Rompiendo Esquemas (fanfic Eric Nam) [contenido sensible]

XXXIII - Tengo celos de...

La dicha de Irene se mostró a modo de sonrisa plena sin darse cuenta y asintió mientras se separaba riéndose en un tímido susurro. Eric la tomó de la mano izquierda tirando de ella hacia el portal del edificio y esperó paciente hasta que ella abrió las puertas que les separaban de su apartamento.

Nada más entrar Irene se descalzó pues los tacones ya le estaban destrozando los pies, apoyándose en un curioso Eric que se rió bajo de ella negando al tiempo que observaba el vestíbulo y lo que se veía del salón desde allí. Una vez logrado descalzarse colocó los zapatos en el zapatero pensando que al día siguiente tendría que devolverlos a su armario habitual y avanzó descalza hasta el salón bajo la atenta mirada caramelo de quien le acompañaba. Le invitó a seguirla con algo de diversión y lo llevó a la sala.

- Puedes curiosear el apartamento, Eric, mientras no lo hagas con mi armario no habrá problema alguno.

- ¿Alguno esqueleton escondido en su armario? - Levantó las cejas con clara diversión él mientras un brillo especial recorría aquellos irises caramelo y ella se rió.

- No, sólo tanta ropa que quizá acabes en Narnia - le guiñó el ojo y él se rió junto a ella mientras observaba su sala de estar. - Sé que es poco glamuroso para una copa pero voy a ponerme cómoda y desmaquillarme, dejaré mi dormitorio cerrado curiosea cuanto quieras lo demás.

- Será igual hermosa, Irene, me vale gorro no vea glamurosa. - Le dijo Eric con una voz grave y aterciopelada que se ganó una sonrisa inmediata así como la mirada de ella clavada en sus labios de nuevo.

- Gracias, Eric, - le costó responder a ella pues estaba perdida en su visión y su deseo pero, algo reticente, asintiendo e inspirando señaló hacia el pasillo que llevaba a su dormitorio - ya regreso.

- Tome su tiempo, linda.

La ternura en su tono unida a la gravedad y el terciopelo de su voz en aquel momento hizo que le costara mucho más de lo esperado lograr salir de allí hacia su dormitorio. Nada más cruzar la puerta de su dormitorio la cerró y se fue directa a su cuarto de baño. Se miró en el espejo, aún conservaba su maquillaje perfecto pero Irene no pudo evitar mirarse a los labios...

No sabía si era por el alcohol en su sangre o por la dulzura del Eric que la había acompañado de modo intermitente aquella noche. O por sus bromas, o su forma de mirarla, o su maravilloso aroma, o la calidez y ternura de su tacto, o sus simples y honestas palabras y miradas... Pero estaba luchando acaloradamente por no salir de aquella habitación hasta la sala y besarlo hasta dejarlo sin aliento.

¡Dioses! Siendo sincera, deseaba mucho más que un beso de él aquella noche y no podía ser. No, ella no era así de impulsiva, ¿qué influjo tenía él sobre su cordura? Era obvio que ninguno bueno, abrazada a él no sólo se había sentido cómoda, cálida y a gusto.

No, se había sentido tan reconfortada, tan segura y protegida que juraba que había tenido la estúpida sensación de que él era tan fuerte como Adam. La idea era de risa porque el vikingo era un armario ropero con buenos músculos de gimnasio y una altura de metro noventa y tres... Literalmente la comparación era más bien imposible e inmerecida porque a Irene no le gustaban los musculitos, aunque Adam le pareciese el mejor novio que le había conocido a Dulce.

Por una vez no se trataba sólo de un musculitos sino de un hombre inteligente que dedicaba su tiempo a algo más que a cultivar su cuerpo... A su mente vino la imagen de Eric observando su decoración del salón y sonrió, podría imaginárselo allí más veces. Hubo una vez en que Samuel también anduvo observando su nueva decoración en alguna habitación del apartamento, era patente su curiosidad y aprecio.

Le gustaba que ambos hombres le dieran a su apartamento la importancia que ella le daba como su refugio, un lugar del que sacar pistas sobre ella. Volvió la vista al espejo de su baño y comenzó a desmaquillarse, limpiar su rostro y aplicarse la crema de noche. Así una vez marchara Eric, ella podría irse a acostarse directamente, ¿no?

Una vez hecho soltó la cremallera trasera de su vestido con la mayor rapidez posible y lo dejó caer al suelo para irse a su cómoda y rebuscar ropa interior sencilla. Sí, de esa de algodón que si un hombre viera no tendría tantas ganas de quitarle sino de reírse pues lo que menos debía desear era acostarse con Eric, ¿verdad? Sí, así sus ganas de acostarse con él serían menores, o al menos eso trataba de meterse en la cabeza como una idiota.

No se puso sujetador, sabía que si se lo dejaba se le olvidaría quitárselo para dormir debido al cansancio y si algo odiaba Irene era dormir con sujetador. "¡Dios, es tan incómodo como tener que dormir en una cama de metro cincuenta!" pensó disgustada. Se puso una camiseta ancha de algodón con un gato negro, que dejaba su hombro derecho al descubierto, enorme en la delantera y unos shorts vaqueros algo viejos que sí recordaría quitarse.

Se miró mientras se calzaba las zapatillas de casa y observó que se le notaban ostentosamente los pezones por lo que se colocó por encima una bata sin atar para disimularlos un poco. Salió de regreso al salón y se topó a Eric observando su pequeña biblioteca allí. Se giró a escrutarla de arriba abajo nada más la escuchó llegar y le sonrió de un modo apuesto, conteniendo en su mirada caramelo un deseo que ella no había observado hasta entonces, o eso pensaba.

- Pensé que ya habrías encontrado el alcohol, la mayoría de hombres lo hacen sin preocuparse de hurgar en las cosas de una mujer... - Le pinchó con tono amable y mirada divertida.

- No soy como la mayoría, entonces. - Él la revisó de arriba abajo de nuevo parando en sus pechos por algo más tiempo del debido, lo observó tragar saliva sutilmente, y ella sonrojada se acercó al mueble bajo la televisión agachándose para revolver en el mismo.

- ¿Qué quieres beber? - Lo abrió y miró dentro. - Tengo tequila, whisky, ron, coñac, vodka, pacharán, vino, vino dulce, orujos de algunas clases... - Miró a Eric desde sus cuclillas y su rostro era un poema, de confusión y deseo aunque también curiosidad, logrando que Irene se riese.




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