Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

IV - ¿Un pretendiente? [Definitivo]

Irene se puso al servicio inmediatamente, dejando el periódico allí extendido. Saludó a Liz, una de las veteranas compañeras del bufete de Mark y la atendió con su comanda. Ella pagó tras el pedido y esperó a que estuviese listo para llevárselo a la oficina.

Luego vino una chica morenita de piel que había ido varias veces en los últimos tres meses pero que aún desconocían dónde trabajaba o en qué se ocupaba. Pidió dos cafés latte con extra de crema y uno sin azúcar y el otro con morena. El mismo pedido siempre para llevar y las mismas respuestas secas sin hilo del que tirar para tener una conversación amena.

La miró de nuevo, era joven y estilosa pero ella no veía ningún rastro de su trabajo o de sus gustos. Cosa extraña ya que, por cualquier nimio detalle, podía averiguar los gustos del cliente en cuestión. Le resultaba tanto divertido como entretenido aprender cosas de sus clientes para poder atenderlos de forma más personal.

Aquella chica no le daba pistas de cómo tratarla así que la atendía como a los clientes nuevos con respeto y sin conversación climática puesto que sería pesado para todos los presentes. Vestía un vaquero, una camiseta negra a juego del abrigo y de las zapatillas, todo un ejemplo de sencillez. Tenía probablemente la misma altura que Irene si no se equivocaba.

Su cabello moreno teñido de pelirrojo en tono zanahoria aclarado y la coleta era su peinado habitual. Sus ojos castaños eran vivaces y hermosos pero contrastaban con la marcada seriedad de su rostro. Una cartera de cuero a la espalda era una de las pocas características que le daban pistas de su ocupación actual. A pesar de ello, la desconocía, no conseguía suficientes datos.

La chica era como ese nuevo cliente asiático, el tal Eric, una de esas crecientes curiosidades en su mente. La una porque le recordaba algo que ni siquiera sabía de qué se trataba. El otro porque cuanto más escuchaba a sus amigos hablar de ello menos quería oírlos. Las palabras de la nota volvieron a su mente: «...su voz está dulce como campanitas a mi oído al hablar español...» Irene se rió sola sonoramente, sintió la mirada extrañada de Krestina pero no le importó nada que la viese como a una loca. Aquella frase le resultaba tan agradable y graciosa como inocente y dulce.

Por alguna razón, esa frase y su acento al hablar español resultaban en su mente mucho más interesantes que los de sus propias amigas mejicanas, a pesar de ser ellas el centro de su vida social en Atlanta. ¿La razón exacta? La desconocía pero aquella enrevesada y curiosa forma del lenguaje español, en lugar de impulsarla a corregirla, le invitaba a escucharla durante horas.

La campanita de la puerta la sacó de sus ensimismados pensamientos y giró la cabeza para ver quién era. Saludó a Marguerite inmediatamente y regresó a la cafetera. Notó que tras la rubia canadiense entraban Abdul y su amigo Jackson y que los dos se sentaban en la mesa once como acostumbraban. Krestina los vio y saludó efusiva con un gesto de la mano, su rostro se habío iluminada nada más poner sus ojos en Jackson. Él y Krestina eran compañeros de primaria además de vecinos en su barrio actual así que no era raro verlos horas hablando cuando venían. Abdul era amigo de Jackson, además de su compañero de trabajo en la empresa informática, la start-up que ambos habían creado.

Era un hindú bastante alto mientras que Jackson era afroamericano más corpulento y formaban parte de esas amistades multiculturales que a ella le inspiraban y asombraban. El primero vestía de vaqueros, camiseta de marca deportiva y zapatillas a juego. Su compañero, por el contrario, llevaba un pantalón de pana ceñido en tono gris, mocasines marrones y una camisa blanca con motivos divertidos.

En opinión de Irene, Jackson era un hombre de buen porte y más refinado que el otro con unos ojos miel de gran tamaño. Sus rasgos finos le recordaban mucho a algunos conocidos cubanos que tenía, a excepción de su esbelta nariz y sus gruesos labios que eran parecidos a los de los grandes cantantes de Rhythm and Blues que conocía. Abdul tenía, en cambio, los ojos pardos, rasgos suaves y el rostro más bien exótico de los pocos actores de Bollywood que había podido ver en alguna ocasión.

Lejos de su aspecto exterior, habían dejado claro en sus muchas visitas que eran buenas personas y excelentes amigos así que a Irene le gustaban sus particulares pasos por la cafetería. Ambos eran terriblemente graciosos y amables, siempre trataban de hacerlas sonreír con alguna nueva broma. Lo lograban tres de cada cuatro veces, otra razón por la que podía considerarlos sus amigos también.

Krestina decía que aquellos dos eran del tipo de chicos que no le gustaban como pareja pero que hubiese dado lo que fuera porque fueran sus hermanos o tan sólo uno de ellos. La verdad era que a Irene le parecía que ella estaba más interesada en Jackson de lo que decía, por la forma en que se comportaba cuando estaba con él. Había un especial e intenso fulgor en su mirada verdosa cada vez que veía al afroamericano que estaba ausente cuando iba a verle su propio novio pero...

¿Ella qué sabría? La conocía sólo de casi tres años y sabía que tenía novio, un tal Richard... Pero no conocía sus gustos en hombres tanto como para decir que Krestina le mintiese acerca de sus sentimientos hacia Jackson. Al fin y al cabo, eran compañeras de trabajo, no amigas que salen a tomar copas.

Aunque si así fuese, ella no era quién para meterse con la encargada por ello. Su vida personal no era de su incumbencia, a pesar de que Krestina sí considerase la de ella de su propia incumbencia. La amargura de los pensamientos de Irene al pensar en sus continuas intromisiones, le hizo apartar aquel tema pues odiaba centrarse en los defectos de su encargada sabiendo que tenía aún mucho tiempo que compartir entre esas cuatro paredes.




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