Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

II - Una cuchicheante risa [Definitivo]

A los tres minutos caminaba con la bandeja cargada con el café directa a la mesa número cuatro, junto a los ventanales. Se paró a un paso de la mesa y con su habitual gesto elegante posó la taza de modo que el asa quedara al alcance de su mano derecha.

Le sonrió, se colocó la bandeja contra el pecho y se volvió a encargar de secar la vajilla que restaba pendiente. Diez minutos después él recibió una llamada y comenzó a hablar en un idioma que ella nunca antes había escuchado. Le gustaba aquel idioma, tenía una musicalidad desconocida para ella. En ningún momento miró hacia el cliente mientras le escuchaba sobre el barullo de la calle en el exterior de la cafetería y las conversaciones en inglés de los otros clientes.

Su voz al hablar en aquel idioma era más potente que con el inglés con que le había hablado a ella minutos antes. Le resultaba extraño y aún muy familiar dado que ella misma sufría ese síndrome del idioma no nativo. Un síndrome que provocaba que tu tono no fuera exactamente el mismo a expensas de si hablabas en tu idioma materno o en otro aprendido más tarde.

Justo cuando colocaba el último plato seco en la pila correspondiente, sonó la campanita de la puerta y entró por la puerta un cliente habitual. Era una menudita mujer rubia con melena bob y rostro pequeño marcado por dos grandes ojos azules profundos como el océano. Sus rasgos eran finos como esculpidos en una escultura, a excepción de aquella nariz remarcadamente francesa.

Vestía aquella mañana un abrigo de lana en tono negro, un vestido azul marino hasta las rodillas con pantis negros con dibujos de flores y zapatos de tacón negros de terciopelo a juego de la fina rebeca bajo el abrigo. Su rostro se iluminó como un rayo de luz al verla a ella e Irene le devolvió la sonrisa de modo instantáneo. Se dirigió a ella con su francés más correcto como siempre.

- Buenos días, ¿lo mismo de siempre?

- Por favor, Irene.

- De inmediato. - Le contestó con una sonrisa y se dio la vuelta con agilidad para preparar el pedido.

Margherite era la dueña de la boutique de novias situada a tan sólo doscientos metros de la cafetería. Siempre que su horario se lo permitía a las once de la mañana pasaba por allí a tomarse su té verde y una mini magdalena de zanahoria. Una mujer canadiense casada con un estadounidense que se enorgullecía de mantener su francés en uso tanto en casa como en la calles desde Paris a Atlanta. Su familia era una preciosa muestra de esa multiculturalidad que tanto le gustaba a Irene.

Una vez tenía el pedido se acercó a la mesa número siete en la que se había sentado y repitió el mismo gesto que había hecho con el chico nuevo. Colocó el asa de la taza a acceso de Margherite y un poco más a la izquierda el plato con la mini magdalena.

- Tan servicial como siempre, Irene.

- Y usted tan amable como siempre, Margherite. ¿Qué tal su familia?

- Uff, Bryan estuvo anoche guerreando con Victorie por un juego de la Nintendo Switch. Pero nada, lo normal en los niños.

- Sí, lo normal. Los niños crecen dando guerra, es irremediable.

- Lo es, tú lo has dicho, Irene. Hace dos días me dijo Victorie que quería venir a comer una porción de Red Velvet este sábado... - Ella se rió y con una sonrisa afirmó antes de dejar a Margherite:

- Aquí estará esperándola la mejor porción de Red Velvet recién hecha, prometido. - Margherite se rió y con su elegante acento francés aseguró:

- Se lo diré, le hará mucha ilusión saberlo. - Se volvió a detrás de la barra y mientras cogía el trapo de secado, añadió:

- Y las galletas de jengibre de Bryan también.

Marguerite sonrió y le dijo gesticulando sin sonido que era la mejor camarera, siempre pensando en sus hijos con tanto cariño. Luego ella se fue a limpiar un par de mesas de las que había limpiado pero parecían aún húmedas. Una vez terminado el cometido se retiró a detrás de la barra a esperar los nuevos mandados que surgieran. Krestina la llamó desde la mesa en que hacía las cuentas y la ayudó a hacer inventario de existencias.

Al día siguiente temprano tendrían que recoger el pedido de bebidas alcohólicas y espirituosas. Sin embargo, en dos días tenían que realizar uno nuevo de refrescos y zumos así como harina e ingredientes para las tartas y otros dulces. Quizás lo que más le gustaba de aquella cafetería era que todas las mañanas se realizaban tres tandas de horneado de dulces como en las pastelerías. La primera era de tartas, la segunda de magdalenas y la tercera de galletas.

Ella misma se encargaba de las de magdalenas y las de galletas mientras que la misma jefa se ocupaba de las tartas. Era un trabajo extra pero en extremo gratificante dado que de habitual los clientes, autóctonos o no, volvían a por más dulces. Incluso había quien encargaba cajas de galletas para llevarlas a sus familiares a la vuelta de sus convenciones. El hecho de juntar el servicio al público con la elaboración de dulces, una de sus aficiones, lo hacía un trabajo perfecto.

Aclarado lo de varias existencias, ella regresó tras la barra justo a tiempo para oír la campanita volver a sonar. Miró hacia la puerta y sonrió de modo amplio y brillante. Por la puerta entraba una mujer de rasgos mejicanos muy morena y con larga melena azabache lisa y suelta que le llegaba hasta la cintura.

Era delgada y tenía diez centímetros más de altura que Irene, lo que hacía que ella tuviera el pensamiento de que era una modelo... Sus enormes e intensos ojos marrones oscuros que junto con aquellas largas pestañas naturales y su maquillaje perfecto y poco recargado hacían que aquella publicista, y mejor amiga de Irene fuese tan exitosa entre los hombres como no buscaba serlo Irene. Pero lejos de su hermoso aspecto, Katherina era una mujer moderna, atrevida, valiente y bromista a partes iguales.




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