Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

Escena Extra I [PV Eric]: ¿De qué soy capaz por verla?

Eric estaba agotado, la noche anterior había llegado a Atlanta en un largo y extenuante vuelo con transbordo desde Seúl... La verdad era que los horarios de los últimos meses lo traían de cabeza y se había permitido el lujo casi escaso de volver a casa algo más que un fin de semana para descansar. Tenía algunos trabajos pendientes que acababa de cumplir y por eso podía tomarse un poco de tiempo libre.

Estando en su habitación en la casa de sus padres se sentía inquieto. Su mente no paraba de acudir a un hermoso rostro hispano que había conocido por pura casualidad gracias al bebé de la familia, su hermano menor Brian. Él les había comentado que entresemana le gustaba ir con sus compañeros de la universidad a cierta cafetería cerca del auditorio de congresos.

Les había dicho literalmente que allí tenían los mejores postres y aperitivos pero que cuidaban muchísimo sus hamburguesas, sándwiches y el resto de platos incluida la lasaña casera... Lo que no les había contado y creía que Brian desconocía, por sus horarios de clases matutinas, era que había en el servicio una sonrisa deslumbrante aún cuando era servicial. Al entrar en la cafetería tras fijarse en la calidez y el aire romántico de la decoración, sus ojos se habían parado en el bello rostro tras la barra.

Un rostro pequeño con dos ojos castaños enormes de pestañas largas y sonrisa brillante como el sol. Sus ojeras marcadas le daban un aspecto melancólico que sus hoyuelos al sonreír contrarrestaban perfectamente dándole una vivaz juventud, a juego con la de sus ojos. Llevaba el pelo castaño corto, poco más largo que sus hombros.

A Eric se le pasó por la mente que era una belleza de estilo coreano cuando la apreció de cerca en las siguientes visitas. Siempre poco o muy natural maquillaje y vestía muy cómoda pero elegante, recatada. Se había percatado de que le sacaba al menos diez centímetros y de buenas curvas.

Viéndola comer su trozo de pastel en la anterior visita, sabía por qué las tenía tan bien marcadas y no le disgustaba. Al parecer su mano en la cocina se debía principalmente a que era una de esas chicas que comían sin preocuparse por parecer glotonas. Él era así también, así que le gustaba verla.

Además mientras la observaba, había sido testigo de que tenía unas maneras muy elegantes tanto de moverse en el servicio al público como al comer. Desde el momento en que había abierto la boca para hablarle en inglés había notado su falta de acento, sus cadencias británicas y su tono ligeramente extraño. Era obvio que era extranjera pero no parecía para nada de origen británico.

Eso le chocó sobremanera pero al oírla hablar en español con su amiga lo comprendió todo de inmediato. Su rostro y su idioma natural, el español, encajaban mucho mejor. A pesar de que reconoció que, de no haber podido diferenciar la ligera dulzura de su lengua al hablar su lengua materna, la habría clasificado como británica sin pensarlo mucho más.

Y por si fuera poco le demostró que era muy hábil con los idiomas hablando un francés fluido con otra cliente... Su dulzura en la voz no era única, le resultó fácil ver en ella que era dulce de normal y no sólo servicial. Eddie había bromeado al percibir que no la perdía de vista que se la iba a comer con los ojos.

No le faltaba razón, él mismo notaba que le gustaba más cuanto más veía de ella. La última vez que la había visto y había sabido que se sentía extraña al hablarle en español, le había parecido mucho más linda. Además había insinuado que le preocupaba cómo le vieran los demás hablando sobre su falta de costumbre en su país de origen.

No podía negar que cuanto más la había escuchado hablando en español, más atraído se había sentido. Claro que no quería pecar de pesado pero tampoco podía serlo si se pasaba por la cafetería cuando iba a Atlanta con algunos meses de diferencia, ¿verdad? Sin embargo, no podía evitar ir a verla...

Desde la primera visita había querido escuchar su voz hablándole en español más veces de las imaginables. Las palabras en su idioma materno tenían el sonido dulce de las campanitas a sus oídos. Le gustaba esa sensación de escuchar campanillas, de oír cómo su voz era dulce, ligeramente más grave y resonante que al hablar en inglés.

No podía explicar qué le había fascinado más de ella pero en el instante que su risa había llegado a sus tímpanos, había sonado como pura música... Por eso cada vez que iba a verla en el trabajo sólo pensaba en bromear con ella cuanto pudiera para que riera. Al parecer lo lograba y eso le creaba una sensación enorme de placer y orgullo.

La última vez la había escuchado debido a sus incorrecciones idiomáticas y a su falta de vergüenza al pedirle descaradamente que le ayudase a mejorar su español. Allí tumbado, repasando sus visitas a la cafetería sólo podía en que cuanto más reía, más hermosa, vivaz y relajada se la veía. Apenas la conocía pero quería que ella no le olvidase, que pensara en él tanto como lo hacía él desde su primera vez en la cafetería...

No podía evitarlo a pesar de saber lo difícil que sería tener una relación con su carrera como cantante y con su residencia continua en Seúl. La simple idea de renunciar a enamorarla sin siquiera intentarlo, le disgustaba. Deseaba hacerla sonreír y reír no sólo en la cafetería, también fuera y...

En su vida diaria, quería ser una constante en la vida de la hermosa Irene con todo lo que implicaba serlo. En la segunda visita había descubierto que ella tenía a alguien en su vida por lo que si no podía ser ese alguien, ¿por qué no ser su amigo? Así la distancia no sería tan notoria, tan pesada como en una pareja resulta.




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