Al día siguiente Irene se despertó temprano y dedicó su tiempo extra a terminar de traducir el último capítulo del libro de botánica. Una vez lo hizo, se tomó una taza de infusión y luego salió directa a la oficina en su automóvil. La verdad era que no usaba su vehículo habitualmente pero aquella mañana decidió usarlo para poder ir a una ferretería después.
No le costó llegar pero sí encontrar un aparcamiento cerca. Una vez hubo aparcado, caminó hasta la oficina y subió a ella sin más dilación. Saludó al recepcionista y a sus compañeros con su mejor sonrisa como todos los demás días antes de sentarse en su escritorio. Jennifer, la joven que había acudido a la entrevista con ella, se acercó a ella.
Le pidió consejo acerca de un documento sobre mercado de importación latinoamericano y sin pensarlo dos veces se embarcó en ello. Angella se pasó a asegurarse de que no necesitaban nada. Estaba tan inmersa en aquello que tardó una hora en saber que Samuel tenía varias reuniones fuera de la oficina y que llegaría más tarde.
Pasó varias horas más dedicada a la revisión y traducción de otros informes sin darse cuenta siquiera de la llegada de Samuel, ni su saludo general. No fue sino cuando Angella le informó que él había solicitado una reunión de oficina para ver el avance de la semana. La reunión fue corta pero intensa, Irene trató de no mirar a su jefe tanto como deseaba.
Debía evitar dar de qué hablar además de que era una simple novata a ojos de todo el resto de empleados a pesar de su amplia experiencia. No se le escapó que él vestía un traje gris marengo hecho a medida que resaltaba su cuerpo en buena forma y que sus zapatos negros estaban tan brillantes como si fuesen nuevos. En un renuncio le sonrió y a él le brillaron los ojos.
Nadie pareció observar el pequeño intercambio pues la reunión seguía su curso sin pausa. Irene se centró en los documentos frente a ella y en la pantalla que explicaba uno de los veteranos. No intervino a excepción de un par de apreciaciones de mercado y con la presentación de un informe acerca del mercado español de la cosmética.
Era gracioso que ella hubiese tenido que investigar dicho mercado porque principalmente Irene evitaba al máximo usar excesivo maquillaje. Habitualmente sólo se lavaba la cara, aplicaba crema hidratante, protector solar, se hacía la raya y aplicaba algo de labial rosáceo en sus labios. Al parecer según varias encuestas que había solicitado, sus paisanas en un ochenta por ciento se aplicaban bastante más que su simple maquillaje.
No le extrañaba tampoco conociendo a sus propias amigas de España... Todas ellas iban tan maquilladas que comparado con ella parecían cuadros verdaderamente hermosos pero cuadros. En su opinión eran muy bellas sin todos aquellos potingues a pesar de que no tuvieran tanta suerte con la genética como ella. Ni tanta confianza en su aspecto como tenían Irene y sus hermanas desde pequeñas.
La verdad era que sólo se arreglaba tanto como sus amigas cuando tenía una cita o una fiesta y quería impresionar a la gente más allá de su intelecto. Irene se consideraba ese tipo de mujer natural y metódica que con muy poco lograba grandes resultados en lo que a belleza y moda tocaba. Le gustaba lo sencillo y cómodo aunque no desdeñaba el resto, sólo lo evitaba cuanto era posible.
Aquella mañana por ejemplo se había vestido con una blusa blanca de algodón y un traje falda de color gris junto a unos salones negros. Sencilla pero elegante, había considerado que en la oficina no destacaría así vestida y tenía razón. Angella vestía una falda azul marino con una blusa verde de raso mientras que Jennifer iba con unos pantalones de pinza negros y una blusa rosa de algodón que le daban un aire serio pero juvenil perfecto para su edad aparente.
De repente, Irene recordó una de las visitas de Samuel a su antiguo despacho en la asesoría, ella vestía muy parecido a esa mañana y él se había pasado para invitarla a comer con él. No era habitual en él presentarse de improviso pero aquel día quería contarle algo acerca de la Fundación que manejaba para sus padres. Estaba muy emocionado y quería compartirlo antes de la cena.
Entró en el despacho y la descubrió atendiendo una llamada urgente de un abogado. Esperó pacientemente a que la terminase y una vez lo hizo, giró la silla en la que ella estaba al tiempo que se sentaba sobre el escritorio. Tiró de ella hacia arriba y la estrechó entre sus brazos con una sonrisa...
- Estás muy feliz hoy, Sam, ¿qué ha sucedido? - Él posó sus manos en el final de su espalda y le susurró:
- Lo estoy, Irene, - ella abrió los ojos con curiosidad - y quiero celebrarlo contigo.
- Eso promete - no pudo evitar reír nerviosa y él le acarició la columna sin soltar su abrazo.
- Vamos a comer junto y te cuento, ¿de acuerdo?
- Perfecto, Sam - él la guió hacia la puerta con la mano en su espalda pero entonces a Irene le vino a la mente que no había apuntado lo de la llamada. - ¡Oh, espera, aún tengo que apuntar lo de la llamada!
Se mordió el labio inferior mientras regresaba a la parte delantera de su escritorio y cogiendo un Post-it y un bolígrafo apuntaba en el papel varios datos que necesitaba recordar de la llamada... Recordó que se había sólo inclinado sobre el escritorio para escribirlo cuando sintió contra sus glúteos las manos de Samuel que los acariciaban sobre la tela de la falda.
- Babe, harás que no quiera salir a por el almuerzo contigo si me provocas así.
- No era mi intención, Sammi, pero siempre podemos aprovecharlo mejor.
Lo siguiente que recordaba era que Samuel la había girado contra su pecho y la había besado con pura lujuria hasta dejarlos sin aliento. Para luego cogerla en sus brazos, rodear su propia cintura con las piernas de ella y cargarla contra la pared del despacho para después terminar la faena antes de ir por el almuerzo. Aquel era uno de los momentos más tórridos que recordaba haber vivido hasta la fecha y se anticipaba que no habría repetición salvo que regresara con él definitivamente...