Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

III - La nota [Definitivo]

Dos días después aún seguía sin leer la nota, la tenía allí puesta sobre la mesa del salón. Eran las siete de la tarde y tenía el ordenador puesto delante en el escritorio y el libro a traducir abierto a un lado. Llevaba tan sólo una hora empleándose pero no lograba concentrarse en la traducción. Aquel libro se le estaba atragantando y no por la lectura precisamente. Se levantó y fue a prepararse una infusión. En la pequeña cocina sintió que estaba escapando del libro y su nerviosismo creció en la boca de su estómago.

Krestina le había preguntado qué ponía en la nota las dos mañanas precedentes y ella se había callado. Se imaginaba que aparecería su número de móvil pero no estaba interesada. Las caras de niño no eran lo que le atraía de un hombre y sabía que él no le gustaría, era tan obvio que le molestaba aquello.

Sentía una cierta curiosidad por saber cómo era que sabía español pero nada más. Al día siguiente, saldría de fiesta con sus amigas y no quería ir con su cara larga ni con aquel nerviosismo en la boca del estómago. Entonces el tequila le sentaría mal y acabaría recogida en casa antes de empezar la fiesta siquiera. Se tomó la infusión de jengibre mirando hacia la calle de los apartamentos.

El sol brillaba aún en lo alto con fuerza y mucha luminosidad e invitaba a salir a dar un paseo en lugar de encerrarse en casa a avanzar en su trabajo de traducción. Suspiró mientras aclaraba la taza y la dejaba en el escurridor junto al fregadero. Regresó frente al ordenador y su vista se giró hacia la dichosa nota tentada de cogerla y tirarla a la bolsa del papel sin mirarla siquiera. Pero movió la cabeza agitándola y desdeñó la idea antes de continuar esta vez completamente concentrada en su tarea.

Miró el libro y comenzó a teclear en su portátil una a una las palabras. Terminada una página continuó a la siguiente y así hasta las nueve, hora en que cenó y se acostó en la cama. Leyó un poco de la novela de Dan Brown que llevaba entre manos y luego apagó la luz y se fue a dormir. Pensó, por última vez, en la nota sobre la mesa antes de quedarse dormida.

Al día siguiente, al despertarse siguió su rutina habitual antes del desayuno y una vez acabada, fue hasta la mesa del salón con paso lento. Miró la nota y la cogió entre sus dedos con suavidad. No esperaba nada de aquella nota pero, en su interior, sabía que deseaba que aquella nota le dijera que lo volvería a ver. No querría reconocerlo y no lo haría, aunque su encargada volvería a preguntar una y otra vez hasta desgastar la palabra nota. Así que, para qué retrasar lo inevitable, una vez la hubiera leído no ocurriría nada.

Inspiró profundamente como ganando tiempo y con los ojos cerrados, la desdobló con rapidez y abrió los ojos lenta, casi como si pesaran toneladas. No era un nombre y un número de teléfono... La miró estupefacta una y otra vez para asegurarse y tras comprobar que sus ojos no la engañaban, leyó aquella clara y rápida caligrafía:

«Irene, cocina como los ángeles y su voz esta dulce como campanitas a mi oido al hablar español. Asi espero no tengo problema, dejé en su bote pago de diez dolares y volvere a un mes por ser mesado por usted.

Espero no moleste si estoy tan atrevido como a pedir me sirva en español.

Hasta entonces, Irene, deseo que tengo un buen mes. Atentamente, un soñador llamado Eric.»

La releyó varias veces para asegurarse de que entendía bien lo escrito enteramente en español mejicano y sin darse cuenta, comenzó a reírse sin parar. Dobló la nota y la dejó junto al libro que traducía todavía con la risa floja. La sensación de alivio relajaba el nudo en la boca de su estómago y hacía que se sintiera liviana de nuevo. No iba a negar que aquella petición le resultaba, cuanto menos, curiosa pero no era algo que la asustase. Se sentiría extraña al tratar de cumplirla ya que no era latino sino asiático así que dependiendo de su estado de ánimo la cumpliría o no.

Puesto que cuando su ánimo era pésimo le era muy difícil cambiar el inglés por otros idiomas. Se había acostumbrado tanto a hablar en inglés a todas horas durante los más de dos años que llevaba en Atlanta que aunque sus pensamientos eran en español, podía considerar su inglés casi como el de un nativo. Lo cuál de adolescente se le hubiese antojado imposible de todo punto.

Pero ahora era su realidad y no tenía mucho de imaginable dado su origen. Imaginable o no, ella vivía en Atlanta en lugar de en Madrid y tenía una rutina allí, en aquella sociedad. Muy lejos de la gente con la que había crecido. Sus grandes amigas allí eran latinas con ardiente carácter, apasionadas y incombustibles así como divertidas y leales. Con ellas salía de noche y vivía las experiencias más latinas que nunca hubiera imaginado, jamás podría decir que le disgustase.

Desayunó un café con una fruta y galletas antes de vestirse y maquillarse muy ligera para continuar con su rutina diaria como cada día. Se puso un vaquero blanco y una camisa ceñida lisa de color lila y unos zapatos oxford negros con tacón de siete centímetros.

Se miró en el espejo antes de salir de su apartamento y marchó al trabajo. La siempre de apariencia perfecta Krestina la saludó nada más verla esperándola en la puerta de la cafetería y ella le sonrió animada. Eran las cinco y media de la madrugada. Se cambiaron y recogieron el pedido de nuevas provisiones, luego la jefa y ambas se pusieron a preparar las tartas, magdalenas y galletas con la música de Katy Perry elegida por ella sonando.




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