio y encontrar pruebas de actividades ilegales."
Leonardo asintió, viendo el potencial del plan. "Sí, eso podría darnos una ventaja. Gracias por la sugerencia."
El taxista sonrió. "Estoy aquí para ayudar. Y si necesitan que alguien haga guardia o traiga víveres para las niñas y a ustedes, puedo hacerlo."
Andrea y Leonardo apreciaron el gesto. "Eso sería muy útil," dijo Andrea. "Gracias."
El taxista asintió, decidido. "Haré lo que pueda para ayudar. No se preocupen por eso."
Andrea entonces miró a Leonardo con seriedad. "Leonardo, no puedes quedarte aquí esta noche. Será muy complicado para las niñas si te ven, ellas acaban de pasar por tantas cosas hoy dia."
Leonardo comprendió la lógica detrás de sus palabras y asintió. "Lo entiendo. Me quedaré en un hotel cercano para estar cerca y poder cuidarlas si es necesario."
Empezó a preparar sus cosas para irse. Se volvió hacia el taxista, que ahora se había convertido en un inesperado aliado. "Cuídalas, por favor. Son lo más importante que tengo," le dijo, su voz cargada de sinceridad.
"Lo haré, puedes contar conmigo," respondió el taxista con firmeza.
Leonardo se acercó a Andrea y la besó apasionadamente. "Cuídate y no te arriesgues de nuevo," le susurró.
Andrea asintió, sus ojos llenos de preocupación y amor. "Me cuidaré. Tú también, por favor."
Leonardo se dirigió hacia la puerta, pero no pudo evitar mirar a Gabriela, que seguía sentada en el sofá con la cabeza baja. Se preocupaba por ella, pero sabía que tenía que irse. Con un último suspiro, salió del apartamento, decidido a hacer todo lo posible para proteger a su familia.
Andrea se acercó a Gabriela, su voz suave y llena de comprensión. "Gabriela, si quieres, puedes dormir con las niñas en mi cama. Creo que te hará bien estar con ellas."
Gabriela levantó la mirada, sus ojos aún llenos de tristeza y culpa. "Gracias, Andrea. No sé cómo agradecerte por todo lo que estás haciendo por mí y mis hijas."
Andrea le sonrió con calidez. "Para eso están las amigas, Gabriela. No estás sola en esto."
Gabriela se sorprendió un poco por esas palabras. Su amiga, que había fallecido, le había pedido que ocultara sus aventuras y siempre le decía algo similar. Sin embargo, la sinceridad de Andrea la calmó, y asintió con una leve sonrisa antes de dirigirse a la habitación donde sus hijas dormían. Se tumbó en la cama junto a ellas, encontrando consuelo en su presencia y en el suave ritmo de sus respiraciones.
Mientras tanto, el taxista, que había estado observando la escena, se acercó a Andrea. "Dormiré en mi carro para hacer guardia. No quiero que nada les pase."
Andrea le agradeció sinceramente. "Gracias por todo lo que estás haciendo. No sé qué habríamos hecho sin tu ayuda."
El taxista sonrió modestamente. "No es nada. Ha sido lo más emocionante que he hecho en mi vida, aparte de cuando me tiraste un objeto por la cabeza y me choqué."
Andrea no pudo evitar reírse ante el recuerdo. "Lo siento tanto por eso. Nunca pensé que algo así volvería a pasar."
El taxista la tranquilizó. "No te preocupes. Fue un accidente entonces y un accidente ahora. Pero gracias a eso, estoy aquí para ayudarlas."
Andrea le dio un abrazo agradecido antes de dirigirse al sofá, donde se preparó para dormir. La noche había sido larga y agotadora, pero sentía una chispa de esperanza gracias al apoyo inesperado que había recibido.
Leonardo llegó al hotel cercano al apartamento de Andrea, y mientras se registraba en la recepción, su mente estaba en otro lugar. Todo lo que había pasado ese día le pesaba en el corazón. Subió a su habitación, cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en la cama, sintiendo el agotamiento físico y emocional.
Se quedó mirando el techo, incapaz de encontrar la paz. Los recuerdos de lo sucedido con su hermano Luis, la manipulación y las mentiras, lo llenaban de amargura. ¿Cómo era posible que alguien de su propia sangre pudiera hacerle tanto daño? ¿Cómo había sido tan ingenuo de no ver las señales? La traición de Luis no solo le había arrebatado su reputación y su matrimonio, sino también su confianza en la familia.
Leonardo suspiró profundamente, cerrando los ojos mientras reflexionaba sobre Gabriela. Recordaba los momentos felices que habían compartido, cómo la amaba y cómo creía que su amor podría superar cualquier obstáculo. Pero ahora, entendía que aferrarse a ese dolor solo lo mantenía atrapado en el pasado. Había llegado el momento de dejar ir, de pasar página y liberar su corazón de la carga del rencor. Perdió a Gabriela, pero ahora comprendía que no había forma de regresar a lo que una vez fueron. Ella había sido manipulada, sí, pero también había tomado sus propias decisiones. Decidió perdonarla, no porque ella lo mereciera, sino porque él merecía paz.