Pasaron unos meses, y finalmente llegó el día de la boda. Leonardo estaba en una pequeña habitación, ajustándose una vez más el corbatín de su esmoquin negro frente al espejo. Sus manos temblaban ligeramente mientras se miraba, su mente llena de dudas y miedos. ¿Qué pasaría si Andrea decidía que no? ¿Y si el bebé nacía en pleno altar? ¿Y si un temblor arruinaba la ceremonia? ¿Y si Ricardo, el exesposo de Andrea, aparecía de repente y arruinaba todo?
Leonardo respiró hondo, pero no pudo calmarse. Sentía que todo podía salir mal, como si el universo estuviera preparando una trampa justo cuando finalmente las cosas parecían estar en su lugar.
Raúl, su amigo de toda la vida, lo observaba desde el rincón de la habitación, con una sonrisa tranquila en el rostro. Conociendo a Leonardo como la palma de su mano, decidió intervenir antes de que su amigo se ahogara en sus propios pensamientos.
"Leonardo," dijo Raúl, acercándose y poniendo una mano en su hombro. "Escucha, si Andrea no quisiera casarse contigo, no hubiera organizado toda esta boda. Así que no te preocupes, ella te ama. El bebé no va a nacer hoy; le faltan varios meses aún. Si hay un temblor, pues... solo tendrán que esperar a que pase y continuar con la ceremonia. Y en cuanto a Ricardo, por lo que me comentaste, ese tipo se está desahogando en las redes sociales, lamentándose de lo miserable que es su vida, quejándose de la pensión que tiene que pagar a su hijo, y lo mucho que extraña estar soltero y sin responsabilidades. Así que dudo mucho que aparezca."
Leonardo dejó escapar una risa nerviosa, dándose cuenta de lo absurdo que sonaban sus preocupaciones cuando Raúl las decía en voz alta. La presión en su pecho comenzó a disminuir, y finalmente, pudo respirar más tranquilo.
"Gracias, Raúl," dijo Leonardo, asintiendo. "Solo... no puedo evitar pensar en todas las cosas que podrían salir mal."
Raúl le dio una palmada en la espalda. "Eso es porque te importa demasiado. Pero confía en mí, todo saldrá bien. Solo disfruta del momento."
Leonardo asintió de nuevo, sintiéndose un poco más seguro. Se ajustó una última vez el corbatín, se miró en el espejo, y finalmente salió de la habitación para dirigirse al lugar de la ceremonia.
El lugar elegido era una pequeña pero hermosa capilla al aire libre, rodeada de árboles y flores. La luz del sol caía suavemente sobre los invitados, creando un ambiente cálido y acogedor. Leonardo se detuvo un momento, observando a las personas que ya estaban sentadas, esperando el inicio de la ceremonia. Entre ellas, vio a Gabriela con sus hijas, María y Melissa. Las niñas miraban a Leonardo con sonrisas amplias, llenas de emoción.
Leonardo no pudo evitar recordar el momento en que les contaron a las niñas que Andrea estaba embarazada. Las dos dieron un grito al cielo, saltando de emoción y proclamando con orgullo que serían las mejores hermanas del mundo. Ambas querían con todo el corazón que fuera un niño, pero rápidamente se pusieron de acuerdo en que lo amarían igual si resultaba ser una niña. Desde ese día, habían comenzado a competir por decidir el nombre del bebé, a menudo discutiendo entre risas sobre cuál sería el nombre perfecto.
Gabriela también había felicitado a Leonardo, y fue en ese momento cuando pudieron tener una conversación más profunda, un momento que ambos necesitaban desde hacía mucho tiempo. Mientras recordaba, un flashback de esa conversación apareció vívidamente en su mente.
En ese momento de su recuerdo era una tarde tranquila, y el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con intensos tonos naranjas y rosados. Leonardo y Gabriela estaban sentados en un banco del parque cercano al apartamento, observando en silencio cómo las niñas jugaban a lo lejos, sus risas llenaban el aire con una melodía que parecía suavizar el peso de todo lo que habían vivido.
"Es increíble cómo han cambiado las cosas," comentó Gabriela, su voz suave y cargada de nostalgia mientras miraba a las niñas con una mezcla de alegría y tristeza. "Nunca imaginé que estaríamos aquí, así, después de todo lo que pasó."
Leonardo asintió, su mirada perdida en el horizonte. "Lo sé," dijo con un suspiro profundo. "Hubo momentos en los que pensé que nunca volveríamos a hablar. Todo parecía… perdido."
Gabriela bajó la mirada, sus dedos nerviosamente jugueteando con el borde de su falda. "Leonardo... quiero pedirte disculpas, una vez más," dijo, su voz temblando ligeramente. "Por no haberte creído cuando más lo necesitabas. Cuando nos casamos, éramos tan jóvenes, llenos de sueños y planes... Pero cuando te acusaron, todo se vino abajo. Yo… fui débil. Dejé que el miedo y las dudas me controlaran."
Leonardo la miró, y en sus ojos había una mezcla de tristeza, pero también de comprensión y compasión. "Yo también tenía esos sueños, Gabriela. Y sí, fue devastador ver cómo todo se desmoronaba... Pero lo que más dolió fue que no creyeras en mí. Solo quería que confiaras en mí, que vieras más allá de lo que decían."
Gabriela apretó los labios, luchando por contener las lágrimas que ya empezaban a caer. "Lo sé... y no pasa un solo día sin que me arrepienta de no haberlo hecho. Me dejé llevar por lo que decían, por las mentiras... y te fallé de la peor manera posible."
Leonardo, al ver su dolor, sintió que las viejas heridas empezaban a sanar en su interior. "No guardo rencor, Gabriela," dijo suavemente, tomando su mano con delicadeza. "Lo que pasó fue doloroso, pero el tiempo ha curado esas heridas. Solo quería que supieras que, a pesar de todo, siempre me importó lo que pensabas de mí. No solo como mi esposa, sino como alguien a quien amé profundamente."
Las lágrimas de Gabriela cayeron con más fuerza ahora, pero había en ellas una mezcla de dolor y alivio. "Gracias, Leonardo," murmuró, su voz entrecortada por la emoción. "No sabes cuánto significa para mí escuchar eso. Durante tanto tiempo me he castigado por lo que hice, por no haberte creído… Pero ahora, saber que me has perdonado, me da una paz que no creí volver a sentir."