Horas después, Gabriela estaba sentada en una sala de espera, abrazando a sus hijas. Sus lágrimas seguían cayendo, pero esta vez eran de alivio y alegría. María y Melissa, agotadas por el llanto y el miedo, se habían quedado dormidas en sus brazos, sus pequeñas caritas enrojecidas como tomatitos. Gabriela no podía dejar de mirarlas, agradecida de tenerlas nuevamente a salvo, y aunque su corazón seguía adolorido por todo lo que habían pasado, en ese momento solo sentía gratitud.
A unos metros de distancia, un doctor examinaba a Andrea, quien había permanecido fuerte durante todo el caos. El médico, tras una revisión exhaustiva, le informó con una voz profesional: "No tienes heridas graves, Andrea, pero debes cuidarte bien. Estás en las primeras semanas de gestación."
La noticia cayó como una bomba. Gabriela, que estaba cerca, levantó la cabeza con sorpresa, al igual que el taxista, quien había estado allí para asegurarse de que todos estuvieran bien. Andrea, por su parte, frunció el ceño y miró al doctor con severidad.
"Eso era algo personal," dijo Andrea autoritariamente, claramente molesta por la falta de discreción del médico.
El doctor, notando su error, se disculpó rápidamente, bajando la cabeza como si fuera un subordinado reprendido, y se retiró apresuradamente, dejando a las enfermeras atrás.
Gabriela, aún procesando la noticia, se acercó a Andrea. "¿Es cierto que estás embarazada?" le preguntó con voz suave, todavía un poco aturdida.
Andrea suspiró y asintió, aunque intentó mantener su compostura. "Sí, me enteré esta mañana cuando fui a la farmacia. No me sentía bien y decidí hacerme una prueba."
El taxista, que había estado escuchando, intervino con una mezcla de curiosidad y preocupación. "¿Leonardo ya lo sabe?"
Andrea negó con la cabeza, poniendo los ojos en blanco al darse cuenta de que el taxista podría hablar más de la cuenta. "No, él no lo sabe. Y como tu jefa, espero que mantengas esto en confidencialidad. Sé que eres un poco chismoso con las vecinas del apartamento," dijo con una media sonrisa, tratando de aligerar el momento. "Quiero sorprender a Leonardo."
El taxista, asintiendo con cierta seriedad que no era común en él, comprendió la importancia de lo que Andrea le pedía. "Lo prometo," dijo, llevándose una mano al corazón con un gesto solemne.
En ese momento, la puerta se abrió y Leonardo entró en la sala. Su rostro estaba visiblemente mejor, y aunque aún quedaban rastros de los moretones, ya no se veían tan marcados. Sus ojos buscaron inmediatamente a las niñas y, al verlas dormidas y seguras en los brazos de Gabriela, una expresión de alivio y felicidad apareció en su rostro.
"Gracias," murmuró Gabriela, sin poder contener las lágrimas que seguían cayendo. Leonardo asintió, devolviéndole una mirada cargada de emociones compartidas, antes de caminar hacia Andrea.
Leonardo se acercó a ella y, con ternura, le acarició el rostro. Andrea, que había estado tratando de mantener su habitual expresión desafiante y autoritaria, se relajó al instante bajo su toque. Sus ojos se suavizaron, permitiéndose un momento de vulnerabilidad.
"¿Cómo te sientes?" le preguntó Leonardo con preocupación en la voz.
Andrea le sonrió ligeramente, asintiendo. "Estoy bien. Pero ya quiero regresar a casa."
Leonardo, notando su deseo de dejar atrás los eventos del día, le sonrió de vuelta y tomó su mano. "Entonces, vamos a casa," dijo con determinación.
Justo en ese instante, Valeria entró en la sala. Su uniforme estaba desarreglado, y sus ojos cansados mostraban el agotamiento de un día interminable. Al ver a Leonardo y Andrea, una leve sonrisa cruzó su rostro. "¿Cómo están?" preguntó, su voz llena de genuina preocupación.
"Estamos bien," respondió Andrea, mientras Leonardo asentía.
Valeria, visiblemente aliviada, hizo una pausa, y luego, como si estuviera recogiendo valor, comenzó a disculparse. "Leonardo, quería decirte que lamento no haberte informado sobre el rastreador. No era mi intención ponerte en peligro..."
Pero antes de que pudiera terminar, Leonardo levantó una mano, deteniéndola. "Valeria, no te preocupes," dijo con gratitud en su voz. "Gracias por ayudarme a rescatar a mi familia."
Leonardo extendió su mano para estrechar la de Valeria, y ella, sorprendida y agradecida, sonrió ampliamente antes de estrecharla con firmeza. En ese apretón de manos había un reconocimiento mutuo y agradecimiento.
Unas semanas habían pasado desde el rescate, y poco a poco, la vida empezaba a retomar su curso para todos. Leonardo, Gabriela y las niñas asistían regularmente a sesiones con un terapeuta familiar. El proceso era largo, pero necesario para sanar las heridas del pasado y restaurar las relaciones familiares. Para facilitar esta nueva dinámica, Gabriela decidió mudarse con las niñas al apartamento justo al lado del que compartían Leonardo y Andrea, y, en un giro divertido del destino, el taxista (cuyo nombre ya nadie recordaba) también se mudó al apartamento al otro lado del de Andrea, convirtiéndose prácticamente en su vecino.
Gabriela y el taxista se habían preguntado por qué justo esos dos apartamentos estaban disponibles, pero pronto descubrieron que Andrea había decidido comprar todo el edificio. Fue su forma de asegurarse de que Gabriela y las niñas vivieran cerca de Leonardo, fomentando el contacto y la reconstrucción de su vínculo familiar. El taxista, ahora con un mejor salario, también había mejorado su situación. Se deshizo de su viejo taxi y se compró un coche más moderno, completo con un seguro médico que cubría cualquier eventualidad.
Mientras tanto, Roberto y Ana se esforzaban en corregir sus errores del pasado. Habían empezado a visitar a su hijo Luis en la cárcel, temiendo repetir los mismos errores que cometieron con Leonardo. Querían apoyarlo, pero también asegurarse de que enfrentara la justicia por sus acciones. Paralelamente, decidieron darle espacio a Leonardo, esperando que, si en algún momento él decidía perdonarlos, ellos estarían allí para reconstruir su relación.